Maryam Touzani y la sororidad antidesvalida

May 21 • Miradas, Pantallas • 5619 Views • No hay comentarios en Maryam Touzani y la sororidad antidesvalida

 

Una mujer embarazada que deambula por las calles encuentra refugio en la casa de una viuda y de su hija, con quienes construirá un mutuo apoyo en medio de sus soledades

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Adam. Mujeres en Casablanca (Adam, Marruecos-Francia-Bélgica-Qatar, 2020), conmovedora ópera prima de la marroquí tangerina en Londres fílmicamente formada de 40 años Maryam Touzani (cortos previos: Cuando ellos duermen, 2011, y Aya va a la playa, 2015), con guion suyo y de Nabil Ayouch, la hermosa joven pueblerina inmigrante interior embarazadísima Samia (Nisrin Erradi insustituible) recibe en gran acercamiento inmóvil a su rostro y sin posibilidad de contraplano una humillante negación rotunda para pernoctar en el salón de belleza donde pretendía hacer contratar sus servicios (“No es un hotel”), antes de vagar por las congestionadas calles de Casablanca, descansar de su enorme barriga apoyándose en cualquier rincón, yendo de casa en casa para proponer en vano sus servicios de lo que sea y quedarse tirada en una banqueta justo enfrente del ínfimo expendio de ciertas delicias árabes de la viuda escuálida Abla (Lubna Azabal palpitante reprimida) y su estudiosa hijita de ocho años Warda como la célebre cantante (Douae Belkhaouda cual niña faltante a Ozu), quienes se apiadan de ella y la recogen por esa noche que se convertirá en muchas más, pues la chava, pese a ser correspondida por un primer rechazo, sabe cocinar de madrugada suculentas mercancías (msemmen o rziza devanada como tallarines según receta ancestral de su abuela) y se volverá indispensable como maestra de amasado y un miembro más del remedo de familia de sus anfitrionas, al grado de ser buscada por toda la urbe poco después de haber sido tan temerosa cuan injustamente lanzada un día al arroyo (“Por favor ven, tu hijo nacerá aquí, no en la calle”), estableciendo con madre e hija un poderoso y cambiante vínculo afectivo que consigue sacar de su punto muerto amoroso a esa amargada mujer que se negaba a efectuar siquiera el duelo por la muerte accidental de su indispensable esposo ni mucho menos aceptar el cortejo del simpático cliente bigotón Slimani (Aziz Hattab deliciosamente autoirrisorio), hasta el apremiante nacimiento del bebé de la afable Samia, inicialmente rechazado porque debe ser ofrecido en adopción para evitarle ser violentamente repudiado por la sociedad islámica que lo considera un “hijo del pecado”, pero pronto aceptado por su escamada madre y desafiantemente bautizado bajo el nombre de Adam como el primer varón bíblico, cual noble fruto de una poderosa sororidad antidesvalida.

 

La sororidad antidesvalida surge, muy propositiva y explícita, de la venturosa conjunción benéficamente recíproca de las soledades disímbolas de dos mujeres cautivas familiares y extrafamiliares, dos criaturas traumatizadas y en el desamparo perfectamente sabedoras de que en su medio social “las mujeres no somos dueñas ni de la muerte”, sujetas a la retrógrada chismorreante e inquisitiva inquisidora mirada ajena de sus pares, presas del autocastigo y la fuga, del refugio y la autodevaluación.

 

La sororidad antidesvalida coloca en el puesto de mando a un equipo técnico-expresivo en exclusiva femenino, empezando por una sensitiva fotografía de Virginie Surdej con adherida body camera o a menudo desde rendijas y en cálidos olores ambarinos u ocres siempre amenazados por la penumbra o ámbitos enclaustrados a imagen y semejanza de la humana/ inhumana condición milenaria que intuitiva o deliberada y enardecidamente desea sacudirse ese singular trío de mujeres ejemplares jamás ni representativas ni especiales en exceso, y terminando por una pulsional edición de Julie Naas que sabe la duración precisa de los planos para mantenerlos sujetos a la contemplación, el hurgamiento y el arrobo del espectador sensible o sensibilizado.

 

La sororidad antidesvalida convoca una auténtica terapia entre dos, mutua, entre sobresaltos y subterfugios psicológicos, que rompe con la pasividad y el sometimiento de los valores programados, allí donde el silencio indemne se autoimpone como obligación autopunitiva contra la hazaña forzada por la dulce Samia a la agria enteca Abla de escuchar otra vez un caset de sensualista femenina música (de la cantautora popular norafricana Warda) se consuma como una demolición de barreras e ideas heredadas, allí donde reinan la pobreza de una economía de la sobrevivencia y el maquillaje natural que trasforma las actitudes vitales, allí donde la lucha interior se lee en todos los gestos, allí donde la maternidad no se manifiesta como un instinto ni un supuesto dado de antemano sino como una realidad coercitiva y constringente: una alegría de difícil asunción hasta cruel, y allí donde el bulto del bebé demandante de alimento mamario a un lado de la cama desértica se experimenta como un reto y una campaña bélica a vencer.

 

La sororidad antidesvalida redefine así suave, suave y sensualmente el empoderamiento femenino no como un hembrismo cualquiera, ni como una reproducción de los esquemas machistas, ni como una toma violenta del poder dentro de pareja alguna, sino como un adueñarse de su propia individualidad y la capacidad de decisión para acercarse a sus iguales en igualdad de circunstancias, tan solidaria cuan amorosamente, algo universal y temerariamente válido incluso en un architradicional contexto sociológico marroquí e islámico (“Que Dios quite las espinas de tu camino”), trátese de la madre, de la hija o del espíritu santo, sea la madre rescatada a su duelo por fin realizado Abla, sea la pequeña homologada Warda, sea la peregrina desarraigada de todo menos de la bienaventuranza Samia, sea la protección al recién nacido identificado con una antiprejuiciosa pugna social aún inédita en la esperanza futura Adam, para poder desprenderse todas ellas con la dulzura desplegada y resuelta a ser afines a ellas mismas.

 

Y la sororidad antidesvalida acaba contemplando a la heroína errabunda antes refugiada, exacto en la mañana de la decisión crucial, cerrar simplemente la puerta que la conduce al exterior, fortalecida y autónoma en un hermoso final abierto y en rotundos puntos suspensivos.

 

FOTO: Adam refleja una vivencia de la propia directora, pues sus padres acogieron a una embarazada soltera cuando esta condición era ilegal en la sociedad marroquí/ Especial

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