Novedad de López Velarde
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Pocos poetas han sido tan debatidos como Ramón López Velarde, una aceptación que llama a la revisión de su obra desde lecturas que trasciendan la voz engolada de los monumentos patrióticos. Confabulario dedica este número al centenario de la publicación de “Zozobra”, una de las obras fundacionales de la poesía mexicana del siglo XX
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POR MARÍA RIVERA
Dentro de dos años, en 2021, el más célebre poema de Ramón López Velarde, “La suave Patria”, cumplirá cien años, asimismo, se conmemorará aquel fatídico 19 de junio de 1921 en que el poeta zacatecano murió a los treinta y tres años, debido a una neumonía fulminante, en su departamento de la colonia Roma, de la Ciudad de México.
¿Cómo serán los festejos que se le organicen al poeta de “La suave Patria” en el gobierno de “cuarta transformación”? En 1971, el presidente Echeverría declaró “año López Velarde” por el cincuentenario de su fallecimiento. ¿Cómo se leerá desde la nueva patria oficial “La suave Patria”? ¿Se convertirá en nuestro poeta “nacional”? ¿Se utilizará el poema como verdad oficial dándole un uso similar al que se le ha dado a la “Cartilla Moral”de Alfonso Reyes, con grandes tirajes “para el pueblo” en una jugada irónica del destino? ¿O se le desdeñará por esa “íntima tristeza reaccionaria” que lo aquejaba?
A principios de este siglo, en el año 2001, cuando se cumplieron los ochenta años de la muerte del poeta, José Emilio Pacheco, quien le dedicó varios textos iluminadores, (hoy reunidos en el libro Ramón López Velarde. La lumbre inmóvil publicado por Ediciones Era) escribía, bromeando, sobre los festejos “¿por qué no esperamos a los cien? Quizá por la certeza de que en 2021 ya no estaremos aquí o por el miedo de que para entonces ya no habrá libros ni poesía”. No se equivocó, lamentablemente, en cuanto a lo primero, y en cuanto a lo segundo, aunque era una broma de tono apocalíptico, leída el día de hoy, cuando se desdeña la tradición de la literatura mexicana desde el poder institucional, la broma no deja de tener cierto aire inquietante.
Me hago estas preguntas mientras pienso en la suerte que el poema ha corrido desde que se publicó y que es bien sabida. Pocos autores más leídos, estudiados y debatidos como Ramón López Velarde. No creo exagerar al decir que ha estado en el centro de nuestros debates literarios desde que se le consideró el iniciador de la poesía moderna de México, junto con José Juan Tablada.
Su poesía, anómala y fascinante, ha despertado pasiones encontradas y es posible, el día de hoy, enfrascarse en una larga discusión sobre la naturaleza de su obra, reafirmando su vitalidad y vigencia.
Desde Xavier Villaurrutia hasta Fernando Fernández, pasando por Octavio Paz, Gabriel Zaid, Jaime Torres Bodet, Vicente Quirarte, Víctor Manuel Mendiola, hasta los académicos y escritores más jóvenes, no han dejado de reinterpretar su obra, dedicándole estudios detenidos y esclarecedores, algunos de ellos ya canónicos.
A pesar de ello, y como toda gran obra, la de Ramón López Velarde guarda con celo su carácter enigmático, ya sea debido a sus contradicciones espirituales, o a la ruptura profunda e inesperada que sus poemas significaron en la historia literaria: la original genialidad de su lenguaje, como se ha señalado en muchas ocasiones.
La obra de López Velarde, a pesar de su brevedad, es una obra inmensa; cada uno de sus poemas se presta para escribir sobre él, intentar develar su misteriosa música, sus insólitos adjetivos o la secreta historia que a veces cuenta, escondida entre sus versos.
No es mi intención aquí, sin embargo, ocuparme de alguno a profundidad, sino apuntar solamente algunas notas mentales, de carácter general, que me acompañan desde hace varios años, sobre la discusión que se generó en torno a la vigencia de “La suave Patria”, surgida a raíz de la guerra sangrienta que México padece desde hace más de una década y que ha resignificado trágicamente a nuestro país, al tiempo que parece haber modificado el lugar de enunciación de muchos poetas mexicanos, o al menos, haber alterado sus convicciones en torno a las preocupaciones que la poesía debía abordar.
Y es que si López Velarde consideraba, en 1921, que “nuestro concepto de patria es hoy hacia dentro”, una “patria íntima”, no “hacia fuera”, no histórica ni política, como escribió en Novedad de la patria; los poetas mexicanos de comienzos del siglo XXI, sobre todo los jóvenes, parecen convencidos de exactamente todo lo contrario: la patria, sangrienta y feminicida, así como los hechos de la historia, no son sólo asuntos susceptibles de convertirse en íntimos, sino que son asuntos primordialmente de la poesía. No la voz engolada de los monumentos patrióticos de antaño, pero tampoco la “épica sordina” de López Velarde.
Sin embargo, y de manera paradójica, han sido justamente estos años trágicos, completamente ajenos al universo poético de López Velarde –y precisamente debido a ello– los que han provocado que a “La suave Patria” se le haya bajado del pedestal donde descansaba, más o menos estable, para ser interpelada desde el presente vivo y conflictivo de la poesía mexicana, reubicándola como referente de la poesía “nacional”, tras casi un siglo de que el Presidente Álvaro Obregón la memorizara.
La confrontación entre la gozosa e idílica invención verbal de López Velarde de “La suave Patria”, creada hace un siglo, como un movimiento natural de su “íntima tristeza reaccionaria”, con la pavorosa realidad nacional de comienzos del siglo XXI, provocó la creación simultánea de poemas que intentaron trasladar la ruptura fatal del país al orden ficticio de la patria de López Velarde, como una reacción inmediata ante la fatalidad. Ejercicios de derivación, juegos retóricos documentales, o ejercicios de la imaginación como el poema “Suave septiembre” del poeta desparecido Gerardo Arana, han buscado reelaborar el imaginario lopezvelardeano, a través del desmontaje, la paráfrasis, el collage, con el mismo sentido: oponer al espejo estático y armónico de la patria, la imagen actual del horror sangriento, como una forma de “corrección” de la historia; una adenda o un grafiti sobre su piel “impecable y diamantina”, una clausura simbólica de la novedad de la patria, pacífica e íntima, que el poeta entreviera en 1921 y que permanecería indemne en el imaginario nacional, casi un siglo, antes de que volviese a ocurrir un baño de sangre, equiparable en dolor y pérdidas, a la revolución mexicana.
La pregunta, no por necia menos necesaria para la poesía, es si se puede “corregir” la patria de López Velarde, y si el resultado del gesto puede erigirse como algo más que una creación subordinada a la dicción y el imaginario del poema que nunca fue, ni ayer ni hoy, referente de lo real “externo” de la patria, sino de la imaginación íntima de nuestro poeta, genial y reaccionario.
Es evidente que más allá de la gestualidad crítica, la poesía mexicana ha sido capaz de crear imaginarios y lenguajes originales para hablar de su hora actual, expulsada hace mucho de su “vientre de coco”. Espejos contradictorios y vivos de una misma patria, que es al mismo tiempo, suave y sanguinaria.
La pregunta por la poesía es, y ha sido a lo largo de nuestra historia, una de las formas en que se ha construido nuestra identidad. La manera en que cada generación lee su tradición, la actualiza, termina por otorgarle un rostro y por mantenerla viva. En este sentido, la patria nostálgica de López Velarde, prodigiosa y hospitalaria, sigue siendo una casa viva. No como espejo fiel de nuestro presente, nuestras heridas y anhelos, pero sí como un latido constante y amoroso en el corazón contrito de la patria.
Esperemos que permanezca así, fiel a su carácter sensitivo y no como estatua marmórea de políticos y gobiernos, en homenajes por venir.
ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega
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