Lila Avilés y la celebración microcósmica
A través de los ojos de una niña, la cineasta hace un íntimo retrato de la familia mexicana y los contrastes de cómo afrontar la muerte ante una enfermedad terminal, al método de David Lynch
POR JORGE AYALA BLANCO
En Tótem (México-Dinamarca-Francia, 2023), delicado filme 2 ya como autora total de la egresada en dirección escénica de 41 años Lila Avilés (La camarista 18), la vivaz niñita de siete años Sol Solecita (Naíma Sentíes) juguetea con pelucas arcoíris (“Aquí es donde va el cielo”) durante su viaje en auto al lado de su joven madre actriz teatral Lucía (Iazua Larios), al atravesar un puente apuestan a contener la respiración para que se les cumplan sus más caros deseos secretos respectivos, lo consiguen botadas de risa por inflar cómicamente los carrillos, la tierna falsamente ingenua Solecita no tiene empacho en confesar cuál fue su particular deseo (“¡Que no se muera mi papá!”), y luego, como si nada hubiera sido dicho u ocurrido, es depositada en la casa de campo propiedad de su septuagenario abuelo psicólogo Roberto (Alberto Amador) aún en activo pese a tener que comunicarse mediante una laringe robot, enseguida la madre parte para atender sus obligaciones escénicas urbanas, y la chavita queda a cargo de las tías hermanas paternas conductualmente opuestas Nuria Nuri (Montserrat Marañón) y Alejandra (Marisol Gasé) que ese día están absortas y entregadas a la preparación de una magna fiesta-sorpresa por el cumpleaños del padre de la pequeña, el patético pintor con fulminante cáncer terminal Tonatiuh Tona (el escritor Mateo García) que habita herméticamente confinado en su habitación-taller y apenas puede sostenerse en pie merced a las extremas atenciones de su cuidadora profesional Cruz (Teresa Sánchez), tras una puerta siempre cerrada que la sensitiva e inteligente Solecita tiene prohibido tocar siquiera para ver si le abren, mientras la curandera despistada Lúdica (Marisela Villarreal) y el tío terapeuta cuántico Napo (Juan Francisco Maldonado) pretenden hacer de las suyas para ahuyentar a los malos espíritus y a las malas vibras por igual, hasta que caiga la tarde y sobrevenga el caos con la llegada de los parientes histriónicos y los obsequiosos amigos invitados, para que el desplomado Tona pueda abrazar por fin a su adoradora vástaga Sol, le regale una pintura suya, y ella se abandone a las delicias de un show montado con su madre de regreso citadino y finalmente, entre el bombardeo de luces y sonidos autoexcitados en exceso, se inmovilice como magnetizada por la contemplación del pastel de cumpleaños, en el tumulto desorbitado de esta intensa e hipercautelosa celebración microcósmica.
La celebración microcósmica se torna inevitablemente coral, de clase media alta, en las antípodas de las chuscas comedietas familiaincómodas de moda (tipo la saga iniciada por El cumple de la abuela de Colinas 15), porque marcada por la magistral ópera prima de la superinfluyente argentina Lucrecia Martel (La ciénaga 01), si bien esa influencia patronal resulta a fin de cuentas tan evidente como la del fragoroso debutante Vintenberg en los albores del Dogma 95 (Festen-la celebración 98) o aquella chiquitina añorante del Verano 1993 de la catalana Carla Simón (17), en cuanto al pálpito de numerosos personajes pululantes con crucial importancia significativa y ninguna a la vez, como lo son el archidisminuido abuelo psicólogo provecto viudo inconsolable de una amada con cáncer Roberto que defiende a brazo partido su privacidad contra invasiones insufribles (esa delirante irrupción santona en su consultorio) aunque sólo sea para podar esmeradamente su colección de arbolitos bonsai (simbólicos de su mínimo alcance humano) y estar sometido a los arrebatos histéricos de una paciente enrabiada por repetir al infinito sus neuróticas pautas amatorias, la frustradísima medio alcohólica tía pelona asexuada Nuri tan insegura interior/exterior que necesita consultar con su niñita ladillosa Ester (Saori Gurza) sobre su apariencia clasemediera (“¿Con aretes o sin aretes?”/ “¡Con aretes!”) y mejor se sustrae a la mirada de los demás no atreviéndose a bajar a la fiesta so pretexto de terminar el regio pastel que coronará el festejo, la basta fisicomoral hasta decir basta tía organizadora hiperkinética del evento Alejandra que sólo se preocupa en fumar como chacuaco y teñirse el cabello mientras ejerce su acción controladora de su frágil hermana menor y de quien se le ponga enfrente, y el padre inaccesible y después intocable Tonatiuh que obsequia a su hijita una evocadora pintura presuntamente mágica de autoría suya y que a duras penas logra participar en calidad de bulto en su abrumador festejo tras entusiasmarse con el obsequio de un juguetón tubo diseminador de estrellas del firmamento.
La celebración microcósmica revela a Lila Avilés como la gran cineasta mexicana de la inquietud informulable, la que brota de todos los estímulos sensoriales presentes y traza líneas de fuga anímica por doquier, la inquietud que nace de una urgencia de fusión y un reticente rechazo al mundo de los adultos, la inquietud de fuerzas maquínicas que se desestructuran y deforman sin perder su esencia pero ya dominados por otra que es su negación misma (como en David Lynch), la inquietud que existencialmente socava a la ternurita Sol luego de mimar con peluca arcoíris sobre los hombros de mamá un aria de la Lucia de Lammermoor de Donizetti y en especial frente a las velas del refulgente pastel onomástico dentro de un largo plano fijo pleno de emociones contradictorias reflejadas en el rostro de la pequeñuela dentro de una secuencia mutable y eternizada, la inquietud en vilo, la inquietud de un festejo que se sabe o se presiente como despedida del cosmos y un advenimiento de la vida en su extinción de todos tan temida.
Y la celebración microcósmica cierra con un epílogo en campos vacíos en la ausencia de la pequeña-testigo eje de la ficción Solecita, dentro de la evacuada alcoba paterna finalmente aireada entre sus cortinas blancas, en un espacio fractal y pleno abierto hacia ninguna parte, o hacia las huellas ahora invisibles de la niña confrontada con el inextricable misterio de la muerte.
FOTO: Tótem fue seleccionada para representar a México en los Oscar. /Especial