Entre el terror de lo clínico y lo criminal: entrevista con la escritora Lola Ancira

Abr 23 • Conexiones, destacamos, principales • 3157 Views • No hay comentarios en Entre el terror de lo clínico y lo criminal: entrevista con la escritora Lola Ancira

 

Los cuentos de Tristes sombras están inspirados en personas reales que transitaron dentro de dos de los espacios más tétricos de la historia de México: La Castañeda y Lecumberri

 

POR SOFÍA MARAVILLA
¿Alguna vez se ha preguntado, querido lector, si esta libertad que usted padece no es más que una trampa para esconder las cadenas de su albedrío? Esta pregunta surgió cuando leía el último libro de la escritora queretana Lola Ancira, Tristes Sombras (Paraíso perdido, 2021), en el cual conjuga lo demencial y lo criminal en una serie de cuentos que permiten al lector acercarse a una realidad demasiado próxima como para querer aceptarla, pues forma parte de los cimientos fantasmas de la Ciudad de México, tan apabullante y cambiante, y es que Ancira nos guiará por los meandros de dos colosos que estremecen nuestro imaginario nacional: el hospital psiquiátrico La Castañeda y el palacio negro de Lecumberri, dos regímenes de control y exclusión, dos ciudades marginales donde prevaleció la ley del más fuerte y de donde Ancira ha rescatado los escombros de sus habitantes, para sacar a la luz aquello que nos esmeramos en mantener sepultado por pura estabilidad mental.

 

“Son dos elementos fundamentales los que motivaron la creación de Tristes sombras: el hechizo empezó por la arquitectura de Lecumberri y La Castañeda, y después los personajes que no tienen voz, que están en la periferia y que generalmente son ignorados o puestos a un lado; precisamente estos personajes son los que habitaban estos espacios”, dice la también autora de Tusitala de Óbitos (INBA-Conaculta, 2013) y el Vals de los Monstruos (FETA, 2018), quien se ha decantado por el cuento como método y espacio para permitirse recorrer su propia sombra y alimentar a su minotauro.

 

“Quería estar involucrada con especialistas para que los cuentos resultaran verosímiles y no estar creando ficción meramente de mi imaginación. Busqué ensayos y entrevistas en línea, y dos especialistas me ayudaron muchísimo: Andrés Ríos Molina, con su libro La locura durante la revolución mexicana. Los primeros años del manicomio general la Castañeda, 1910-1920, y Alberto Carbajal, psiquiatra de la UAM Xochimilco, a quien entrevisté varias veces y me llevó al Hospital Psiquiátrico Dr. Samuel Ramírez Moreno, donde conocí a Martín, quien sería después uno de los personajes. Otro libro que me ayudó fue La Castañeda, de Cristina Rivera Garza. De esos documentos, que fueron esenciales, saqué nombres para personajes, fechas, historias.”

 

Lee el cuento “Furor Impius” de Lola Ancira aquí. 

 

¿Cómo fue tu experiencia como visitante en el psiquiátrico?

 

Me recordó a un asilo al que fui del Gobierno de Jalisco estando en la secundaria —estuve en un colegio de monjas y nos llevaron como parte del servicio social—, y era horrible la situación en la que estaban las personas de la tercera edad: había carencias de muchas cosas, medicinas, alimentos, higiene. En el psiquiátrico era muy similar, pues no hay atención médica, no la necesaria, no hay médicos suficientes para atender a todos, la mayoría tiene problemas dentales porque no reciben la atención médica de ninguna especialidad, sólo la esencial para estar ahí y poder seguir con vida, pero hay demasiadas carencias. En ese aspecto, los mismos problemas que había en La Castañeda siguen sucediendo ahora. Para mí es muy desolador, me dan más ganas de seguir escribiendo sobre estas personas. Es la forma en la que yo puedo hacer algo por ellos.

 

Hablas de dos regímenes: el clínico y el criminal, controles excluyentes. ¿Qué hace la diferencia entre el criminal y el “loco”, y dónde se borran los límites de esa diferencia?

 

La similitud es que a ambos se les obliga a estar recluidos como una especie de terapia, al criminal esperando que se sane, en cambio el “loco” no se va a sanar. Para mí, la diferencia fundamental sería que el criminal busca, por distintos motivos, necesidades y procesos químicos y biológicos, herir o dañar al otro, y los “locos”, o más bien las personas que tienen algún tipo de trastorno mental, porque no me gusta llamarles “locos”, se hace daño a sí mismos, aunque pueden hacer daño a los demás, pero sobre todo a sí mismos, porque están muy distantes del concepto de realidad al que estamos adheridos la mayoría y viven en una realidad que nosotros no comprendemos.

 

Lo pregunto porque mencionas a Goyo Cárdenas, “El estrangulador”, que estuvo encerrado en La Castañeda, aunque el tipo iba matando mujeres, es decir, era un criminal, pero se le consideró que padecía de trastornos psiquiátricos.

 

Ahí está súper interesante, porque Goyo estuvo en Lecumberri y su abogado le dijo que debía decir que tenía trastornos mentales para que lo llevaran a La Castañeda, y así fue como lo transfirieron. Pero su caso no es único. El problema es que la prisión podía mandar a quien quisiera al manicomio y no podían negarse, entre otras cosas, porque estaba supeditado, pero también porque empezó como un asilo y un manicomio, entonces podía recibir a personas que no tuvieran ningún tipo de trastorno mental y que simplemente necesitaran asilo. También ahí enviaban a muchas de las personas que estaban alcoholizadas en las calles, los tenían recluidos unos días y luego salían, entonces no había límites concretos, y en ese entonces la psiquiatría no existía como especialidad en México, y lo que sucedía era que no sabían qué hacer con los criminales que presentaban otro tipo de problemas o de trastornos y los mandaban a La Castañeda. Entonces, si de por sí era terrible con el hacinamiento y demás, esto lo empeoraba. Una vez que se establece la psiquiatría, ya empieza a haber más parámetros para diferenciar a las personas con trastornos mentales de los criminales; eso poco a poco ha ido avanzando, es una cuestión de décadas, pero sí costó muchísimo trabajo al inicio.

 

El caso de Goyo es muy macabro, porque incluso le hicieron un homenaje en la Cámara de Diputados cuando salió de La Castañeda y se fue a Estados Unidos, donde se casó y tuvo hijos. Digamos que fue una “historia de éxito”. A mí no me gusta llamarla así, pero la sociedad y el gobierno lo estableció de esa manera porque fue precisamente un criminal que supuestamente se reformó y que pudo tener una vida normal después. Me obsesioné un poco con él, de hecho, aparece en El vals de los monstruos un poco velado, y también en Despojos hay un cuento que se enfoca totalmente en él.

 

¿Qué encontraste respecto al crimen y a la locura en las mujeres?

 

Sobre todo que estaba vinculada con la depresión, que llamaban “melancolía”. O sea que si una mujer estaba triste o no quería hacer algo o no respondía, se le tildaba de melancólica y tenía que terminar en La Castañeda. Había también una violencia de género increíble, y por esa cuestión también quise hacer un universo femenino en
La Castañeda y un universo más enfocado a lo masculino en Lecumberri, porque era espantoso lo que fui descubriendo en La Castañeda, sobre todo en el hospital de la Canoa, el manicomio previo a La Castañeda y de donde llevaron a las mujeres.

 

En el caso de Lecumberri, encontré que había un pabellón para mujeres que cerraron en los 60. Ahí encontré el caso de Lola “la Chata”, que ese sí veo como un caso de éxito (risas) porque era una mujer que pasó de vender comida en un puesto callejero a ser una exitosa narcotraficante conocida en Estados Unidos y en México. Ella atravesaba la frontera. Entró y salió de Lecumberri varias veces porque tenía muchas palancas y vínculos con la policía, y justo cuando estaba leyendo su historia, pensé que debía ser parte de uno de los cuentos.

 

Lo que sí es que hay muchas estadísticas que indican que las mujeres son mucho menos sangrientas y violentas. Suelen elegir venenos o estrangulan, usan métodos menos violentos que los hombres, que suelen cercenar cortar, triturar y demás.

 

El caso de Consuelo, que termina convertida en “ninfómana” o adicta sexual, pone de manifiesto el trasfondo religioso de la sociedad y cómo las mujeres han sido objeto de patologización…

 

Al principio de siglo XX estaban en un México profundamente guadalupano, por el cual se rechaza esa sexualidad femenina. Había mucho tabú en torno a ella y por eso es que también quise escribir sobre esta mujer que sufre de una exacerbación de la sexualidad, porque mucho tiempo estuvo privada de ella. Entonces, ¿cómo reaccionas ante algo de lo que te privan pero resulta que es grato? Pues eso, se va a los extremos.

 

La “Trituradora de angelitos” me hace pensar en esas opiniones de que una se va a ir una al infierno por abortar…

 

O que queremos que el aborto sea legal para hacerlo cada domingo y hacer fiestas de aborto (risas).

 

¡Claro! Me hace pensar sobre lo que se inscribe en el cuerpo de las mujeres, y si en verdad eso ha mutado…

 

Es algo que he hablado con muchas amigas y la cuestión es que a veces estamos en una burbuja en la que creemos que avanzamos y decimos que hemos cambiado, pero en realidad te asomas y es horrible, todos estos comentarios que se hacen en redes lo confirman. Yo siento que somos un grupo minoritario que sí ha avanzado, y que poco a poco va a ir sucediendo, pero que todavía falta muchísimo para que se pueda ver un cambio real en la sociedad; no nada más en los grupos feministas, sino en la sociedad en general. Porque es muy triste pensar que todo es maravilloso y de repente hay cinco noticias de feminicidios en un solo día.

 

También en Tristes sombras hay una estratificación de la ciudad. Pensaba en estas “niñas bien” que van de su hacienda en Tacubaya a buscar espiritistas en la Guerrero, o la “Trituradora”, que viene de Veracruz y vive en esa colonia Roma aún no gentrificada. ¿Cómo se han transformado estos espacios?

 

La gentrificación es terrible porque está modificando la ciudad, la está deshaciendo y aniquila su historia. Le está dando valor a lo que antes no lo tenía, pero mal enfocado. También es terrible porque justo lo que quería mostrar era que la ciudad antes era mucho más pequeña, y La Castañeda y Lecumberri estaban alejadas, eran miniciudades. Pero la ciudad se empezó a expandir y se comió a ambas, se empezó a transformar todo el medio, todo lo que era rural y lo que era ciudad. Ahí hay un cambio muy fuerte en cuanto a lo social. Como esta mujer que venía de Veracruz, pero había muchas otras personas que venían de provincia justo buscando trabajo, y eso también comienza a transformar a la sociedad, y se transforma el escenario al mismo tiempo que lo hacen sus habitantes, y esto es algo que también comienza a suceder en Lecumberri y en La Castañeda. Era algo que yo también quería mostrar, por eso también el avance cronológico en las historias, cómo inició y cómo se fue transformando, pero no solamente sus habitantes, sino también sus edificios, quería tratar la arquitectura como un ente orgánico que siente, respira y se transforma, que vive, se desarrolla y muerte, y yo siento que eso es lo que está ocurriendo ahora, aunque ya estamos en la parte decadente, yo creo que estamos entrando en la muerte. Digo, suena muy negativo, pero sí siento que esta ciudad está cada vez más en decadencia, y está feo que lo diga, porque en verdad amo esta ciudad.

 

¿Realmente lo siniestro sí forma parte de la naturaleza humana?

 

¡Claro! Creo que esta dualidad le es completamente inherente. Precisamente en el Vals de los monstruos me enfoqué en el arquetipo de la sombra que propone Gustav Jung, que es el tema del inconsciente, qué tanto influye en nosotros todo esto que no admitimos, pero que todos tenemos, esa sombra está ahí, nos configura, y aunque no la aceptamos a plena luz, sigue y seguirá. Es una dualidad inherente de bondad y maldad. Pienso que la mayoría puede lograr que la bondad gane más terreno, pero hay muchos otros que dejan que sea la maldad y me parece interesante enfocar la mirada en esos otros. Pero también me han preguntado si hay límites. Digo que sí: están en no transgredir a los demás, en no llegar a hacer daño al otro. Ese es el límite que yo establecería, que mientras no se dañe al otro, claro que podemos indagar en nuestro inconsciente y nuestras sombras, y analizarnos para tratar de comprendernos. En lugar de hacer como que no lo vemos, hay que verlo en todo su esplendor y averiguar por qué nos atraen ciertas cosas.

 

FOTO: Lola Ancira ganó el Certamen Internacional Laura Cuenca con su libro, aún inédito, Despojos/ Juan Boites/ EL UNIVERSAL

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