Lorna Martínez: la pasión por los libros que acabó entre escombros

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Una de las víctimas del sismo que el 19 de septiembre de 2017 azotó a la Ciudad de México fue Lorna Martínez Skossowska, escritora no profesional y amante de los libros. Con su historia recordamos también las de otros que murieron trágicamente hace dos años y que, como en el caso de Lorna, aún esperan justicia. Que el olvido no oculte la corrupción inmobiliaria que los condenó a muerte

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POR MIRIAM CANALES

La sombra del sismo del 19 de septiembre continúa revelando cicatrices en la fisonomía capitalina. Una de ellas es la de Lorna Martínez Skossowska, escritora veterana cuyo deceso fue divulgado por un encabezado sensacionalista: “Sírveme un whisky y sálvate tú” sin que se ahondara en sus raíces. Hoy, su nombre es recordado por una biblioteca en un centro cultural capitalino.

 

Constanza, su empleada doméstica, había preparado la copa con antelación. Recibió esta última orden antes de huir del derrumbe del edificio de la esquina de Amsterdam y Laredo en la colonia Condesa. Lorna tenía una predilección por un trago diario de ésta bebida, ya fuera escocés o “Chivas”, nunca de otro origen. “Un día le regalé un irlandés y me mandó a volar”, cuenta su hija Mónica Horvilleur.

 

Su historia quedó sepultada bajo escombros y pasiones como libros y textos inéditos mientras esperaba a su maestro de computación. No fue un nombre que figurara en las élites literarias, pero su pluma plasmó todo un acervo de anécdotas donde convergen el ex Distrito Federal, Saint Louis Missouri, Monterrey, Tamaulipas, San Miguel de Allende, Nueva York y París desde la década de los treinta hasta la actualidad, compilados en su libro de memorias Hojas sueltas de mi álbum, editado de manera independiente, primero en 2016 y de manera póstuma en 2018. La portada es una pintura donde la retrata su madre Ruzia (o Rosa) Skossowska cuya mirada es inquietante para tratarse de una niña de sólo once años de edad como ahí se refleja.

 

Su obra consistió en obras de teatro, cuentos cortos, un par de novelas inéditas llamadas Esa Olga y El Jardín Mágico y otras más que a falta de una visión mercadotécnica, nunca fueron publicadas. Martínez Skossowska solía tomar un taller literario con el maestro José Luis Lugo y clases de computo particulares a sus más de 80 años.

 

Un miércoles por la mañana, Mónica me cita en una cafetería de Polanco. Aunque mantiene la ecuanimidad durante la charla, es evidente que sus heridas no han sanado del todo, así como tampoco las de una metrópoli que vivió el sismo en dimensiones inesperadas y cuyos estragos han intentado eliminarse casi de forma inmediata por los gobiernos timoratos. Del mismo modo, yo le comparto mi propia experiencia de quedarme deliberadamente en mi casa ese día y de cómo mi habitación se cimbró. Su voz se quiebra por momentos al rememorar cuando Lorna pereció y la odisea de obtener sus restos.

 

“Mi mamá estaba en su computadora y esperaba a su maestro. La señora Constanza ya tenía el whisky servido y dijo: ‘creo que él ya no va a venir’. Ella ya tenía el whisky, se lo llevó y le gritó que se salvara. Apenas terminó de correr se le vino el edificio encima; ese fue el testimonio”. Al día de hoy, este punto urbano en la Condesa es sólo un pedazo de tierra que yace sobre el suelo cuyos desechos fueron recogidos con premura. En aquellos días convulsos recibió coronas fúnebres y colgaron carteles exhortando a los curiosos de abstenerse a fotografiarlo por respeto a las víctimas.

 

Me ofrecí como voluntaria llevando algunos víveres, pero no permitían aproximarse a él. Los alrededores se encontraban sumidos en la penumbra, acordonados y custodiados por el Ejército.

 

Tras el siniestro, la mucama entró en una crisis nerviosa y fue encontrada llorando en el Parque México. Al quedarse sin empleo, Mónica la recibió en su casa. “¿Por qué se cayó este edificio y no el de al lado?, dice entre sollozos. Me lo cuestioné, igual en el de acá había más niños”. Especula: “Uno trata de acomodar cosas para que el dolor sea menos fuerte”. Intentó consolarse buscando alguna razón lógica para asimilar la muerte de su madre. Amsterdam y Laredo solía ser la morada familiar donde alguna vez habitó junto con sus hermanos Claudio y Gerardo. “¡Me gustaba tanto ese departamento!”

 

El cuerpo de la escritora permaneció 56 horas extraviado. Fue hasta el jueves 21 de septiembre alrededor de las diez de la noche que los soldados dieron con él. Su hija se encontraba presente después de que ella y otros de sus parientes se turnaron la guardia hasta que ocurriera el hallazgo. “Yo ya tenía pocas esperanzas de que estuviera bien porque qué angustia estar bajo los escombros, pero al final sentí mucha paz”. Una vez que apareció, el siguiente calvario consistió en obtener el certificado de defunción, acudir a la Procuraduría por falta de papeles y lidiar con el personal clínico y policiaco que carecía de toda experiencia para estos eventos. “Los médicos de ahí no tenían ni idea de qué protocolo seguir. Entonces no podía ni enterrar a mi mami porque se habían equivocado en un procedimiento”. La sepultura finalmente se concretó en el Panteón Francés, en una cripta familiar.

 

Pero la penuria no terminó ahí, el siguiente monstruo en la batalla fueron las consecuencias y las sospechosas circunstancias en las que el edificio se construyó. La asociación civil Mexicanos contra la corrupción, cuyo slogan “Los temblores no matan, la corrupción sí” contactó a Mónica para orientarla en los daños. “Asistí a una presentación que tuvieron. Estudiaron unos veintitantos casos, el edificio donde estaba mi mami y otro idéntico en la calle Edimburgo que se cayó de la misma manera”. Es aquí donde vuelve a romper en llanto: “Parece ser que el edificio estaba construido de acuerdo a las normas previas de 1985, que luego se reforzaron, pero la pregunta y de lo que no tenemos evidencia, es que el señor que lo construyó y muchos otros, me dijeron que anduvo prófugo y resulta que ahora tiene autorización de DRO (Director de Registro de Obra). Estas personas que están designadas como tal tienen un poder muy fuerte, pero no son confiables, porque él construyó edificios que se cayeron en el 85”.

 

Pero más allá de toda estela de congojas, ¿quién había sido Lorna? En Hojas sueltas de mi álbum narra su vida no como una autobiografía lineal sino mediante un puñado de anécdotas sin orden cronológico que, aunque no posean una gran prosa, sí dibujan una serie de trazos de un tiempo pretérito donde incursionan su familia y entorno geográfico en circunstancias más alegres, he ahí su valía.

 

Nacida en Nueva York en 1930, de madre polaca y padre mexicano, fue una chica sencilla cuya mescolanza étnica la hizo tener un paso itinerante por la capital mexicana desde los 17 años. Retornó a aquella metrópoli bajo el cuidado de una estricta abuela materna de la que terminó huyendo. En este libro destaca su hábil memoria en describir escenarios urbanos de la Ciudad de México como los cafés cantantes, las fiestas de quinceañeras y el transporte público de la década de los cuarenta. El Cine Regis, el árbol de la noche triste en Popotla, las máquinas de escribir, las fuentes de sodas y los autocinemas son otros de sus personajes urbanos.

 

Con una pluma un tanto ingenua, revela su periplo desde Monterrey. “El cerro de la sía”, es como recuerda su pronunciación coloquial. Y siendo ya adolescente se muestra a una Lorna ansiosa por conquistar chicos hasta que encuentra al parisino Luis Horvilleur, quien sería su marido y la cultura francesa que la complementaría. Pero también su observación la lleva por otros episodios sociales de la época como el machismo en que los hombres se rehusaban incluso a cargar bebés, la impuntualidad mexicana versus la formalidad francesa, su estadía en un rancho tamaulipeco y muchos otros vaivenes. El libro culmina con una serie de cartas póstumas de su familia, amigos y compañeros de taller dirigidos a ella, entre los que destacan incluso la actriz Talina Fernández, quien fue su concuña. “Mamá grande siempre fue una persona muy lista, hacía esas cosas de encontrar palabras en unos cuadritos, todo el tiempo. Siempre que tenía dudas sobre cómo escribir algo, o sobre la definición de alguna, mis papás me decían que le preguntara a mi abuela”. Este es un fragmento del discurso de su nieta Tania Horvilleur leída durante su despedida en el Panteón Francés.

 

La pasión de esta mujer por los libros y la escritura aún pululan. La Casa de Refugio Citlaltepetl de la Colonia Condesa inauguró en 2018 una biblioteca en memoria del 19 de septiembre, un proyecto cultural que surgió durante la etapa del rescate mobiliario y que visité una tarde. Como la cantidad de libros de todos los edificios era cuantiosa éste recinto aceptó acogerlos cuando en otros sitios fueron rechazados por saturación. La pequeña y modesta sala que lleva el nombre de Lorna Martínez Skossowska alberga ahora títulos recolectados como El mundo de Sofía de Jostein Gaarder, Las Jiras de Federico Arana; filosofía de Karl Marx, Kierkegaard y crónicas de John Lee Anderson, entre muchos otros. En mis manos se impregna un poco de polvo del que todavía están cubiertos algunos, como evidencia de su pasado telúrico. Así como muchos hombres y mujeres fueron sustraídos de entre los edificios colapsados, estos ejemplares también se pueden considerar sobrevivientes y ahora tienen su propia historia por contar a quien los tome.

 

Resulta dramático el desenlace de Hojas sueltas de mi álbum tras el alegre periplo cronológico de esta mujer migrante que terminó bajo los restos de su hogar cubierta de corrupción y una jugada azarosa de la naturaleza.

 

Como a mí misma me ha sucedido con otros familiares fallecidos, inquiero a Mónica si ha soñado con su madre: “Sí, me dice. ‘¡Ay, hija. Sí me dolió!’. Si alguien me dijera en el acto se echó un whisky y así murió ojalá así haya sido. Nunca voy a saber eso porque yo quería indagar en qué posición estaba. La enseñanza para mí es que no puedes vivir amargado toda la vida”.

 

 

FOTO: EFE/José Méndez

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