Ligereza eficaz

Ago 16 • Miradas, Música • 2887 Views • No hay comentarios en Ligereza eficaz

 

POR IVÁN MARTÍNEZ

 

El aniversario 450 del natalicio de William Shakespeare y la justificada avalancha de títulos escénicos alrededor de su dramaturgia llegaron apenas a la ópera mexicana. Notoriamente, esto ha ocurrido fuera del ámbito oficial; cosa rara, si pensamos que incluso entre el repertorio más tradicional, en el que suele sentirse cómoda la Compañía Nacional de Ópera, existe una vasta producción con raíz shakespearana: de Rossini y Verdi a Gounod y —¡hasta!— Wagner, que este año pasó inadvertida.

 

Así como los traspiés que han resultado de sus producciones, la falta de imaginación de la Compañía también ha sido suplida por producciones “independientes”, algunas auspiciadas por el mismo Instituto Nacional de Bellas Artes, que le han brindado a nuestra vida operística el respiro de largo aliento que tanto necesitaba.

 

A la Porgy and Bess de hace unos días, se sumó el fin de semana Béatrice et Bénédict, de Hector Berlioz, presentada bajo una propuesta semiescenificada de Sergio Vela y dirigida musicalmente por Carlos Miguel Prieto dentro de la temporada veraniega de la Orquesta Sinfónica de Minería en la Sala Nezahualcóyotl de la ciudad de México.

 

Pieza con libreto del compositor basado en la comedia Mucho ruido y pocas nueces (Much Ado About Nothing), este estreno en México sumó, a su efeméride literaria, el aniversario del propio estreno de la ópera en Baden-Baden, llevado a cabo el 9 de agosto de 1862.

 

Se trata de la última composición de Berlioz. Un capricho personal para acercarse a la música ligera, a la comedia y a Shakespeare, sin perder el dulce y penetrante lirismo que caracteriza su música vocal y ejerciendo un oficio de orquestador recio y pulcro. Una ópera en dos actos sin mucha pretensión ni profundidad dramática o formal que raya más bien en la opereta y que en su estreno mexicano recibió una lectura suficientemente precisa y lógica tanto en lo musical como en lo escénico.

 

Como concertador, Prieto dirigió con precisión a una orquesta consistente, formada por una sección de cuerda rigurosa, unos metales con emisión clara cuyas trompetas, sin embargo, sonaron excesivas durante la Canción de Somarone en el inicio del segundo acto y una sección de maderas sorpresivamente dubitativa en su unidad como ensamble.

 

Prieto fue eficaz, cuidadoso e intuitivo con los relieves y matices del acompañamiento, mas no resultó así su lectura de la obertura y el entreacto, ambos grises. Aunque no del todo responsable por la eficiencia coral, el director pudo también haber apretado tuercas para que la pronunciación del ensamble preparado por Fernando Méndez fuese más clara.

 

La puesta de Vela fue de resultados limpios, sin ambiciones en lo visual: mínima para permitir los movimientos escénicos en un espacio reducido, con un marcaje actoral básico que sin embargo fue permisivo en cuanto al humorismo encomendado a dos de sus personajes: Ursule, encargada a la contralto Ginger Costa-Jackson, apreciada en su exageración por una sección del público, y Léonato, encarnado por el actor Luis Artagnan, más incómodo en el tono impostado y artificial con el que recitó los textos preparados para nuestro idioma por el mismo Vela.

 

El también asesor artístico de la orquesta de Minería como director se ha acercado comprometidamente con un libreto mucho más ligero y humano. Él mismo firmó una eficaz iluminación con la que se defendieron los vestuarios de Violeta Rojas y el maquillaje diseñado por Ilka Monforte, ambos de pretensión disociada de la naturalidad de los demás elementos.

 

Canto noble en general de todos los solistas y en particular de los personajes secundarios encomendados al barítono Josué Cerón (Claudio) y al bajo Óscar Velázquez (Don Pedro), no así el del bajo Jacques-Greg Belobo, de poca claridad en su encarnación de Somarone, el anodino personaje agregado por Berlioz a la historia y para el que tampoco logró escribir musicalmente con gran favor. Al lado de la débil presencia del Bénédict del tenor Ernesto Ramírez, fueron la mezzo Michèle Bogdanowicz, como Béatrice, y la soprano Leticia Vargas de Altamirano, como Héro, quienes mejor lucieron. Bogdanowicz cantó con gran soltura el aria Dieu! Que viens-je d’entendre?, brindando suficiente confidencia a ese momento en el que su personaje se da por vencida al amor, y Vargas de Altamirano, conocida por tener una voz pequeña, sin mucho cuerpo y que suele ser criticada por su incapacidad para hacerse escuchar, logró aquí uno de los momentos más bellos al cantar, junto a Costa-Jackson, el dueto del final del primer acto, el nocturno Vous soupirez, madame. Lirismo puro que salvó la imagen indistinguible de su aria inicial,Je vais le voir… il me revient fidele.

 

Sin la indolente seguridad que ofrece la Ópera de Bellas Artes, es probable que sea el esquema de producción independiente, desde instituciones consolidadas, o el acogimiento de giras internacionales, lo que venga a resucitar nuestros ánimos operísticos. Lo sabremos con la versión de Mauricio García Lozano de —la también shakespereana—The Fairy Queen de Purcell programada para octubre y con el Radamisto de Haendel que llegará desde Salzburgo en noviembre.

 

*Fotografía: Carlos Miguel Prieto dirigió a la Orquesta Sinfónica de Minería durante la escenificación de “Béatrice et Bénédic” en la Sala Nezahualcóyotl./ARCHIVO EL UNIVERSAL.

 

 

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