Manuel Becerra Acosta: ruptura y exilio

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En esta entrega de sus memorias, Batis traza un perfil poliédrico de Manuel Becerra Acosta, dueño de un olfato periodístico nato y de una personalidad explosiva que lo llevó al exilio

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POR HUBERTO BATIS

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Una de las etapas más felices de mi vida fue cuando me nombraron subdirector editorial de Opinión en el diario unomásuno. Todos los días se publicaban unos seis u ocho artículos aparte toda la sección de Cultura, que estaba bajo mi supervisión y era la que más me interesaba junto con el suplemento sábado. Siempre busqué mantener una variedad de firmas. El unomásuno fue un periódico que se distinguió por la opinión de tanta gente que daba un abanico de posibilidades. En el caso de sábado llegamos a tener preparados números hasta para dos meses, de tantos colaboradores que teníamos.

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Las instalaciones del periódico estaban en la cerrada de Holbein, cerca de la Ciudad de los Deportes. El barrio, en el que trabajé más de veinte años, se distinguía por una soledad muy grande, excepto los domingos que había futbol y corridas de toros. Diario salíamos a comer con Becerra Acosta y regresábamos con algunas copas entre pecho y espalda. Volvíamos a trabajar en un estado de euforia.

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Recuerdo que Becerra Acosta tenía un enorme olfato para saber hasta dónde llega una cuestión política. Se adelantaba a los hechos, los esperaba y tenía la respuesta el mismo día en que las cosas ocurrían. Tenía un carácter imponente, aunque en algunas fotos parezca muy sonriente. También le gustaba tanto el peligro que me considero un sobreviviente por acompañarlo. En una ocasión me invitó a su casa de Malinalco, Estado de México, la que Carlos Hank González le había regalado a Fernando Benítez, y éste a su vez se la había dado a Becerra. Íbamos a toda velocidad, rebasando en curvas cerradas sin ver qué venía. Pensé que nos íbamos a matar. En cuanto llegamos a nuestro destino, me escapé a Cuernavaca, donde me esperaba mi familia. Nunca he vuelto a tener una experiencia igual de terrorífica.

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Uno de los grandes misterios que no he entendido es por qué siendo el unomásuno un periódico “super acorazado”, en 1984 Becerra Acosta se quedó solo, sin sus cañoneros, sin sus pilotos, que se fueron a fundar La Jornada. Finalmente, quienes se quedaron con Becerra fue la facción que se había ido con él a su salida del Excélsior, en 1976: periodistas duros. Entre ellos recuerdo a Víctor Manuel Juárez y a Gonzalo Álvarez del Villar, tipos fuertes que lo apoyaron decididamente.

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En esa crisis nuestros colaboradores de Opinión no sabían qué hacer. Yo no sabía cómo explicarles lo qué estaba pasando de fondo. Todos preguntaban por qué se separaban, por qué unos se iban y otros se quedaban. Para retenerlos, les dije que el periódico seguiría siendo el mismo.

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En aquel tiempo, Becerra Acosta era un alcohólico. Bebía todos los días. Se levantaba crudo y a las 11 o 12 ya estaba bebiendo otra vez. Apenas comía. Yo me convertí en su compañero durante una buena época. Es difícil lidiar con un toro bravo como es un alcohólico inteligente que conserva el rencor de haber sido abandonado por un grupo de sus colaboradores más cercanos. Para mí la ruptura a finales de 1982 al interior del unomásuno fue una maquinación de Miguel Ángel Granados Chapa, que era un maestro en dividir y destruir todo aquello en que se metiera. Muy pronto Granados Chapa dejó huérfanos a los “jornaleros” y a Carlos Payán, quien no tenía experiencia. Yo lo conocí cuando dirigía una revista de una secretaría de Estado. En un principio no entendía cómo Becerra lo había nombrado subdirector del unomásuno. Después éste me confesó: “Yo no lo nombré. Cuando me di cuenta, ya era mi subdirector”.

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Los del grupito de futuros “jornaleros” se turnaban cada día para ir a comer con él a cuenta del diario. Se iban a grandes restaurantes a servirse de la carta abierta y a pedir buenos vinos. Ellos sólo corrían con la propina. Ya he contado que el verdadero problema de Becerra fue Carlos Salinas de Gortari, y sobre todo su padre, Raúl Salinas Lozano. Éste se había acercado al unomásuno cuando estaban planeándolo con la intención de influir en su lanzamiento y en su dirección, pero le cerraron la puerta en las narices. En una ocasión, Carlos Salinas de Gortari visitó a Becerra en su casa durante su campaña. Toda la plana mayor del periódico y los principales colaboradores estábamos ahí. Salinas derrochaba zalamerías y elogios a Becerra y a su esposa, Ángeles Aguilar Zinser.

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Becerra fue muy majadero con él. Le dio respuestas muy descorteses, en tono alzado. Cuando salimos de allí le dije que se había echado un enemigo encima. Él me respondió: “No importa. Éste no va a llegar a nada”. Pero el día en que éste llegó a la Presidencia de la República, Becerra ya tenía a un enemigo con un gran rencor hacia él y que también quería vengar a su padre.

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Le recomendaron a Becerra Acosta que se fuera de México, que se marchara a España. En 1988 el diario quedó en manos del gerente Luis Gutiérrez. A mí éste me reiteró la total autonomía que siempre tuve en el suplemento sábado. Tiempo después, Luis Donaldo Colosio le preguntó a uno de los hijos de Becerra, Juan Pablo, en dónde estaba su padre. Éste le respondió que en España. “Ahí lo tiene”, dijo señalando a Salinas de Gortari. Colosio le respondió: “Dile que se venga”. Y Becerra Acosta pudo regresar al final de ese sexenio con ánimos y nuevas ideas. Manuel fue recibido muy cariñosamente por todos y nos disputábamos las comidas o los desayunos. Él nunca salía de noche, pero la hostilidad del régimen fue descarada y tan evidente que deseó no haber regresado y se volvió a ir a España, donde finalmente moriría en el año 2000.

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Luis Gutiérrez se había hecho cargo del periódico y del manejo del presupuesto con gran habilidad. A mí me siguió respetado la autonomía total del presupuesto sábado y me dejó manejar la opinión hasta el libertinaje. Bernardo González Solano manejaba los dineros y logró cifras récord en la publicidad. Ambos me profesaron un respeto a toda prueba, de tal manera que supongo que esto contribuyó a la permisividad erótica en textos y en ilustraciones como nunca se ha visto en el periodismo nacional. Pero todas las bonanzas se acaban intempestivamente. Cuando gozábamos de una comida anual del periódico, Gutiérrez nos anunció que acababa de vender el periódico y nos presentó a sus nuevos dueños: Manuel Alonso Muñoz y sus hijos Guadalupe y Manuel Alonso Coratella.

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FOTO:  Fernando Benítez y Manuel Becerra Acosta durante una conferencia que ofrecieron en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, en agosto de 1978./Christa Cowrie

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