Lo humano extravagante

Ago 4 • Lecturas, Miradas • 3848 Views • No hay comentarios en Lo humano extravagante

POR CLAUDINA DOMINGO

La publicación de las obras completas de un autor encarna por lo menos dos posibilidades de lectura: la lectura analítica puntual del proceso creativo de un escritor a través de sus años, y la lectura, también, de los textos que los lectores y los años habían dejado a la sombra con justa razón.

El primer aspecto de interés para un lector hispanoamericano en la poesía de Vasko Popa (Grebenac, 1992-Belgrado, Yugoslavia, 1991) es su poética extravagante pero contenida. Ted Hughes, gran admirador suyo, había creído encontrar en él un “surrealismo folclórico”, y ya sus compatriotas lo criticaron en su momento por lo que denominaron “delirio surrealista”.

Sin embargo, ambas aproximaciones fallan por concentrarse en los recursos que el autor utiliza y no en su integridad poética. Resulta más acertado perfilar la poética de Popa hacia lo peculiar, ya que la inclusión de elementos fantásticos o aparentemente absurdos como ejes rectores de la actividad metafórica de sus poemas no persigue, como el surrealismo, una declaración de la libertad del subconsciente; en cambio, estos elementos peculiares están enmarcados en un orden semántico en el que el poeta busca constantemente la simetría poética a través de las vigiladas disonancias que elige.

 

Por otro lado, esta extravagancia metafórica no conduce, como ocurrió durante el siglo xx en la poesía hispanoamericana, a la profusión, sino que en el caso de Popa (y esta es una peculiaridad para nosotros) la extravagancia lingüística se encuentra limitada no solo por la factura casi breve de la mayoría de sus poemas (10-12 versos en promedio) sino por la delicada estructura interior de los universos que el poeta desarrolla a lo largo de sus distintos ciclos poéticos, a cada uno de los cuales dota de ciertas fronteras lingüísticas respecto de las cuales cada poema representa una coordenada.

 

 

Se ha señalado también la necesaria participación activa del lector en el desciframiento de las representaciones poéticas de Popa. Además de que este desciframiento no resulta nada complicado, no hay en el autor una vana pretensión por oscurecer significados con la intención de dotar de un misterio artificial a los poemas. Por el contrario, a la manera de una “iniciación” poética, el lector participa ya de una experiencia sensible trascendente en el proceso de desciframiento.

 

 

Los libros más universales de Popa (Corteza, Campo sin sosiego, Cielo secundario), pese a no contener de manera explícita la violencia y el pavor de su tiempo, están forjados de un material en el que la vida no es una ocurrencia de la cotidianeidad sino la representación en cada vida y en cada hombre del drama humano. Como Canetti, Popa no teme a la denuncia de lo “natural humano” (entendido como el egoísmo en todas sus violentas metáforas); sus poemas manifiestan al mismo tiempo un extrañamiento respecto de la violencia que el hombre inflige a sus semejantes —una consciencia de la importancia del amor y de la ternura no como aproximaciones al coito o a la crianza sino como experiencias intransferibles y necesarias a la vida del hombre y su universo—, como un tono triste en el que el hombre acepta las reglas básicas del juego del absurdo.

 

 

Popa tiene dos facetas igualmente peculiares: el folclorismo serbio y una constitución personal y original de una cosmogonía universal que abreva del esoterismo y de los símbolos alquímicos. En Cielo secundario, un poemario nutrido en el hermetismo occidental, el poeta constituye su altar particular al mismo tiempo que narra el drama permanente del ser humano perdido en la oscuridad terrenal, incapaz de articular el lenguaje divino que lo forjó.

 

 

También recurre con ánimo ritual a la poesía cuando se dirige al encuentro con su humanidad localizada: libros como Tierra erguida, Sal lobuna, Carne viva se nutren de las leyendas y las religiones previas al cristianismo en el país natal para establecer un diálogo con los arquetipos primitivos serbios (el lobo sería la expresión de lo divino encarnado en lo vital humano). Sin embargo, tanto por el tema como por su tratamiento simbólico folclorista, aquí se reduce de manera importante la participación de un lector no familiarizado con estas leyendas y sus arquetipos.

 

 

Las últimos libros que el poeta publicó (así como muchos de los poemas periféricos recolectados en El cansancio ajeno) muestran en menor medida las cualidades originales y trascendentes de Vasko Popa, lo que es congruente con una poesía completa y que en todo caso sirven al lector para reflexionar: ¿cuál es el aliento que insufla a este poeta la belleza extravagante y la actualidad humana de sus más acabados libros, y que no está presente, sobre todo, en los poemas de su edad madura?

 

 

No sobra preguntarse también si nos excedemos buscando en los cajones de los grandes autores tras su muerte; si no ha sido sabio el tiempo y suspicaces los lectores que nos precedieron al dejar descansar en paz los libros desiguales, los malos poemas que también conocieron las plumas de los mejores escritores. Justamente convendría citar al gran poeta serbio cuando reflexiona sobre la trascendencia: “Unos son noches otros estrellas/ Cada noche enciende su estrella/ Y baila una danza negra en su redor/ Hasta que la estrella se consume/ Luego las noches se dividen/ Unas hacen de estrellas/ Otras se quedan como noches/ Cada noche enciende de nuevo su estrella/ Y baila la danza negra en su redor/ Hasta que la estrella se consume/ La última noche es estrella y noche/ Se enciende a sí misma/ Baila sola la danza negra en su redor”.

 

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