Ensayos del yo

Mar 28 • Lecturas, Miradas • 3675 Views • No hay comentarios en Ensayos del yo

 

Con su primera novela, el poeta León Plascencia Ñol entra de lleno al único género que tenía sin explorar, con una historia de trashumancias y reencarnaciones amorosas

 

POR LUIS JORGE BOONE 

León Plascencia Ñol (Ameca, 1968) se adentró, con La música del fin del mundo, en las amplitudes de la novela, último género literario que le faltaba por explorar.

 

Su trayecto por la prosa y la narrativa es amplio. Incluye el tomo misceláneo Apuntes de un anatomista de ciudades (2006), que mixtura ensayos, crónicas, narraciones y relatos de viaje; Seúl es una esquina blanca (2009), diario que da noticia de los seis meses que el autor pasó en una residencia de artistas en la capital de Corea del Sur; y la colección de cuentos escrita en coautoría con Julián Herbert, Tratado de la infidelidad (2010). Es en este último donde el protagonista de la novela, Fuzzaro (¿nombre, apellido, apodo, seudónimo?) hace una primera aparición. Esta novela representa una estación de madurez en la escritura de quien es, además, es uno de los poetas más proteicos y consistentes del panorama literario de nuestro país.

 

La huella del escritor es visible a lo largo de más de diez años. Las búsquedas estéticas, las estructuras narrativas, la mirada con la que se construyen las historias, los personajes y sus sensibilidades, los espacios y las atmósferas, todo termina por converger.

 

El autor se decanta por el fragmento y lo discontinuo, el azar y las conexiones subterráneas. El diario consigna el horror del intelecto ante la entropía, su lucha por darle un orden (esa delgada máscara: la ficción). Todo libro cuenta una historia de amor. También expone un historial médico. La trama se juega en la conjunción entre ambas ideas, y el diario es el escenario donde ésta sucede.

 

Fuzzaro es un artista conceptual mexicano y trashumante. Su arte encarna en piezas sonoras, esculturas de papel, transparencias, sueños, relatos potenciales, y en su mismo diario. Hye es una coreana que se dedica al diseño de modas y es pareja de un hombre llamado Emil, aunque también de Fuzzaro. Ambos viajan desde Corea y arriban a la primavera argentina para trabajar, recorrer la ciudad, viajar a las ciudades vecinas, vivir la alterada cotidianidad de quienes están de paso, y sobre todo para amarse, conocerse, llevarse al límite.

 

En sus pasadas encarnaciones, Fuzzaro fue fotógrafo, habitante temporal en Japón, amante afecto a los juegos de rol (me refiero a los cuentos “A hard rain’s”, “Palabras mucho más cortas que un sentimiento abatido” y “Tokio big diary”, del libro escrito al alimón con Herbert). Ahora, el personaje escribe un diario, pasea por Buenos Aires, escucha a Miles Davis, peregrina a los lugares en los que sus admirados escritores vivieron (Borges, Bioy Casares, Arlt, Piglia), vive con un pie en la posesión libre de un amor y con el otro en la zozobra de perderlo, pero, sobre todo, intenta entender su mente.

 

Todo diario es un registro, no del azar del mundo, ni de la profundidad exterior, sino del ruido de la mente. Luego de visitar el Museo de Bellas Artes, de extraviarse en la contemplación de ciertas obras, el protagonista termina llorando inconsolablemente en Plaza Francia, ante la mirada de Hye. Ella piensa que lo ha perdido, pues no comparte ni su mundo ni su vida en ese preciso momento; los separa el muro absoluto del sentimiento individual e incomunicable, la tristeza y el asombro. Fuzzaro describe así la escena: “mi cuerpo comienza a sentir el peso del mundo. Algo se está metiendo muy adentro, pero es algo confuso, porque todo está encontrando: la felicidad, la tristeza, la desolación y el desamparo.”

 

“Mancho una tela […] Pintar me ordena”: Fuzzaro aspira a alcanzar ese estado, esa meditación en medio del mundo. El sexo pareciera ser, también, un medio para lograrlo, o al menos para presentirlo. Las escenas tan extremas, tan violentas, en las que los personajes se mueven lejos de los límites convencionales, funcionan así: para salir del tiempo de la vida hay que sentir una verdadera amenaza sobre ella.

 

Pero Hye recibe la noticia de que Emil sufrió un accidente en Corea, y urde a toda prisa su regreso. Se separa de Fuzzaro y éste lo resiente, pero no tiene otra opción que dejarla ir.

 

Fuzzaro, en su intento por continuar, se fabrica una ilusión: una nueva pasión, con una mujer joven, Luciana. Difícilmente conecta con ella, a no ser en el plano sexual; lo desajusta, lo distrae, pues él sigue extrañando a su coreana. Empieza la caída. Llegan las alucinaciones, el deshebrarse del lenguaje, que se escinde en versos, ya la prosa sufre los saltos de la mente que no puede mantenerse íntegra: “Mis apuntes tienen algo de fractura. Leo mi letra y por momentos no la entiendo. Se crean lagunas, círculos borrados”. Se alucina en verso. La mente se dispersa y surgen los blancos, las elipsis, las descontextualizaciones. Para un hipocondriaco, lo más peligroso es su percepción: al mirarse, está perdido.

 

La música del título quizá se trate de la mente desordenada, orgánicamente arrítmica, que genera estadios de laberinto y agonía: “Mi cabeza es un nido de pájaros, un infierno blanco” dice; “El insomnio es una música rencorosa, la memoria negra del verdugo”, afirma, y confiesa que en sus noches blancas ofrecen un espacio para la escritura, la invención, pero en sus noches terribles lo dominan la ansiedad, el pánico, los demonios. “La migraña es una partitura musical dislocada”, concluye el personaje al coincidir con Novalis —vía la lectura del trabajo de Oliver Sacks—. Enfermedad y salud son, a fin de cuentas, problemas musicales, de ritmo, proporción, cuadratura, síncopa.

 

La novela es la historia de una crisis. Lo que sucede mientras llega. Un toma y daca de la mente consigo misma y sus demonios. La mente que se ensaya, que acierta y yerra. La historia de un personaje que sobrevive, a pesar de sí mismo y sin ninguna esperanza.

 

FOTO: La música del fin del mundo, León Plascencia Ñol; Salto de página, Madrid, 2019, 216 pp.

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