Maggie Gyllenhaal y la maternidad oscura

Feb 5 • Miradas, Pantallas • 7395 Views • No hay comentarios en Maggie Gyllenhaal y la maternidad oscura

 

Leda emprende unas vacaciones paradisíacas y solitarias a Grecia, pero la aparición de una extraña familia le recordará la frustrante maternidad que padeció en el pasado con sus dos demandantes hijas

 

POR JORGE AYALA BLANCO 
En La hija oscura (The Lost Daughter, EU, 2021), conmovedor debut como realizadora de la veterana actriz neoyorquina con ascendencia suecojudía de La secretaria (Lane 02) y Loco corazón (Cooper 11) a los 44 años Maggie Gyllenhaal (tras un episodio de la TVserie Hecho en casa 20), con guion suyo y de la incógnita escritora napolitana Elena Ferrante basada en su novela homónima, la tardocuarentona profesora bostoniana de poesía inglesa y traductora al italiano Leda (Olivia Colman reconcentrada opaca en las antípodas de La favorita aunque sin nota falsa) llega en solitario a la idílica playa de cierta edénica isla griega para disfrutar de unas vacaciones mediterráneas, es alojada por el septuagenario exgalán Lyle (Ed Harris cual indigno Clint Eastwood terminal) en un lujoso bungalow con emblemáticas frutas tropicales podridas en el centro, acapara díscola su sitio en la arena, establece una relación de espontánea simpatía con la embarazada matrona local Callie (Dagmara Dominczyk) y el encantador estudiante veinteañero irlandés de seductora sonrisa irresistible Will (Paul Mescal), pero, ante todo, se pasa horas contemplando arrobada a la bella esposa jovencísima de un mafioso Nina (Dakota Johnson), siempre atendiendo de mala gana a su hijita de años años Elena (Anthena Martin) que en un malhadado descuido se extravía, sólo para que la diligente Leda logre localizarla por ventura, pero la niñita sigue desconsolada durante días porque ha perdido su adorada muñeca, la cual por ninguna parte aparece, ni merced de los volantes que por doquiera pega Leda, pues ella misma ha sustraído el irremplazable juguete, ya que la contemplación de la absorbente madre la ha remitido a su propia vivencia traumática de la maternidad hace dos décadas, una maternidad ayer vivida como una carga imposible por la evocada cual resurrecta joven Leda (Jessie Buckley luminosa) y hoy mismo como una pesadilla reminiscente, una maternidad frustrada por las exigencias para ella insoportables de sus dos niñas Bianca (Robyn Elwell) y Martha (Ellie Blake) demasiado demandantes, un obstáculo para su relación amorosa con un marido semimpotente (Jack Farthing) y para el desenvolvimiento académico que sólo pudo alcanzar tras el brutal abandono del hogar durante tres años y gracias al apoyo de un barbudo profesor Hardy citador burlón de Camus-Bourdieu-Ricoeur-Weil al hilo (Peter Sarsgaard), hasta que una intempestiva-peligrosa-paranoica bronca actual con medio mundo circundante y la necesidad de permitir en su bungalow la consumación del adulterio de Nina con Will, idéntico al que la misma Leda vivió hace dos décadas, todo se encone y agudice su crisis íntima, devuelva la muñeca, confiese su egoísta calaña involuntaria e irresponsable de madre antinatural y se halle a punto de perder la vida, para expiar en fuga sus culpas, removidas y sacadas a la luz pese a una consustancial maternidad oscura.

 

La maternidad oscura describe y narra, y narra y describe, incansablemente, de manera tan contemplativa y dulce cuanto vehemente, oscilando entre la crispación del presente y la exasperación del pasado, con delicada fotografía esteticista aunque rebosante de agitados planos cerrados de Hélène Louvart, conducente edición entrecortada por sacudimientos pulsionales de Affonso Gonçalves y fina música vehicular de Dickon Hinchliffe, para ir exacerbando la historia de una fascinación análoga a la experimentada por el músico decrépito hacia un adolescente rubito en La muerte en Venecia (Mann-Visconti 71), pero aquí la relación espiritual que se establece entre la apoltronada heroína deambulatoria y la inocente aprendiz de adúltera neovirginal Nina va a ser menos sagrada y decadente o autodestructiva que socavadora reflexiva e irracional, una múltiple fascinación edificante y destructora a la vez, la fascinación émulo de aquella erótica ejercida en la Leda mitológica por el cisne encarnado por Nina y su chicuela, la fascinación del eterno retorno de los remordimientos y los errores cometidos y compulsivos otrora satisfactorios e inevitables.

 

La maternidad oscura desmitifica la maternidad en sí, como sentimiento y ejercicio igualmente contradictorios, pues no sólo se trata de incidir en el tema femenino hoy y siempre acuciante y crucial de elegir entre el desarrollo personal-profesional y el absorbente trabajo del cuidado filial, ni de insistir en la novedad de la sobrecarga laboral y de roles que representa la maternidad (“En un marido no hay más que un hombre; en una mujer casada hay un hombre, un padre, una madre y una mujer”, reconocía Balzac hace dos siglos), sino de reivindicar y humanizar un viviseccional proceso de dolorosa desidealización materna, mirando sin juicios de abnegación ni de creatividad divina la maternidad en esa existencia y esa realidad que son su única y verdadera esencia, justo entre los infelices recuerdos femeninos de El amor molesto (Martone 95) y la feroz autodegradación de una mujer en Los días del abandono (Faenza 05) en las previas adaptaciones de Ferrante.

 

La maternidad oscura refulge entonces como una nueva potencia mental y una increíble fuerza cruel, incuestionables, plasmadas en ese ruego de rodillas del marido a la efímeramente reaparecida joven madre abandonadora Leda, una aleve conmemoración fervorosa y una temeraria defensa de los extremos maternos, un desprejuiciado hurgamiento en el inextricable lado oscuro de la luna progenitora.

 

Y la maternidad oscura abre con el desplome de Leda sobre una playa nocturna y cierra igual, pero ahora la mujer está pluralmente herida: por la aguja del cabello de Nina clavada en su vientre, por la asunción de su dramática identidad de madre que apacigua a través del celular a sus hijas preocupadas (“Estoy viva”), por su condición de ser humano atormentado perenne, por la incandescente memoria y por su fragilidad, similar a la de una cáscara de naranja cortada como serpiente para seguir enardeciendo a sus hijitas a perpetuidad.

 

 

FOTO: La actriz Olivia Colman protagoniza La hija oscura, que se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Venecia, el 3 de septiembre de 2021; igualmente está disponible en Netflix / Crédito de foto: Especial

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