Los hermanos Coen y la mediación metamórfica
POR JORGE AYALA BLANCO
En ¡Salve, César! (Hail, Caesar!, EU-RU- Japón, 2016), delicioso y cinefílico opus 17 como autores totales de los hermanos Ethan y Joel Coen de apenas 56 y 57 años respectivamente (tras su nómada cinta mayor Balada de un hombre común 13), el buen católico gerente de producción Mannix (Josh Brolin el antiglamouroso actor-fetiche de los realizadores egregio de anticarisma) funge además como impune mediador imperturbable pero eficacísimo de los otrora gloriosos Estudios Capitol Pictures durante la crisis de 1951, por lo que a su capricho invade manipuladoramente turbias vidas privadas como la de la actricita nadadora DeeAnna (Scarlett Johansson) preñada por el cineasta sueco casado Arne (Christopher Lambert) y apareada a la brava con el agente del estudio Joe (Jonah Hill) para poder luego adoptar a su propio bebé, o se encarga de la obligada transformación del taquillerísimo vaquerito acrobático Hobie (Alden Ehrenreich) en improbable galán de comedia sofisticada antes de emparejarlo publicitariamente con la bobona estrellita carioca, debe lidiar con las venenosas columnistas fraternas aunque rivales entre sí Thora y Thessaly Tacker (ambas una Tilda Swinton proteica) y, sobre todo, sin dejar de sentirse tentado por las jugosísimas propuestas económicas que le aventura una sinuosa compañía competidora más moderna, se ve en la necesidad de heroicamente efectuar el rescate por cien mil dólares (sacados en maleta de la caja chica de los estudios) del fornido ídolo de matinés Baird (George Clooney), quien esconde su relación sodomita con el elegante director europeo Laurentz (Ralph Fiennes) y, en pleno rodaje de una superproducción seudobíblica, ha sido drogado por un Extra fanático (Wayne Knight) y entregado a un reivindicador grupo de guionistas de subversiva militancia comunista que se ostenta como El Futuro y encabeza el guapo bailarín prosoviético Burt (Channing Tatum), siendo el inerme actor aleccionado y reeducado con enorme éxito en lo ideológico durante su secuestro, sólo para ser después abofeteado por el incuestionable amo de la mediación metamórfica Mannix y devuelto a su ridículo rol de legionario imperial iluminadoramente converso ante la mismísima Cruz redentora.
La mediación metamórfica redefine la vieja treintona posmodernidad en el cine (la de Ridley y Tony Scott, Alex Cox y Raúl Ruiz), a semejanza de otras películas reputadas (¿y repateadas o reputeadas?) menores de los hermanos Coen (Un hombre serio 09, Temple de acero 10 y así), como un reciclaje de antiguos modelos de relato y como un híbrido detonante, una mezcla bombástica de varios géneros fílmicos revisitados, corregidos y aumentados a placer, sean la sátira gremial cinematográfica (que se muerde la cola), la comedia de jubiloso humor corrosivo (a igual distancia del humor negro que del film noir), el cine dentro del cine (casi en abismo), la farsa corrosiva por deliberadamente pitorreante y grotesca, el thriller histórico-político (hay la conjura comunista con premonitorios rollos de Marcuse en curso) y por supuesto la burla a lo Mel Brooks de 4 películas genéricas en trance de producción pero ya montadas ¡durante el rodaje!, a saber la comedia slapstick fuera de época Alegremente bailamos (estilizada hasta la inmovilidad), la comedia musical Sin mujeres (con escenas de nado sincronizado ultrakitsch y cronométricas cabriolas de marineritos gays), el western cantado Vieja luna perezosa (prefigurando ese ligue con un fideo cual floreante lazo de rodeo) y la persignada película de peplo monumental homónima ¡Salve, César!: un relato de Cristo, a lo Ben-Hur/Quo Vadis interruptus.
La mediación metamórfica tiene la convicción de que todo lo redime un dulce pero persistente toque de onirismo defasado, ligero hasta lo etéreo, acariciante y cómplice, hecho de sarcasmo puro y divertimento masoquista, con esquizoide fotografía superprecisa de Richard Deakins, música-pastiche plural de Carter Burwell y compacta edición ultralternante de Roderick Haynes, por cuya vía se incursiona (¿e incurre?) en la hipermodernidad, una forma extrema de la modernidad, que no debe confundirse con la posmodernidad, según Lipovetsky, y cuyas tres características condiciones genéticas aquí cabalmente se cumplen, con esa condición hiperindividualista apoyada por un culto/autoculto narcisista elevado a la trigésima potencia, esa condición hipermediática con asedio omnipresente de la prensa de época y de modo primordial esa condición hipercompleja que satisfacen con creces la multiestelar profusión pululante, las abigarradas historias paralelas y el dominante eje institucional escueto.
Y la mediación metamórfica involucra en esencia a un auténtico vacío gozoso, el de la valerosa parodia/autoparodia radical y la semifantasía coruscante, el de la archiconciencia crítica del hollywoodismo dorado/poshollywoodismo desdorado, el de la tiranía y el canto del cisne antes del desmantelamientos de los grandes estudios, sus dificultades y sus arrasantes abusos para sobrevivir, con burlas directísimas a Charlton Heston, Esther Williams, George Cukor, Gene Kelly, Carmen Miranda, Gene Autry y aquel ubicuo monstruo bicéfalo del chisme formado por Hedda Hopper/Louella Parsons, tan útiles al Sistema como todos los lucidores engranajes citados, con extensiones al rabino creyente en un Yavé soltero que pone en crisis lógica una discusión promocional, a la anciana editora-topo en un tris de ahorcarse con su bufanda enredada en la moviola (Frances McDormand), a esa grandiosa deambulación de Hobie por foros deshabitados culminante en el surgimiento de un Monte Calvario artificial con sus 3 cruces erectas a contraluz y un feérico emerger del submarino soviético rumbo al prefinal hustoniano con el maletín yéndose al fondo del océano por atrapar al perrito lanudo Engels, y a ese beato arrodillarse del nefasto Mannix ante un confesionario soñando así alcanzar la Luz Eterna, pero la Fe sólo podría y deberá ponerse en el Cine.
*FOTO: ¡Salve, César! se exhibirá hasta el 5 de mayo de 2016 en la Cineteca Nacional/ Especial.
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