M. C. Escher: los inicios

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El artista neerlandés, fallecido hace medio siglo, es famoso por sus grabados xilográficos, figuras imposibles y mundos imaginarios

 

POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRAS 
Tercer hijo de un ingeniero civil y su segunda esposa, Maurits Cornelis Escher (1898-1972) vio la luz en Leeuwarden, al norte de los Países Bajos, y recibió su doble nombre en honor a un tío materno muy querido. Sus padres le dieron un mote cariñoso: Maukie, que terminó por reducirse a Mauk. Nacido el 17 de junio, el artista holandés era por tanto Géminis: por ello no asombra que siempre, desde pequeño, lo hayan obsesionado los desdoblamientos y dobleces del mundo. En 1903, cuando tenía apenas cinco años, se mudó con su familia a Arnhem, una ciudad al este de los Países Bajos, donde estudió primaria y secundaria; a los siete años, sin embargo, se tuvo que trasladar a un colegio especial. Este traslado se debió a una mala salud, ya que Escher fue un niño enfermizo que llegó a necesitar atención y cuidados constantes; su debilidad física contribuyó a que recibiera por lo general malas calificaciones, pero esto no obstruyó su talento. Además de tomar lecciones de piano y carpintería, comenzó a mostrar en la pubertad una enorme destreza para el dibujo que fue potenciada por el primer curso en dicha disciplina, impartido por Franciscus Wilhelmus van der Haagen (1881-1955) en la escuela secundaria. El contacto inaugural de Escher con las artes gráficas fue a través del grabado en linóleo: así empezó la pasión de su vida.

 

Las lecciones de carpintería recibidas durante la infancia debieron sensibilizar a Mauk con el contacto con la madera, ya que justamente el grabado en ese material además de la xilografía fueron dos de las principales técnicas que aprovechó para plasmar su universo. El linograbado, introducido por los pintores expresionistas alemanes del grupo llamado Die Brücke (El Puente), que operó en Dresde entre 1905 y 1913, fue no obstante el primer método que él conoció. Gracias a su maestro F. W. van der Haagen, descubrió el linóleo con el que después trabajaría. En 1919, con 21 años de edad y un camino muy irregular como estudiante, Escher insistió en continuar su educación; presionado por su padre, se inscribió en arquitectura en la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Haarlem. Su condición enfermiza, manifestada ahora mediante una infección de la piel, le impidió aprobar varias materias; fue así como se mudó al área de artes decorativas dentro de la misma escuela de Haarlem, un cambio que le resultó benéfico. En la nueva zona de estudios conoció a Samuel Jessurun de Mesquita (1868-1944), el segundo profesor que sería esencial en su trayectoria. El vínculo maestro-alumno se transformó poco a poco en una amistad que sería duradera: la historia del arte se halla entretejida de este tipo de complicidades.

 

Impulsado por Jessurun de Mesquita, Escher siguió desarrollando su habilidad dibujística en Haarlem. Pronto el director de la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas reconoció también la destreza del artista: el talento suele hablar por sí solo. Dueño de una personalidad fuerte y magnética, Jessurun de Mesquita influyó no sólo en Mauk, sino en muchos otros discípulos; esta influencia se manifestó primordialmente a través del uso de la xilografía, técnica por la que Escher sintió una predilección especial. Fue precisamente una xilografía la primera obra escheriana que obtuvo buenas ventas: San Francisco (Predicando a los pájaros), fechada en 1922, de la que el artista diría después que había sido consecuencia de una ardua labor. Un año antes de realizar esa pieza, en 1921, Mauk viajó por primera vez a Italia y la Riviera francesa en compañía de sus padres; impactado por los nuevos paisajes, se dedicó a buscar sitios altos desde los que pudiera bosquejar diversos escenarios. Dramáticas y vertiginosas, las vistas lo sedujeron al grado de que comenzó a producir dibujos que nutrirían grabados futuros. Cimas y simas, proximidad y distancia: en los curiosos equilibrios del orbe el artista vislumbró las múltiples posibilidades de la simetría.

 

La visita a Italia al lado de sus padres lo marcó de modo singular ya que, como se sabe, a veces los viajes ilustran misteriosamente. En 1922, Escher abandonó la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Haarlem y regresó a la casa familiar en Arnhem; esa estancia en la ciudad de su temprana juventud fue breve, ya que en abril del mismo año el artista emprendió su segundo periplo italiano. Llegó a Florencia junto con dos amigos que se retiraron al cabo de apenas un par de semanas, aunque él siguió la excursión a solas. Fascinado por la región de la Toscana, se hospedó en distintos lugares entre los que se hallaban San Gimignano, Siena y Volterra. Justamente Siena y San Gimignano aparecieron en sendas xilografías fechadas en 1922: el mundo se reconstruía mediante trazos fantásticos. En Asís, en la región de Umbría, Escher conoció a su colega y paisano Hubertus Adrianus Gerretsen (1897-1978), con quien mantendría un contacto intermitente a lo largo de los años posteriores. En junio de 1922, volvió al hogar familiar en Arnhem aunque sus ojos estaban habitados ya por otras líneas, otros panoramas; las formas descubiertas en tierras italianas se superponían al horizonte holandés. El artista había dado con la fuente de su inspiración.

 

En septiembre de 1922, Escher pudo aprovechar una nueva oportunidad para salir de Holanda: el sur de Europa lo llamaba. Junto con algunos amigos abordó un carguero rumbo a España; su trabajo como niñero incidental le aligeró los gastos. Durante el viaje atestiguó el fenómeno de bioluminiscencia que luego reproduciría en la hermosa litografía Mar fosforescente (1933). Una vez instalado en territorio español, el artista acudió a sus primeras corridas de toros, que lo impactaron más que el Museo Nacional del Prado. Sin embargo, el destino ibérico que en verdad lo atraía era Granada; el trayecto a bordo de un tren local se prolongó un día entero. La Alhambra fue una auténtica revelación: el holandés quedó deslumbrado por la precisión geométrica de los mosaicos árabes, una precisión que traduciría en grabados que exploran una y otra vez la llamada división regular del plano. Al igual que los artistas árabes, Escher anuló el espacio vacío; a diferencia de ellos, se alimentó de formas vistas en la naturaleza. Qué lástima, declararía años después, que el islam prohibiera reproducir figuras que no fueran estrictamente geométricas. La limitación visual captada en Granada probó ser, no obstante, una auténtica liberación para el arte escheriano: la geometría abarcaba toda la realidad.

 

En noviembre de 1922, luego de dos meses en España, Escher sintió que Italia lo convocaba de nueva cuenta. La travesía en barco, diría posteriormente, resultó ser muy estimulante; el dibujo se alternó con partidas de cartas con la tripulación. El artista vagó por territorio italiano antes de establecerse por un tiempo en Siena, ciudad que lo había imantado desde su primera visita. En marzo de 1923, se mudó de domicilio y Ravello, pueblo enclavado en la Costa Amalfitana, fue su nuevo destino. A finales de ese mismo mes, el empresario suizo Arturo Umiker y su familia llegaron a la pensión donde Escher se hospedaba: fue así como se presentó el amor. Jetta Umiker (1887-1969), hija del empresario, atrajo de forma casi instantánea al artista, cuya timidez proverbial impidió un nexo inmediato. Cuando la familia Umiker regresaba a Suiza en junio de 1923, Escher expresó a Jetta sus emociones, que fueron correspondidas. Dos meses después, en agosto de 1923, el holandés volvió a Siena para inaugurar su primera exposición individual: Círculo artístico. La muestra, que permaneció abierta al público durante sólo medio mes, no logró interesar del todo al artista ya que su mente estaba puesta en Jetta, a quien captó en un bello retrato fechado en 1925. Cuando Círculo artístico se clausuró, Escher sabía que su vida iniciaba un nuevo ciclo: su propuesta matrimonial fue aceptada.

 

En noviembre de 1923, dos meses después de proponer matrimonio a Jetta, Escher decidió establecerse en Roma; lo ignoraba en ese momento, pero la capital italiana se convertiría en su centro de gravedad durante más de una década. En febrero de 1924 inauguró su primera muestra individual en Holanda: el hijo pródigo regresaba a casa gracias al arte. En junio del mismo año se casó con Jetta en Viareggio, en el norte de la Toscana, y la pareja viajó por espacio de cuatro meses. La variedad de formas arquitectónicas observadas a lo largo de la luna de miel aumentó el interés del artista por la simetría. En octubre de 1924, al cabo de acordar que Italia sería su país de residencia, Escher y Jetta comenzaron a buscar un hogar; el sitio elegido fue una casa a medio construir en Frascati, una ciudad ubicada a 20 kilómetros de Roma. Los Escher la compraron tal como se encontraba. Aunque la propiedad quedó lista en marzo de 1925, la pareja la ocupó hasta octubre, y entonces la tragedia llamó a la puerta: Arnold August, uno de los cuatro hermanos mayores de Escher, falleció en un accidente de alpinismo en Suiza, y el artista tuvo que acudir a reconocer el cuerpo. Esta experiencia terrible detonó Días de la Creación (1926-1927), célebre serie integrada por seis hermosas xilografías: la imaginación como escudo contra la muerte.

 

En junio de 1926, mientras trabajaba justo en Días de la Creación, Escher se mudó a Roma con Jetta. La mudanza respondió a las nuevas necesidades de la pareja, que estaba a punto de ser familia: Jetta esperaba su primer hijo. Giorgio Arnaldo Escher nació en julio de 1926, y a su bautizo asistieron el rey Víctor Manuel III de Italia y Benito Mussolini. La fama escheriana crecía a pasos agigantados; entre 1926 y 1930, el artista se vio envuelto en un torbellino de productividad. En diciembre de 1928, nació Arthur, su segundo hijo: el impulso creador no se reducía al campo de las artes gráficas. En 1929, Escher inauguró cinco exposiciones individuales en Suiza y Holanda, y ese mismo año debutó en terreno litográfico. Mientras visitaba a sus padres en Arnhem, el artista dibujó un paisaje italiano que lo había impactado en especial; el dibujo derivó en una bella litografía titulada sencillamente Goriano Sicoli, Abruzos (1929). En el entorno montañoso Escher logró desentrañar las posibilidades del laberinto: el mundo ofrecía arquitecturas intrincadas. La visión laberíntica resurgió en la litografía Castrovalva (1930): el ojo escheriano ganaba complejidad. “El arte sirve para limpiarnos los ojos”, afirmó el escritor austriaco Karl Kraus, y tal parece que el artista holandés hizo eco de esta sentencia.

 

Luego del periodo de actividad febril que vivió a finales de la década de los 20, Escher sintió que su salud menguaba. Entre 1930 y 1931, sufrió una recaída que le impidió trabajar al ritmo anterior, lo cual repercutió en la venta de obra. Para eliminar la mala racha el historiador Godefridus Johannes Hoogewerff (1884-1963), director del Instituto Holandés de Historia en Roma, llamó al artista; de la reunión entre ambos nació la idea de crear nuevas piezas con miras a incluirlas dentro de un libro, XXIV Emblemata, que se publicaría en 1932 acompañado por epigramas de Hoogewerff, quien se firmó como A. E. Drijfhout. En 1933, Escher consiguió recuperarse del todo; el Rijksmuseum de Ámsterdam le compró 26 grabados al arrancar el año. Un viaje a Córcega emprendido en mayo produjo dos decenas de dibujos que se volverían litografías y xilografías: el artista repuntaba. En el otoño de 1933, vio la luz el segundo volumen donde se reproducían obras escherianas: Las terribles aventuras de Scholastica; escrito por Jan Walch (1879-1946), conocido cercano del artista, el libro aborda el tema de la brujería en la Holanda del siglo XVI. La década de 1930 traería nuevos retos para Escher: su mirada empezaba a tender puentes con latitudes muy distintas.

 

La travesía que el holandés efectuó por Córcega en 1933 rindió estupendos frutos al cabo de un año. En 1934, mientras él y Jetta recorrían Bélgica, una litografía suya se premió en el Instituto de Arte de Chicago; la obra, titulada Nonza, Córcega (1934), obtuvo el tercer lugar en la Exposición de Grabados Contemporáneos. El Instituto de Arte de Chicago compró la pieza, y con esta adquisición dio inicio el reconocimiento de Escher en Estados Unidos; el artista cerró el año con una nueva exposición individual en el Instituto Holandés de Historia en Roma. En el verano de 1935, después de deambular por Sicilia, Escher visitó a sus padres en La Haya, a donde se habían mudado; durante esa estancia se concentró tan sólo en el fabuloso Retrato del ingeniero G. A. Escher, su padre. En agosto de 1935, debido a la dura atmósfera instaurada por el régimen de Benito Mussolini, el artista abandonó Italia junto con su familia; Château-d’Oex, la comuna más grande del cantón suizo de Vaud, fue el destino seleccionado para su exilio forzoso. Aunque Suiza brindaba paz y tranquilidad, Escher no se sintió satisfecho con el traslado: le hacía falta la rigurosa simetría italiana.

 

Deprimido por el clima y el alto costo de la vida en Suiza, el artista decidió volver al sur de Europa a principios de 1936. Para solventar el viaje, planteó una propuesta a la compañía naviera Adria: grabados a cambio de pasaje y alimentos; los grabados serían tanto de los barcos de la compañía como de los puertos donde esta operaba. La propuesta fue aceptada y Escher se hizo a la mar el 26 de abril de 1936, ignorando que sería la última vez que recorrería a sus anchas el Mediterráneo italiano. A mediados de mayo, Jetta alcanzó al artista; los múltiples bocetos ejecutados durante la travesía producirían un total de nueve xilografías. Después de pasear por costas italianas y francesas, los Escher desembarcaron en España; Granada y Córdoba fueron sus destinos. La segunda visita a la Alhambra y el encuentro con la mezquita-catedral sacudieron a Escher: a partir de entonces su arte ya no iba a ser el mismo. En septiembre de 1936, luego de conocer varios lagos suizos, los Escher regresaron a su hogar para que el artista se abocara al trabajo. A la par de los grabados para la compañía naviera Adria, el holandés comenzó a idear una xilografía basada en un boceto del viaje. Dicha xilografía, Naturaleza muerta con calle, fue un nuevo punto de partida: M. C. Escher ingresaba por fin en los paisajes de la mente.

 

FOTO: Obra perteneciente a la serie Días de la Creación (1926-1927)/ Especial

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