Los coleópteros obstinados del CIDE

Jun 18 • Reflexiones • 522 Views • No hay comentarios en Los coleópteros obstinados del CIDE

 

Para la politóloga, el compromiso de los egresados del CIDE está en devolver a México conocimiento y práctica ética a México, y uno de los momentos en clave en que se observó la consecuencia de esta máxima, fue la toma y defensa de sus instalaciones junto con la comunidad estudiantil actual

 

POR MARIEL MIRANDA 
La educación (pública) no sólo es un derecho que nos otorga la posibilidad de un mejor mañana —tanto individual como colectivo—, sino también un compromiso con la sociedad. Las, los, les egresades del CIDE volvimos a él para hacer lo que toca: defender la educación pública digna, libre y de calidad. Nos reencontramos el 19 de noviembre en la concentración en Conacyt cuando hubo un primer aviso a Álvarez-Buylla para que cumpliera con un proceso limpio, honesto y legal en la selección de la Dirección General del CIDE. El estudiantado llegó al grito de “Conacyt date cuenta, el CIDE está en la puerta”; las, los, les egresades llegamos con carteles, tambores y las consignas que sabíamos de antaño por #YoSoy132, Ayotzi, las marchas feministas, o las marchas por la paz.

 

Decidimos acompañar la lucha de quienes ponen el cuerpo en la defensa del CIDE por una sola razón: el CIDE es uno de esos pocos milagros de las instituciones públicas que una espera se vuelvan la regla. Aspiramos a que toda persona que quiera formarse académicamente pueda hacerlo en un lugar seguro, digno, con el acompañamiento cercano de profesores preparados, con la libertad de creer en lo que desee sin tener que vender su criterio. Hay falsos analistas que creen que se acompaña una lucha para rendir pleitesía a una o dos personas. Estamos muy lejos de eso. Existimos comunidades movidas por algo más que por rendir tributo a quienes tienen el poder, con una causa justa que trasciende individuos. Defendemos al CIDE como un espacio de formación de personas que saben que están obligadas a retribuirle conocimiento y práctica ética al país.

 

Álvarez-Buylla decidió su lugar en la historia el día que impuso a su amigo Romero Tellaeche con ayuda de un comité formado con la más vieja de las prácticas priistas: el amiguismo. La comunidad del CIDE decidió lo propio. El lugar de Álvarez-Buylla será el de quien traiciona al pueblo; el nuestro el de quienes defienden lo Público (sí, con P mayúscula porque de ese tamaño es su relevancia).

 

El 29 de Noviembre, les estudiantes respondieron al abuso de poder de Álvarez-Buylla recuperando las instalaciones del CIDE para la comunidad. Por la noche se hizo evidente que les estudiantes dormirían esa noche dentro de lo que antes era aula escolar y ahora era trinchera. Surgió una sola pregunta: ¿qué hacemos quienes egresamos del CIDE?

 

Sin mucho pensarlo, abrigo en mano, llegaron les primeres egresades al estacionamiento del CIDE, justo enfrente de la México-Toluca donde los camiones de carga hacen gala de velocidad por las madrugadas, a hacer lo que tocaba: acompañar. Primero unas pocas personas, luego otras tantas.

 

El primer día, como quien piensa que el conflicto puede resolverse en poco tiempo, dormitaron a ras de suelo entre guardia y guardia. A los pocos días, y con evidencia de que Álvarez-Buylla dejaría crecer el conflicto porque se siente suficientemente impune y protegida por su jefe en turno, llegaron cobijas, un par de sillas, una lámpara para no estar a oscuras en la madrugada y las lonas con consignas políticas: “Álvarez-Buylla, la ciencia no es tuya”. La mesa, esa mesa redonda que nos dejó seguir trabajando vía remota por varias semanas, llegó justo el día en que Álvarez-Buylla decidió no asistir a resolver el conflicto.

 

Aquello que inició como un acto mínimo de acompañamiento a estudiantes, tomó la forma de un campamento al que los, les, las egresadas “subimos” después de las jornadas laborales a llevar conversación o a pasar toda la noche. Las fiestas decembrinas y las madrugadas de 3°C nos encontraron ahí: cuidando al CIDE.

 

El campamento y las instalaciones del CIDE tuvieron que dejarse el 15 de enero del 2022 como un acto mínimo de responsabilidad ante el alza de contagios por Covid. Algo debe quedar claro: dejar de dormir al filo de la carretera no quiere decir que dejemos de cuidar al CIDE de otras formas.

 

En enero, Soledad Loaeza tuiteó: “Estoy profundamente deprimida por la sentencia de muerte que se ha dictado contra el CIDE”. Sabemos que es una expresión que nace del cariño a un centro público de investigación que lleva ya más de seis meses en resistencia, pero está equivocada.

 

Es normal sentir que nuestras acciones parecen tener poco efecto ante una Álvarez-Buylla que está empecinada en destruir el (poco) avance científico y educativo del país como si creyera que la ciencia le pertenece, que gobernará toda la vida y que el esposo de quien hoy la protege va a tener un sexenio más. Pero el CIDE no morirá porque ellos así lo decidan, ni nos inmolaremos para hacerles el favor de verlo desaparecer. Resistiremos.

 

A ellos hay que recordarles que, así como se sienten hoy muy cómodos en su silla, así se sintieron los que les precedieron: impunes, soberbios, creyendo que el favor de quien tiene el poder será suficiente para cubrir la mediocridad con la que gobiernan. El viento no soplará para siempre hacia la cuarta dirección.

 

A la comunidad del CIDE, y a quienes creen en ella, hay que recordarles lo que elegimos ser. Somos “el ratón que ruge”, “la piedra en el zapato”. Elegimos la cansada y poco vistosa tarea de las Hylotrupes o Anobium de Saramago:

 

“Fue en algún lugar donde el coleóptero, (…) se introdujo en aquella o en cualquier otra parte de la silla, desde la cual viajó después, royendo, comiendo y evacuando, abriendo galerías a lo largo de las venas más suaves, hasta el lugar ideal de fractura, cuántos años después, no se sabe, habiendo sido sin embargo discreto, considerada la brevedad de la vida de los coleópteros, pues muchas habrán sido las generaciones que se alimentaron de esta caoba hasta el glorioso día, noble pueblo, nación valiente.” (“La Silla”, José Saramago)

 

La resistencia continúa y continuará. No seremos los, les, las mismas que resisten. Habrá quienes se callen porque se sienten cómodos, quienes sean amenazados, quienes tengan miedo, quienes decidan mirar hacia otro lado. Habrá quienes estén obligados a ceder el campo de batalla a las nuevas generaciones (a ellos, en particular a ese del sombrero, nuestro total agradecimiento por cimentar el CIDE y resistir a nuestro lado), sabiendo que no se retiran del todo porque viven en nuestra práctica de lucha. Pero siempre habrá una voz, un puño en alto, una polilla que carcoma pacientemente la silla de quien cree que nunca va a caer.

 

Notas

 

José Saramago, “La silla”, en Casi un objeto: cuentos, Alfaguara, 1978

 

FOTO: Comunidad estudiantil frente a las instalaciones del CIDE/ Germán Espinosa/ El Universal

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