La Huida de Quetzalcóatl

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Miguel León-Portilla exploró el mundo de la escena teatral para generar con su dramaturgia una obra que contuvo y contiene la cosmovisión de nuestra herencia ancestral, una celebración al mundo prehispánico

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POR MIGUEL SABIDO
“En la segunda mitad del siglo XX, hubo intentos loables todos, de rescatar las raíces prehispánicas de nuestra cultura como lo habían logrado otras artes como la pintura, la música y la danza. La obra realista Moctezuma II de Sergio Magaña, o Corona de fuego de Rodolfo Usigli. Loables, sí, pero fallidas por una sencilla razón: si bien utilizaban personajes indígenas, el formato, la forma, era la de la obra bien hecha del realismo europeo. Infortunadamente desde entonces los dramaturgos mexicanos han querido tratar el mundo prehispánico […] copiando los modelos europeos.

 

En esos tiempos y de manera secreta un joven y talentoso estudiante de filosofía escribió –hace más de cincuenta años– un texto dramático. El dramaturgo en ciernes era Miguel León-Portilla y su tan desconocida obra, La huida de Quetzalcóatl. Quizás ya por su decidida vocación de sumergirse en el mundo indígena anterior a la invasión española, León-Portilla renunció en su texto a los formatos realistas tan de boga a la mitad del siglo XX. Sin que nadie lo supiera, León-Portilla realizó en soledad una verdadera revolución para el teatro mexicano: se deshizo de siglos de colonización y escribió una obra didáctica digna, no: dignísima sucesora del prodigioso teatro evangelizador en náhuatl, en maya y otomí y otras lenguas mexicanas de la primera mitad del siglo XVI.

 

Escondido quedó el texto hasta que la –¿qué palabra define a Mónica Raya? ¿escenógrafa?¿investigadora? ¿directora? ¿creadora de entramados semióticos de una riqueza deslumbrante?– la tomó, la analizó, ahora sí, despojándose de concepciones preconcebidas y colonizadas y logró un riquísimo entramado semiótico apenas comparable con las 18 representaciones sagradas prehispánicas, o las colosales obras del teatro evangelizador como La caída de Jerusalem y La batalla de Troya, o con sus maravillosos descendientes: el Carnaval de Huejotzingo, la Ceremonia de Pascua de Etchojoa o La morisma de Zacatecas.

 

Honestamente no encuentro un adjetivo que pueda describir el trabajo de Raya. Asombroso entramado de texto, música, danza, contorsionistas y equilibristas –como los de Moctezuma– actores, proyecciones, una escenografía en movimiento constante que renuncia a las tradicionales “piernas” europeas, entramado que deja atrás toda concepción colonizada del teatro.

 

Así como León-Portilla logró una revolución secreta al renunciar a los formatos realistas, así Mónica Raya logró otra revolución que, personalmente, me conmueve: rescatar la majestuosidad, la intrincadísima trama de significaciones de una ceremonia como Toxcatl, la audacia de utilizar todos los recursos que se le ocurran y tenga a mano […] para amplificar el tono y entregar un mundo de significaciones que cada espectador tiene que asimilar y procesar conforme a su propia sistema de patrones intelectuales, emotivos y pulsionales […].

 

El público universitario repletó el Juan Ruiz y aclamó a gritos, silbidos y aplausos de pie al río asombroso de significaciones que, tomando como punto de partida el soberbio texto de León-Portilla llegaron a envolver y transformar al público universitario.

 

FOTO: Aspecto de la obra La huida de Quetzalcóatl, de Miguel León-Portilla, dirigida por Mónica Raya, producido por la Dirección de Teatro de la UNAM, 2017./ Especial

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