“Los artistas debemos meternos con lo que sea”: entrevista con Pedro Lasch
La pedagogía experimental traza la obra del artista plástico, con piezas que buscan causar un impacto social
POR SONIA SIERRA
En la exposición Entre líneas / Between the Lines, que exhibe el Laboratorio Arte Alameda (LAA), el artista Pedro Lasch y la curadora Lucía Sanromán exploran los temas y las metodologías a través de las cuales Lasch ha problematizado el arte social. Por ejemplo, en su cuestionamiento a la narrativa del artista como agente transformador; en cambio, Lasch piensa más al artista como una figura que genera situaciones colectivas.
Programada hasta el 19 de mayo de 2024, la exposición es una muestra de más de 100 obras donde se encuentran los temas que le interesan a Pedro Lasch: el racismo, la migración, los efectos de la política y la economía en la geopolítica, la crítica a los nacionalismos y a sus símbolos, y el verse en los otros.
Estos temas fueron organizados dentro de una serie de categorías; la curadora Lucía Sanromán —quien es directora del LAA— cuenta que el ejercicio de intercambios para analizar la obra se vio interrumpido por la pandemia de Covid-19, y esto los llevó a buscar otras salidas, entonces Lasch, a través de Instagram, comenzó a subir sus trabajos cada semana, y a partir de esto curadora y artista sostuvieron entrevistas para perfilar los énfasis o categorías que Sanromán describe como “el uso de la disrupción, el uso de la ficción y el arte como herramienta que tiene un fin que es el mover la subjetividad de los individuos —una especie que él llama consciousness raising, es decir, dar las herramientas a las personas para concientizarse sobre su posibilidad de agencia política”.
Pedro Lasch (Ciudad de México, 1975) es artista y profesor investigador en el Departamento de Arte, Historia del Arte y Estudios Visuales en la Universidad de Duke, en Carolina del Norte.
Lasch cuenta en entrevista que su trabajo en torno de temas sociales no se entiende desprendido del trabajo con las comunidades mismas: “La obra más temprana en la exposición son los dibujos zapatistas que surgieron de una forma bastante inocente: como artista joven, queriendo conectarme con un movimiento que me inspiraba, pero al mismo tiempo viviendo tan lejos, y lo hice a través de dibujos que luego se convertían en bocetos para textiles; me llevó años aprender que es mejor hacer ese tipo de trabajo donde estás, trabajando con gente localmente. Así es como empiezan los mapas de Latinoamérica —serie Latino/A América—, a través de trabajos con comunidades inmigrantes de las cuales yo era parte.
¿Cómo vas eligiendo las temáticas?
Van surgiendo por un interés de politizar el arte; me encanta el arte formal y sofisticado, pero para mí no es suficiente; me gusta hacer arte que le hable a un público más amplio. Cuando empiezo un proyecto, muchas veces no sé si será el tema lo que abra la dimensión popular o si será la postura artística.
Te importan los contextos, lo que pasaba hace 30 años con el zapatismo, los atentados de 2001 y, ahora, la migración que es cada vez más complejo y definitorio del tiempo actual.
Lo que dices de los contextos es fundamental para mí. Lucía Sanromán y yo habíamos partido de la forma como se ha tratado mayormente mi trabajo, que es a través del lente de la práctica social y de la pedagógica experimental, pero Lucía se dio cuenta de que soy un artista que tiene muchísimas pinturas, dibujos y esculturas; soy un artista de taller en ese sentido, pero no convencional. Pero yo necesito un contexto; siempre es el contexto social lo que me lleva a hacer una nueva obra o serie.
En tu caso es importante la relación con el espectador, para que se haga parte de las obras y, por otra, para la autorreflexión.
Sí. Una pieza que es buena para hablar de ese tema es la de Investigaciones hexagonales; de hecho, es la primera vez que se expone en cualquier museo del mundo. Por ahí entre 1999 y 2000, básicamente sólo me dediqué a hacer obras que requerían de otra persona para poder suceder. Eso en el caso de las máscaras de espejo es bastante obvio; pero también muchas de estas series tenían que ver con juegos, y lo que también aprendí es que sí me importa el objeto artístico; o sea, pensé que eso me iba a lanzar a una práctica donde deja de importar la estética del objeto, pero fue al revés. Mientras que a otros artistas que estaban haciendo obra social —de los cuales me considero su colega y estamos en diálogo—, no les molesta mostrar su obra como una serie de fotografías o videos de acciones, a mí no me satisface eso. Me gusta problematizar la historia del arte social, y ver cómo se representa; en la exposición, por ejemplo, sí estamos usando las máscaras de espejo, pero no sólo se trata de verlas sino de usarlas. Es importante eso; en la exposición se incluyeron obras que son interactivas y las personas tienen esa experiencia estética social a través de un objeto.
¿Por qué piensas en problematizar el arte social? ¿Qué es lo que te incomoda o qué quieres que vaya más allá?
Como le digo muchas veces a mis alumnos, a mí me gusta el arte que cambia las cosas. Y a veces uno quiere cambiar algo porque le parece injusta la situación social, pero a veces simplemente lo quiere cambiar porque le parece aburrido; a mí, ver mil fotos de alguien haciendo algo se me hace aburridísimo, a menos que estén muy bien tomadas las fotos, o que sean artísticas, y si tienen ese mérito, entonces le llamamos fotografía, no la llamamos acción social… Claro, me encantan las cosas de Melquiades, y no estoy diciendo que no se puede usar la documentación como forma artística; lleva mucho trabajo y hay que hacerlo bien.
Pero para mí, problematizar también tiene que ver con ir en contra de ciertas narrativas de la evidencia, de “esto sucedió con una minoría de personas y ahora al resto del público le toca vivirlo a través del documento o la evidencia”. Para mí es más importante tratar realmente de darle al público, que está enfrente de algo, la experiencia misma; es el reto. ¿Cómo hacerlo? Cada obra es distinta.
Y otra narrativa que me gusta problematizar en la parte social es la idea de que el artista es el agente transformador en sí, de que el artista es una especie de, no sé, de santo, de Mesías, o el que viene a ayudarnos al resto de la gente a entender las cosas. A mí me interesa la figura del artista que le gusta generar situaciones colectivas donde todos juntos logramos algo.
Hay algunas obras tuyas en la exposición, como la serie con banderas Nacionalismo abstracto, o las que aluden al tema de las Torres Gemelas, donde alteras con el arte imágenes o símbolos considerados intocables. ¿Qué dice la gente, no las instituciones, sino el público?
Está esa dimensión que tiene que ver con la iconoclasia de no dejar que nada sea santo; los artistas debemos de poder meternos con lo que sea, no porque tengamos reglas distintas al resto de la sociedad, sino porque es importante para la sociedad que se estén cuestionando siempre las cosas. En el caso de las Torres Gemelas o de los símbolos nacionales, como las banderas, siento que muchas veces la gente está lista para esos cuestionamientos, pero nuestras instituciones no lo están. Cuando se presentó este proyecto en Washington, los equipos culturales de cinco embajadas estaban de acuerdo con el proyecto, íbamos a presentarlos, pero uno por uno tuvieron que decir que “No” porque sus colegas de protocolo de Estado les dijeron que no estaba permitido. Por ejemplo, hay personas que creen que lo que estoy haciendo con el himno de Estados Unidos, de cantarlo en español, es ilegal, cuando no sólo no es ilegal, sino que la versión que uso la pagó el Departamento de Estado en los años 40, cuando creían que todo el resto del continente debía de estar cantando su himno… No se imaginaban que 60 o 70 años después habría una población tan grande de hispanohablantes en Estados Unidos, que les iba a llegar el problema dentro de casa.
Para ti es importante la pedagogía, el ejercicio con alumnos, el taller.
Pues eso surgió de forma espontánea, cuando estaba trabajando, sobre todo, con comunidades de inmigrantes indocumentados en Nueva York, en Jackson Heights, que es el barrio más diverso del mundo: se hablan muchos idiomas en 20 cuadras; era mucho más práctico invitar a personas de la comunidad a hacer un taller semanal, que decirles que vinieran a una acción plástica. Di talleres rurales en Chiapas, en Quintana Roo, y fui aprendiendo que el taller es algo que la gente no cuestiona; mientras que si invitas a “una acción plástica” o “un performance”, la gente llega con falsas expectativas, cosas que enajenan. La gente lo ve como pedagogía, pero yo lo veo como una obra de arte social. Me gano la vida como educador, llevo años de profesor, hago investigación y me encanta trabajar con alumnos, pero siempre me han frustrado las instituciones de educación y sus limitaciones; en la universidad sólo me permiten darle clases a alumnos de 18 a 30 años, cuando yo quiero trabajar con alguien que tenga 90 años y con alguien que tenga cinco años. ¿Cómo lo hago? A través de mi práctica artística. Uso el arte como un vehículo para hacer educación más allá de los muros de la institución educativa, pero también uso la pedagogía como una especie de frente, cuando en realidad lo que estamos haciendo son acciones plásticas.
Te interesa referenciar ciertas obras de la historia del arte; por ejemplo, usas una pintura de la serie La ejecución del emperador Maximiliano, de Édouard Manet, o la serie acerca de las Torres Gemelas —Phantom Limbs— incorpora diversos estilos y movimientos pictóricos…
Sí. Esa referencia es importantísima y está en muchísimas obras: en las de las Torres Gemelas los referentes de estilos artísticos del canon occidental; en la de Espectro indígena son las piezas prehispánicas como objetos reales que están en la exposición; en el caso de la del fusilamiento de Maximiliano, es la obra de Manet, y la estamos reactuando como público… Pero lo que me interesa es la parte de hacer más compleja la estética; el arte contemporáneo tiene demasiado presentismo, los artistas sólo quieren hablar del presente y a mí eso no me interesa. Al meter obras de referencia, creo que nos obligo a todos a sacarnos de ese tono de presentismo. Pero también es la parte del educador, a veces los artistas borran sus referencias y debemos hacer lo contrario: si citamos los libros, pues por qué no dejar nuestras citas también en el arte visual.
FOTO: Pedro Lasch: Entre líneas se exhibe en el Laboratorio Arte Alameda, donde permanecerá hasta el 19 de mayo.
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