Manual para escuchar a Juan Gabriel

Sep 4 • destacamos, principales, Reflexiones • 30665 Views • No hay comentarios en Manual para escuchar a Juan Gabriel

POR PÁVEL GRANADOS

@pavelgranados

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Murió Juan Gabriel. Pero, ¿Juan Gabriel, Alberto Aguilera?, ¿¿¿Por qué Juan Gabriel??? Sí, ya se confirmó la noticia. Ya lo retuiteó López Dóriga. Nada qué hacer. Ha pasado a ser parte de los Hechos Consumados. Señor locutor, póngame “Caray”, mientras hallo resignación. ¡Pero cómo que Juan Gabriel! No es posible. ¿Con quién hay que ir a hablar?, ¿qué puerta hay que ir a tocar? Alguien tendrá que resolver nuestra angustia. En mi alma sólo hay una rockola tocando a Juanga. Y lo primero a lo que uno se aferra es a las grandes frases, porque flotan en medio del naufragio: “El mejor compositor desde José Alfredo Jiménez”. “Una época ha llegado a su fin”. Pero eso funciona por poco tiempo. Lo que sigue es la introspección y la inmersión en la autobiografía. ¿Olvidarás acaso las tardes en que volvías de la primaria, esperando ver el video de Juan Gabriel yendo a tocar la puerta de Rocío Durcal? Ella abría sólo para decir: “Te pido por favor / de la manera más atenta que / me dejes en paz / de ti no quiero ya jamás saber / así es que déjame y vete ya”. ¿Desde entonces preferiste ya no tocar a la puerta de un corazón antes que sufrir un rechazo como Juan Gabriel en el Canal 2? Y luego vino “De mí enamórate”, que cantaste tantas veces con Daniela Romo porque la escuchabas en todos lados, entre el mar de canciones en español: Jeanette, Lupita D’Alessio, Emmanuel… Luego viste en una casa, ¿a los trece años?, el libro Juan Gabriel y yo, la biografía no autorizada, con fotos del compositor y sus novios, ¿algo se movió en ti? Y luego, suena el teléfono, qué bueno, para salir de la memoria. Es que todo mundo quiere platicar, comprender. ¿Qué es lo que tenía Juan Gabriel que había conquistado a México, el país de los machos? Fui tomando mis notas mentales en torno a su muerte, las polémicas del momento, para que mi pensamiento no se diluyera como vulgar trending topic. A las pocas horas, el fenómeno ya estaba cercado por las innumerables opiniones y ya no se podía ni ver bien el cielo. Así que mejor vi mis notas.

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            Una canción es una canción. Lo que quiere decir que para comprenderla no se debe descomponer en partes. Las letras por sí mismas, si intentaran caminar, se derrumbarían. Serían risibles poemas, salvo por los versos sueltos que no alcanzan a llenarla de vida como ocurre en un poema. Para que una letra conmueva, el interlocutor debe de saber la melodía. Sólo ella le da contundencia a un verso como: “Háblame de ti, cuéntame de tu vida”. De ahí que el análisis métrico deba de tener en cuenta que es sólo un apoyo, una manera poco convincente de encontrar las excelencias de una canción. Quizá haya un endecasílabo, pero por alguna razón casi ninguno de los grandes poetas ha logrado hacer una canción memorable. No lo hizo Octavio Paz ni cuando lo musicalizó Manuel Esperón, ni hay canciones (memorables) con letras de Jaime Sabines o Rubén Bonifaz Nuño. (La excepción: Amado Nervo). Son dos mundos distintos, con recursos expresivos diferentes. “No discutamos”, le dice la canción al poema, “porque después de la primera discusión hay muchas más”. Y además, lleva la de ganar la canción, pues fácilmente se convierte en obsesión. Tres minutos de Juan Gabriel revolotean en la memoria como una mosca, como la hipnosis de la mnemotecnia. Los críticos literarios se dicen: “Vamos a pasar un buen rato”, y toman un verso de cualquier canción popular, lo colocan bajo el microscopio, su sintaxis no resiste el menor examen, qué tontería: “No te vuelvas a cruzar en mi camino / me das pena y lástima de verte”.

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            Los versos son la ropa chic de la vida. Quedan justitos. Como pantalones entallados. Parecen hechos a la medida. Curiosamente, eso se logra siendo lo más abstractos posible. A los grandes compositores mexicanos los caracterizó lo atractivo de su biografía, una vida única, con anécdotas más o menos misteriosas, la vida oscura antes de la celebridad sin la cual no hay celebridad. Y luego, la capacidad de convertir esa vida intransferible en una obra que logre hacerse la de los otros. Así fue Agustín Lara, quien le dio a los demás su experiencia del burdel, una experiencia que era ficticia porque los burdeles que se imaginaron sus admiradores no tenían nada que ver con los que vivió el compositor. Recreamos sus vidas a partir de sus composiciones, pero si analizamos bien esas escenas veremos que somos nosotros quienes las protagonizamos, nos incrustamos a como dé lugar en su vivencia, presenciamos su vida. Y al mismo tiempo, hacemos de su vida la gemela de la nuestra. Y en cierto momento somos indistinguibles del compositor, su voz es la nuestra. ¿Cómo la podríamos diferenciar una vez que nuestra mente llegó a la síntesis? “Te voy a olvidar, te voy a olvidar, / aunque me cueste la vida, y aunque me cueste llanto, / yo te juro que te voy a olvidar”. Ya te lo he cantado a solas, ya lo grité en una cantina, ya te lo dediqué con la mente o en la radio (da igual, era para que lo oyera yo), ya te lo llevé en una serenata, ya lo canté en el balcón de mi derrota, es tan mía esta canción que voy a ver si hay regalías a mi nombre en la Sociedad de Autores.

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            El priismo relativo. El autor hizo campaña por el PRI en 2000, en el momento del gran derrumbe electoral. Juanga fue el falso profeta. Y todavía hace unos días se supo que mantenía su apoyo al presidente Peña. “Pero qué necesidad, para qué tanto problema”, es una consigna políticamente correcta que le hubiera venido bien seguir. Pero el compromiso político es una parte mínima del arte por mucho que llegue a ocupar un lugar destacado en las obras. Sobre todo porque los panistas y los perredistas cantaban sus canciones sin ponerse a meditar demasiado en la filiación política del autor. Sé que el slogan de 2000 (“Ni Temo, ni Chente, / Francisco va a ser el Presidente”) causó su distanciamiento con Carlos Monsiváis. Tampoco el público cedió en aquella ocasión a los coqueteos de Juanga, quien en un concierto fue abucheado por cantar: “Ni el PRD ni el PAN, / el PRI es el que va a ganar”. Sus capacidades argumentativas fueron superadas entonces, Juan Gabriel se ponía nervioso al explicar ese periodo, no encontraba bien las palabras, trastabillaba para admitir que el PRI no había cumplido con su promesa de ayudarlo con sus impuestos. Los partidos por igual lo admiraron unánimemente, hasta los miembros del conocido partido de la homofobia y la doble moral sabían de memoria sus canciones. López Obrador dijo a su muerte: “Fue el José Alfredo Jiménez de nuestro tiempo. Tenía pensamiento progresista, era liberal, nacionalista”. Juan Gabriel, liberal. Me parece bien, pero del ala juarista, de Ciudad Juárez, contrario a la intervención de los Estados Unidos; pero por otra parte, cercano a los mexicanos en el norte. El comunicado de Obama acerca de su fallecimiento (“Para muchos mexicano-americanos, mexicanos y gente en todo el mundo, su música sonaba al hogar”) fue más bien la certificación de que Juan Gabriel es también música estadounidense, canciones que tuvieron a Hispanoamérica como sitio natural. Su relación con el nacionalismo es (o será pronto) discusión superada, pues de por sí el machismo a lo Negrete era sobre todo un estereotipo antiguo, ya sólo tomado seriamente en otros países. Sin embargo, como componente del Alma Nacional, la réplica al machismo tiene cabida: el machismo es ante todo una cárcel para el hombre, que tiene que llevar a cabo una actuación viril, violenta, controladora. Juan Gabriel es la posibilidad de liberación, de escapar a ese traje impuesto sobre el hombre. De ahí la efectividad de su coqueteo, y de sus guiños. Los presidentes de América Latina que llegaron a una cumbre en Guadalajara, en los años 90, fueron invitados a un concierto de Juanga, lo miraron con suspicacia, sonrieron, pero terminaron fascinados. Tengo la impresión de que la verdadera seducción es la que ejerció, no ante los votantes, sino ante el poder.

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            Sin biografía no hay vida. Se decía que Jaime Torres Bodet en vez de vida tenía biografía. Juan Gabriel tiene fundamentalmente vida, y la dosificaba en su biografía. Al principio, trató de ocultarla, pensando que su público no estaba preparado. De pronto, su público lo superó, lo rebasó y estuvo a punto de dejarlo atrás, si no fuera porque ese silencio autobiográfico tenía mucho de misterio. ¿A quién le cantaba Juanga?, ¿qué experiencia está detrás de su obra? Con el tiempo –fuera de “Amor eterno”, dedicado a su madre–, sus canciones fueron como casas vacías para ser ocupadas por el público. Conchas de cangrejo ermitaño, que eran encontradas mientras se caminaba por ahí. Pongo mis vivencias como decoración, como los muebles. Los sentimientos toman la forma de la canción que los contiene. La madre personal es la madre que está en “Amor eterno”, por eso se multiplican las lágrimas. Pero esto ya lo dije arriba, por más que se necesite repetir. Lo que me interesa destacar aquí es que las canciones están en este aspecto subordinadas a la construcción de un mito. Vida y obra cumplen un papel. Para el público de los años 70, Juan Gabriel tenía un componente de exotismo, la posibilidad de sondear la noche, de vivirla a ciegas, a lo que se sumaba la Frontera, espacio mítico, que entonces era la promesa de un lugar de libertad, el ligue que no decía su nombre porque era una actividad secreta, los jadeos, el ritmo repetitivo hasta el mareo. ¿Cómo será ese mundo diferente? ¿Puede ser Juan Gabriel piedra fundacional de la moderna cultura de la frontera que fue la que rompió el centralismo?

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            Los elementos en tensión. Sí, se cierra un ciclo. Agustín Lara fue el creador de un estilo, de un lenguaje amoroso. En él, la mujer era un ser distante, mistificado, pero sin voz, como no fuera una especie de muñeca cuyo ventrílocuo era el compositor. José Alfredo Jiménez construyó un alma altiva, con tantos precipicios que para suicidarse bastaba con tropezarse. Y Juan Gabriel, él hizo de la balada su ecosistema, creó soliloquios en que el alma del amante se habla a sí mismo. Aunque se dirige a un tú, es muy probable que no se sienta aludido. Y el reclamo, la resignación o el perdón se enuncian a partir de cierto desamparo. Alberto Aguilera algo tenía de desamparado, ya fuera hablando de su madre o de sus impuestos. Pero por una venturosa inversión freudiana, los espectadores nos descubríamos abandonados, golpeados por la vida, viviendo de promesas (del amor y del PRI), nacidos para tantas cosas menos para amar. El fenómeno completo incluye el performance de sus presentaciones. La teatralidad iba de la intimidad de un recitativo a un paroxismo colectivo, a esos rituales instantáneos que decía Monsivais. Al repertorio de la canción sentimental, Juan Gabriel añadió la catarsis, porque sus finales eran casi dionisiacos, el estruendo del mariachi combinado con la sinfónica. En Bellas Artes murió un prejuicio –falso, porque ya había sido pisoteado por Agustín Lara en los 50 y por Lola Beltrán en los 70–, prejuicio visible pero cada vez menos operante en los juicios sobre la música mexicana.

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            Probablamente estoy especulando demasiado. Se me olvidaba que ya estaba terminando, que la popularidad de su obra también ha terminado un ciclo, y que su repertorio se ha incorporado en gran medida a las canciones clásicas. Pero lo extrañamos, aunque ya es parte de nuestra gran biografía colectiva. Con el tiempo, estoy seguro, esas dos fuerzas que se enfrentan en su canción, la costumbre y el amor, se reconciliarán en su caso: lo cantaremos por costumbre y por amor.

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FOTO:  “¿Qué es lo que tenía Juan Gabriel que había conquistado a México, el país de los machos?” En la imagen, en un concierto en el Auditorio Nacional en mayo de 2006. / Archivo EL UNIVERSAL

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