Maja Milos: sexo, mentiras y celulares
POR MAURICIO MONTIEL FIGUEIRASAunque se le ha abordado desde ángulos diversos, la sexualidad adolescente sigue causando escozor y polémica: es un tema indudablemente áspero, duro, que sin embargo no se puede soslayar. Uno de los primeros cineastas que lo expusieron de cara al tercer milenio de manera frontal, sin tapujos, fue Larry Clark, quien junto con su coguionista Harmony Korine —veinteañero en aquel entonces— entregó en Kids (1995) un cuadro descarnado de la juventud vivida al extremo que hasta hoy no deja de levantar ampolla. Convertido en adalid del nuevo cine independiente, Korine empezó a forjar una irregular carrera como director centrada en el exceso y la marginalidad que ha dado un giro a la madurez con Spring Breakers (2012), película vapuleada por críticas miopes que no supieron o no quisieron ver el retrato preciso del vacío ni oír el canto del cisne de una pubertad empeñada en agotar su papel en el escenario de la banalidad, el dinero fácil y el vértigo delincuente. Con resultados obviamente disparejos, el asunto continúa atrayendo el interés de múltiples sensibilidades fílmicas: de Wong Kar-wai (Fallen Angels, 1995) a Hou Hsiao-hsien (Millennium Mambo, 2001); de Todd Solondz (Welcome to the Dollhouse, 1995) a Alexander Payne (Election, 1999); de Catherine Hardwicke (Thirteen, 2003) a Gus Van Sant (Paranoid Park, 2007); de David Schwimmer (Trust, 2010) a Michel Franco, quien con Después de Lucía (2012) efectuó una exploración atinada y brutal del bullying, uno de los males endémicos más preocupantes de la época que corre. A este listado de cintas viene a sumarse Clip (2012), el debut de la directora serbia Maja Milos premiado en el Festival Internacional de Cine de Róterdam, donde provocó revuelo y polarizó opiniones pese al disclaimer que figura en los créditos finales: “No participaron menores de edad en escenas de desnudez o sexo explícito.”
Nacida en Belgrado en 1983, Milos es miembro de una generación emergente de cineastas que acuden al realismo para elaborar ficciones en las que la crudeza del mundo contemporáneo se capta de forma semidocumental. En Clip este filón es subrayado por los teléfonos celulares con que Jasna, la protagonista, y sus amigas graban su cotidianidad en un despliegue obsesivo de exhibicionismo y voyeurismo con el que buscan fugarse del entorno obrero que las oprime. Interpretada con perturbadora ferocidad por la bella Isidora Simijonovic, Jasna es una enfant sauvage de catorce años que se sumerge en una espiral vitalista de alcohol, drogas y sexo —sobre todo sexo— para alzar un dique contra la decrepitud y la enfermedad que la rodean y que encarnan en su padre aquejado de cáncer, en los niños recluidos en el orfanato que visita como parte del trabajo social que pide su escuela. “Es extraño cuando pienso en mi infancia. Me da miedo. No siento nada. Es como si no hubiera ocurrido, como si las cosas que recuerdo no tuvieran sentido”, dice Jasna a Djordje (Vukasin Jasnic), el chico con quien entabla una relación sadomasoquista que refleja el machismo fraguado desde una edad temprana, y esta confesión abre una grieta de fragilidad en el muro de apatía y desenfreno juvenil que Clip registra con una mirada implacable, intrépida, sin concesiones. La grieta, no obstante, se cierra pronto para impedir que la muerte que flota en el ambiente contamine y debilite la voluptuosidad que Jasna y sus congéneres apenas están descubriendo. Con un pulso que no flaquea a lo largo de toda la historia, Maja Milos se adentra en el delirio de los cuerpos que aprenden a conocerse pero también a herirse. La secuencia final, desarrollada en una fiesta durante la que un Djordje celoso golpea a Jasna hasta hacerla sangrar para luego envolverla en un beso exaltado, insiste en una lección de vida: el sexo es una fuerza que una vez desatada difícilmente se logra gobernar.
FOTO: Clip registra con una mirada implacable, intrépida y sin concesiones un muro de apatía y desenfreno juvenil
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