Maldiciones cansadas como palabras muertas
Este es un fragmento en prosa del libro Glossuarium, el poemario más reciente del autor sueco, quien fue nominado al Premio de Literatura del Consejo Nórdico. La traducción es de Petronella Zetterlund (Suecia, 1974), maestra en Letras Hispánicas
POR JOHAN JÖNSON
Palabras como maldiciones cansadas. Maldiciones cansadas como palabras muertas. La vagina de camello de tu madre, etc. La vagina de perra de tu hermana, etc. El pene de animal choto de tu padre, o algo así. Niños matan a niños sin problemas. Ahorra dinero para hacienda y un montón de quejas por el medio del lenguaje y las palabras y el lenguaje y los sonidos. Este tiempo jamás conocido. Estas palabras jamás vividas. Cómo canta Inger Christensen a través de su primera colección, Luz. Al otro lado: la nada y la resonancia del habla biológico, sistematizado. El bochorno del lenguaje en la gruta de la podredumbre. De un tiempo nunca conocido. De un tiempo nunca vivido. Donde toda la existencia se evapora hasta convertirse en náuseas. Eructar el acertijo de la llegada. Desaparecer en el tictac de su caída. Sin vía de escape. Yo hablaría. Hablé. Mi destino está sellado. Ningún otro lugar. Ningún lugar. No hablé. Cuando uno limpiaba escaleras se empezaba desde arriba, trapeaba toda la gravilla y la basura hacia abajo, escalón por escalón. Abajo en la entrada, uno recogía el ahora considerable montón en un recogedor con una escoba. Fue, todavía lo recuerdo, como un castigo, completamente imposible, como quien dice, estar presente en el momento y en los movimientos de uno mismo. Simplemente no era posible concentrarse ni mucho menos pensar en las acciones que uno hacía. Uno tenía que dejar que los pensamientos volaran. Fue como una laguna mental de ocho horas, cada jornada de trabajo. Obviamente no recuerdo en qué pensaba mientras hacía el trabajo. De repente uno estaba abajo, en la entrada, recogiendo el montón con la escoba, empujando el carro de limpieza hacia la siguiente puerta. Allí esperaba por poco exactamente lo mismo. Recuerdo el olor al detergente químico en el agua, mezclándose con polvo, gravilla, basura; como un sueño vacío y áspero. La humedad en los escalones recién trapeados se reflejaba gris y tenue, recuerdo haber pensado al principio, para después ya no hacer la misma reflexión, la escalera de arriba, idéntica, pero de alguna manera invertida y flotante. A qué objetos deben sujetarse las palabras. Como alfileres. Como las comas de los objetos. Sujetar a los humanos con agujas. Tatuarlos hasta que se deshagan. Cubrirlos con ornamentos inútiles. Sombrear sus pieles. Su pergamino de yesca. Como contra las muñecas de vudú. Maniquíes. Plasticidad muerta. Zafarse de su lenguaje muerto que mata. Los muertos simplemente deben estar silenciosos y muertos. No escavar la tierra para volver a matarlos. De todos modos no tienen nada que decir. Hay ráfagas de vientos y está oscuro, oscuro como dentro del cuerpo, en octubre, en el pequeño terreno del bosque. Los árboles se mueven como sombras muertas. Uno está solo y silencioso. Silencioso y solo. Ningún espanto propio. Ningún espanto ajeno. Solo el pánico vacío. Como siempre. Como de costumbre. No pulverizar la tierra y no pulverizar a los que en ella están enterrados. Uno siempre ya está muerto. Entonces uno podría hablar. Pero uno no quería. Ni por nada en el mundo. Aun así nos hablábamos. No tenía nada raro. Fue desde el interior inmenso de la muerte. Criptas en Roma. Los vestigios de huesos de antiguos monjes (y escribas silenciosos) ordenados en naturalezas muertas barrocas al mismo tiempo sencillas y hermosas. Algo arcaico. Extraño. Se pone en contraste con la carne viva, sus edificios y ruinas efímeros, presentes y venideros, arriba de la superficie de la tierra. No hay nada que escuchar. No había nada. Con dificultad se podían apreciar las pausas llenas de silencio y carraspeo. O cuando a alguien le quebraron la mandíbula y lo hicieron sangrar. Y siempre hubo dificultades. Siempre fueron graves. Todo fue dificultades. Menos el lenguaje. El hablar no. Fue algo peor que las dificultades graves y el espanto y el terror. Yo jamás hablé. Gente como nosotros jamás habló. La belleza llega como el dolor, ya superada. Sabes que es imposible. Ningún sueño es soñado. Pero: la noche se abre cada noche, y cada noche, para el ejercicio del cuerpo ante su propia muerte. Al despertarte, en la hora del lobo y muy de madrugada, no recuerdas tu origen; sigues leyendo el poema. Nada olvidado ni oculto. El lenguaje no podría revelar o manifestarse así. Era en sí lo olvidado y lo oculto. Dejaba todo sin corroerlo. Con su forma de gas. Murmurando. Susurrando. Balbuceando. Mascullando. Graznando. Gruñendo. Gimiendo. Royendo. Sigue. Igual que la matanza de los muertos. Igual que la muerte de los aun no muertos y su inútil prole. Es una extinción que no cesa. El hablar dice que lo recordará. Pero solo acelera el proceso.
ILUSTRACIÓN: Iván Vargas / EL UNIVERSAL
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