Lo que quiero escuchar en 2021
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Ramón López Velarde, poeta y autor de La suave patria, será celebrado musicalmente este 2021 a cien años de su muerte
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POR IVÁN MARTÍNEZ
Es cierto que acudir a los aniversarios para armar programaciones es un poco un lugar común, pero también es cierto que las efemérides sirven para, al acudir a los involucrados, repensar sus obras, redescubrir sus aportaciones, indagar sobre aspectos artísticos cuya valoración dábamos por sentado. Aún no sabemos cuándo volveremos a las salas de concierto y qué podremos escuchar cuando eso suceda; mientras, soltaré algunos datos e ideas, algunas son sueños guajiros, sobre lo que, pensando en las efemérides del año que comienza, me gustaría escuchar. Quizá le sirvan a algún programador, quizá despierte la curiosidad de algún lector.
El aniversario más importante del 21 es, por supuesto, uno que no tiene que ver con la música: el centenario luctuoso del poeta Ramón López Velarde. Hay que leerlo y regresar obligadamente a Un corazón adicto (la colección que reúne los ensayos de Guillermo Sheridan sobre el poeta), pero pienso también éste como el año en que se documente, por fin, su relación con la música y, sobre todo, con los músicos. Me temo que, hasta ahora, no hay mucho más que lo narrado aquí y allá por Carlos Chávez, quien siempre agradeció el espaldarazo público del poeta en su juventud.
(Hay una conferencia que impartió en El Colegio Nacional, disponible ahí mismo, y no pocas referencias en los textos que publicó en El Universal, editados ahora por Gloria Carmona.)
Inspirados en su poesía, hay diversos incisos musicales a los qué acudir: del propio Chávez, “Tierra mojada” para coro y “Todo”, para mezzosoprano o barítono y piano (ambas de 1932); y por supuesto la “Cantata a la Patria” (1946), basado en la Suave Patria y que su compositor, Blas Galindo, quien luego musicalizó para soprano “Fuensanta” y “Uno” es mi fruto, estrenó en la inauguración del edificio actual del Conservatorio. Luis Sandi también escribió una cantata sobre el poema nacional en 1951, pero es mucho más corta, y entre otras piezas inspiradas por su obra, vale la pena (¿por qué no reponerlo?) el ballet Provincianas (1950) de Salvador Contreras, que llevó coreografía de Josefina Lavalle.
Y muchas otras canciones de compositores tan disímbolos como Silvestre Revueltas, Raúl Lavista o Hilda Paredes que, sin duda, alguna institución debería antologar. Argentina seguramente vivirá fiesta nacional por el centenario del compositor Astor Piazzolla, de quien no creo que haga falta añadir poco más, pero aquí en México pasaron ya suficientes años desde que Eugenia León cantara su operita “María de Buenos Aires” en la Sala Nezahualcóyotl (2000). Me declaro admirador de ella, pero a quien me gustaría escucharle esta pieza es a la portentosa actriz de musicales, argentina radicada en México desde que llegó para protagonizar Chicago en 2001, Anahí Allué.
Ya que es una operita que navega entre lenguajes, creo que cabe mencionar de una vez que este año se cumplen 150 del estreno de Aida. Universalmente archiescuchada como los tangos de Piazzolla, el mejor homenaje sería poner la versión para teatro musical que escribió Elton John (1999), basado en la ópera de Verdi. Para ello, nadie mejor en el panorama actual que la actriz y cantante Majo Pérez para hacer el personaje de Amneris.
¡Lo que le aportarían actoralmente ambas a esos personajes, además de cantarlos estupendamente!
Me encantaría escucharlas pronto. A ellas cantando lo que sea y a esos títulos, aunque fueran en versión concierto: como por ejemplo quedó pendiente al inicio de la cuarentena el espectáculo donde los actores Natalia Sosa y Beto Torres presen tarían Tick, tick… boom! (Jonathan Larson). Ojalá retomen el proyecto en cuanto sea posible y antes de que el contexto cinematográfico del nuevo filme de Netflix (dirigido por Lin-Manuel Miranda) opaque las virtudes musicales puras de la partitura.
En 2021 se cumplen 500 años del fallecimiento de Josquin des Pres, a quien los especialistas en música antigua recordarán suficientemente. 100 de los de Camille Saint-Saëns y Engelbert Humperdinck, el primero está establecido y del segundo habría que buscar algo más que su Hansel y Gretel. Y son 50 también desde que se fue Stravinsky, quien dejó rarezas muy simpáticas más allá de sus más famosos tres ballets (quizá ya pueda convencer a mis amigos clarinetistas de tocar la Elegía para JFK, para barítono y tres clarinetes; aquí está la partitura para quien se anime).
De dos aniversarios me gustaría escuchar con particular interés: los 100 de Malcolm Arnold, británico prolífico cuyo lenguaje desparpajado y accesible no debe dejar dudas sobre la complejidad interna de algunas de sus músicas y a quien todo estudiante de composición debiera estudiar sus orquestaciones; y los 150 de Alexander von Zemnlinsky, austriaco igual prolífico de quien –más allá de su recurrido Trío op. 3– casi nunca se escucha nada; de los últimos años, sólo recuerdo al director francés Sylvain Gasançon haciendo con OFUNAM su poema sinfónico Die Seejungfrau (La Sirenita, basado en el famoso cuento de Andersen). Uno por “superficial” y otro por “intenso”, son dos creadores injustamente olvidados de las salas de concierto.
Este octubre se cumplirán también 100 años del natalicio de Pamela Weston, de quien es probable pocos lectores hayan escuchado hablar. Fue una clarinetista inglesa que se dedicó a historiar nuestro instrumento. A ella debemos las investigaciones más valiosas sobre nuestros antepasados (de entrada, recomiendo su colección Heroes and heroines of clarinettistry) y, sí, una de las culpables de que me dedique a registrar con palabras lo que escucho. Murió en 2009 en Suiza como una precursora de la eutanasia, a la que acudió satisfecha de las aportaciones que dejaba a la Música.
FOTO: Ramón López Velarde/ Especial
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