La India, una Babel literaria

Nov 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 6806 Views • No hay comentarios en La India, una Babel literaria

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Con una amplia variedad de lenguas milenarias, la tradición literaria de la India es rica en obras de calidad indiscutible. Este artículo nos presenta a algunos de los exponentes de la literatura clásica y contemporánea del país invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en su edición 2019

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POR ÓSCAR FIGUEROA

 

Como sucede cada año, la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, que comienza en unos días, es la ocasión idónea para asomarse a la rica tradición literaria del país invitado. Sin embargo, a diferencia de otras ediciones de la FIL, ese acercamiento presenta desafíos únicos este año, con la India como país invitado. Con veintidós lenguas oficiales y muchas otras no oficiales, hablar de la literatura de la India es, en realidad, hablar de una pluralidad de tradiciones literarias. Si bien ha habido siempre intercambio y fertilización mutua, resulta un tanto temerario hablar de una sola tradición literaria india. Dimensionar el desafío que supone tal diversidad pasa por la demografía: con una población de mil 200 millones de habitantes, en la India 500 millones de personas usan el hindi como primera lengua, 110 millones el bengalí, 80 millones el maratí, 70 millones en el sur profundo usan el tamil, 50 millones respectivamente canarés, urdu y guyaratí, y unos 150 millones el inglés como lengua franca, por referir los ejemplos más representativos. Frente a estos números, hablar de “la literatura de la India” equivale casi a hablar de la literatura de toda la Unión Europea, con sus 24 lenguas oficiales, incluidos el alemán (alrededor de 80 millones de hablantes), el francés, el italiano y el inglés (unos 60 millones de hablantes cada uno) y el español (50 millones de hablantes). Por sí sola, la India es una Torre literaria de Babel, y aunque en retrospectiva y con mucha imaginación cabe discernir una atmósfera común, en el detalle las vertientes, los temas, los motivos desbordan a cualquier lector.

 

Desde hace casi un siglo y por razones obvias, la principal puerta de acceso a ese imponente templo ha sido la literatura angloindia, que no ha dejado de maravillarnos desde que Mulk Raj Anand, en el norte, y Rasipuram Krishnaswami Narayan, en el sur, incursionaran en la escritura de ficción en inglés con intereses disímiles ―el primero, la crítica social con Untouchable (1935); el segundo, el realismo mágico con Swami y sus amigos (1936)―, pero igualmente logrados. Una estela de autores consagrados mantiene la vigencia del inglés como umbral al universo literario indio. Baste mencionar al controversial Salman Rushdie y su Hijos de la medianoche (1981), al novelista y poeta Vikram Seth y su Un buen partido (1993), a la novelista y activista política Arundhati Roy y su El dios de las pequeñas cosas (1997) o al novelista y ensayista Amitav Ghosh y su El palacio de cristal (2000). Todas estas obras han sido para varios lectores punto de entrada y, no pocas veces, el inicio de una larga estancia literaria en la India.

 

 

Pero, de nuevo, la Babel india posee muchos otros portillos y pasajes. Algunos se han abierto para el hispanohablante gracias también al arte de la traducción, casi siempre con escala en el inglés o el francés. Sin duda, el caso más célebre es el premio Nobel Rabindranath Tagore, cuyas novelas, cuentos y poemas, escritos originalmente en bengalí, han cautivado a incontables lectores desde hace un siglo; menos conocidas, pero hoy parcialmente al alcance en español son la pluma de Munshi Premchand, el narrador más importante en hindi antes de la Independencia (véase, por ejemplo, La India: los intocables y otros cuentos), y ya en el periodo independiente, la pluma del poeta, ensayista y folclorista canarés Attipate Krishnaswami Ramanujan (véase, por ejemplo, Cuentos populares de la India o Cinco poemas). Sin embargo, mil y un puertas más aguardan a ser abiertas, idealmente en traducciones directas al español; en su defecto, en traducciones disponibles en otras lenguas. En el ámbito de la poesía en hindi puede mencionarse al multipremiado Leeladhar Jagudi, invitado a la FIL; dentro de la rica tradición literaria tamil destaca Perumal Murugan y su enigmática novela Maadhorubaagan (2010), traducida al inglés como One Part Woman (2014).

 

 

Pero el desafío que representan las letras indias no tiene que ver únicamente con su diversidad. A esta exigencia hay que sumar otra: su longevidad. Diversidad y longevidad conforman una de las historias literarias más complejas de la humanidad. Una Torre de Babel erigida sobre múltiples registros con una antigüedad de mil años en el caso de las actuales lenguas del norte y el centro de la India, de mil 500 a 3 mil años en el caso de las cuatro grandes lenguas del sur ―canarés, télugu, malayalam y tamil―, así como de los prácritos y el sánscrito.

 

Al discurrir por ese extraordinario cauce histórico, nos salen al paso verdaderos monumentos literarios: en el sur, la gran épica tamil, el Cilappatikaram de Ilankovatikal (ca. siglos V-VI), una historia de amor trágico y vindicación religiosa; también en el sur, el Andhramahabharatam de Nannaya (ca. siglo XI), la recreación en télugu, combinando verso y prosa, de la epopeya sánscrita el Mahabharata; en el Deccan, la lengua maratí adquiere estatura literaria con la Jñanesvari, extenso comentario en verso sobre la Bhagavadgita escrito por el niño prodigio Jñanesvar (siglo XIII); dos siglos después, en el norte, Tulsidas escribe en avadhi, un dialecto del hindi, otra magistral recreación poético-religiosa de un clásico sánscrito: el Ramcaritmanas. Y no hay que olvidar aquí el rico legado literario, por igual en persa o hindi, de la India musulmana, con una historia también de casi un milenio, desde Abu al-Faraj (siglo XI), el panegirista de la dinastía Ghaznavid en Lahore, hasta Amir Khusrau (siglos XIII-XIV), el maestro de la poesía lírica gazal, o Manjhan (siglo XVI), autor del sublime romance sufí Madhumalati.

 

 

La lista prosigue. Una mirada de conjunto no puede obviar el gran corpus de la literatura devocional (bhakti), las canciones y los poemas de figuras de todas las castas, oficios y credos, que a lo largo de un milenio, entre los siglos VII y XVII, nutrieron las letras indias: el músico Allamaprabhu en canarés (siglo XII), el humilde brahmán Narsi Mehta en guyaratí (siglo XV), Nanak, el fundador de la religión sij, en punyabí (siglo XV), el ecuménico Kabir en hindi (siglo XV), entre muchos otros (véase la antología preparada por Jesús Aguado, ¿En qué estabas pensando? Antología de poesía devocional de la India). Este concierto plurilingüe de sentimiento místico y experiencia personal fue además el espacio para que la voz femenina resonara por primera vez en la India: Antal en tamil (siglo VII), Akka Mahadevi en canarés (siglo XII), Lallesvari en cachemir (siglo XIV), Mirabai en rayasthaní (siglo XVI), y muchas más (véase la antología preparada por Elsa Cross, La locura divina: poetas místicas de la India).

 

Tarde o temprano, esta densidad babélica nos conduce a otro célebre umbral: la literatura sánscrita, definida por la propia tradición, para distinguirla de las lenguas vernáculas o regionales (desabhasa), como la lengua culta o transregional (margabhaṣa). Con una historia de 3 mil años de producción ininterrumpida, el corpus literario sánscrito constituye un tesoro cultural único. Tanto en diversidad como en profundidad no le pide nada al corpus grecolatino, el modelo estándar de clasicismo. De hecho, desde ciertos ángulos, la dignidad del corpus sánscrito desborda cualquier comparación, poniendo en entredicho el lugar común. No sólo es diverso y profundo; es además inmenso: según cálculos conservadores, más veces más grande que lo que se ha preservado en griego clásico. Importantes disciplinas como la filosofía, la teoría literaria y la estética; el derecho y la política; la medicina, las matemáticas y la astronomía, decidieron plasmar sus inquietudes en sánscrito. La abundancia vale desde luego para las belles-lettres, la tradición literaria sánscrita en sentido estricto, la cual abarca no sólo grandes poemas ornamentales sino asimismo un amplio abanico de géneros menores, además de teatro, cuento, fábula y obras didácticas; recurre al verso, a la prosa y a combinaciones de ambos registros, y emplea una constelación de recursos retóricos y estilísticos, algunos muy idiosincrásicos. El sánscrito es asimismo la lengua de las fuentes textuales de lo que hoy llamamos hinduismo —desde los Vedas y las Upaniṣads hasta las grandes epopeyas, el Ramayana y el Mahabharata—, y es fundamental para el estudio de otras dos grandes tradiciones religiosas nacidas en suelo indio: el budismo y el jainismo. Además, una vez consolidada como la lengua culta del subcontinente, ejerció una importante influencia sobre la manera de pensar de muchas otras culturas en el sureste y el centro de Asia, consiguiendo hacerse presente en un vasto territorio. Frente a un currículum tan respetable, no deja de sorprender que fuera de la India el lector promedio, o aun el educado, ignore por completo la trama del Ramayaṇa, que quizá jamás haya escuchado hablar de Kalidasa (siglo IV e.c.), el “Shakespeare de la India”, o que sus referencias a la sabiduría milenaria de la India se limiten a clichés más bien recientes.

 

 

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Dar cuenta de la formidable amplitud, en presente y en pasado, de las letras indias no busca, desde luego, desalentar al lector. Todo lo contrario. A nuestro favor puede aducirse que, así sea por los umbrales consabidos de la literatura angloindia y la sánscrita, así sea en traducciones indirectas, no estamos solos en esa aventura. Una tradición mexicana de lectura e incluso apropiación de la India nos precede: del modernismo de Amado Nervo al nacionalismo espiritual de Madero y Vasconcelos al erotismo poético de Octavio Paz al interiorismo visionario de Elsa Cross. Con este mapa elemental y la FIL como pretexto perfecto, estas páginas son, pues, una invitación a acercarnos a las letras indias como una oportunidad para enriquecer nuestra visión del mundo a varios niveles.

 

 

En el ámbito popular, la India remite hoy casi automáticamente a las prácticas del yoga y la meditación, a mantras y sublimes estados de conciencia, a vegetarianismo. Es la India abstracta y mistificada, sin historia ni dinámica social, que soñaron románticos y orientalistas; la India dócil de la Colonia; por último, la India que abrazó la nación moderna india desde adentro como carné de identidad hacia fuera. En el otro extremo, sobre todo desde hace un par de décadas, la India remite hoy a la gran potencia económica emergente. Como esta nota intenta evocar desde la perspectiva de la literatura, la realidad india rebasa con mucho esta imagen normativa. Los múltiples rostros literarios de la India descubren para nosotros un vasto horizonte cultural habitado por millones de personas. Ante ese prodigio, la invitación apuntaría, en última instancia, al reconocimiento de un universo intelectual paralelo, dotado de una gama completa de vivencias, en lo sagrado y lo profano, y posibilidades discursivas. Las repercusiones de este descentramiento cultural son particularmente saludables en nuestro caso, como invitados tardíos a esa entidad abstracta, pero dominante, que hoy llamamos Occidente. De entrada, el ejercicio relativiza nuestra pertenencia a esa entidad, al sugerir, por ejemplo, que en sentido estricto, para nosotros Oriente es Europa, y que históricamente la India y el resto de Asia fueron nuestro Occidente. Acercarnos a la literatura de la India, diversa y lóngeva, puede proporcionarnos esa amplitud de miras. El aporte vale también para el futuro inmediato, respecto a un escenario que será cada vez más común y que tendrá en la India un espejo cada vez más próximo, con todos los retos de interacción y comprensión que ello supondrá. Más allá de los estereotipos y la banalización, la Babel literaria india tiene mucho que enseñarnos al respecto.

 

ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega

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