Maryna Er Gorbach y la femipugna intestina

Abr 15 • destacamos, Miradas, Pantallas • 3448 Views • No hay comentarios en Maryna Er Gorbach y la femipugna intestina

 

La cinta Klondike plantea un antibelicismo eslavo desde una desgarradora perspectiva y una nueva óptica femenina

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Klondike (ídem, Ucrania-Turquía, 2022), estrujante quinto largometraje como autora total de la ucranianakievita de 41 años Maryna Er Gorbach (Ámame 13, Omar y nosotros 19; aparte de editora de todos sus filmes), mejor dirección en Sundance y premio ecuménico en la Berlinale 2022, la desgarbada granjera cuarentona Ivka (Oksana Cherkashyna sublime) habita en una conflictiva región fronteriza del Donbás durante la guerra contra la Rusia expropiadora en julio de 2014, y se halla parcialmente impedida por un embarazo tardío, junto con su pusilánime si bien torvo marido calvo Anatoly Tolik (Sergey Shadrin) que se siente obligado a coquetearle a la facción separatista, incluso si ésta ha bombardeado por error su granja y luego lo compensa con un consagratorio uniforme, en tanto que su valeroso joven cuñado Yuryk (Oleg Shcherbina) milita al lado de la resistencia guerrillera ucraniana y aún visita clandestinamente a su hermana, pese a que las fuerzas armadas con sus mercenarios despiadados y hambrientos han tomado el más cercano pueblo vecino y rondan por el territorio intentando sin éxito identificar a los presuntos francotiradores responsables del derribo de un avión Boeing MH17 en las inmediaciones, pero, después de tratar en vano de evacuar cruzando en la vieja camioneta familiar los retenes fronterizos entre gratuitas matanzas de civiles, la infeliz preñada Irka opta por regresar a su terruño semidestrozado e invadido, aceptando el sacrificio de su vaca querida para alimentar a las tropas y resignándose a parir muy lejos de la atención hospitalaria ya reservada, sin poder evitar no obstante que la tensión familiar estalle, que su traidor marido retenga oculto y atado en un sótano exterior de la granja al irascible joven cuñado guerrillero, y que un desalmado comandante mercenario (Artur Aramian) liquide a balazos a los dos por igual, mientras la inerme Irka comienza dolorosamente dar a luz a su ansiada bebita a la intemperie, contraviniendo los inhumanos dictados criminales de una brutalizante femipugna intestina.

 

La femipugna intestina finca y estructura su discurso expresivo sobre un imaginario mínimo pero insondable de recurrencias y salvajes acechos persistentes, tales como los caminos polvorientos ante la inmensa planicie donde está mal situada la granja protagónica, las escorias y los desechos de la casa que se sostiene milagrosa sólo porque nunca termina de caer por completo, la ominosa columna-mancha de humo negro repentino detrás de las colinas, el ínfimo brillo dorado de los tristísimos atardeceres en torno al perfil de la heroína solitaria aun en compañía de sus rudos allegados, los restos del MH17 que parecerían seguir volando incluso desmembrados en tierra o levantados por una poderosa grúa gigantesca, el laconismo de los diálogos jamás banales y de continuo en instancias significativas de segundo grado (“Siempre lo mismo, nosotros construimos, ellos rompen”) y tercero (“Maldito soñador”), o bien secuencias inesperadas y deslumbrantes como la persecución inútil del rabioso marido Torik al abusivo vecino fanático prorruso Sanya (Oleg Shevchuk) que lo despoja a la brava de su coche sólo porque se le viene en gana y más tarde lo devuelve sin chistar, la distante y longitudinal interminable marcha atrás del coche de Irka renunciando a cruzar la frontera homicida, la intempestiva crueldad con que se recrea la expedita destrucción, la inmediata e indiscriminada liquidación a tiros de aliados y enemigos sin distinción posible, o la indiferencia ante los exánimes cuerpos diseminados dentro de un enfoque cenital.

 

La femipugna intestina cala hondo al plantear su antibelicismo eslavo desde una desgarradora perspectiva y una nueva aunque muy antigua óptica femenina hipersensible y conmovida solidaria empezando por sí misma en trance, que viene a ser análoga o equivalente a la de insignes escritoras de culto como la rusa Anna Ajmátova, la polaca Wislawa Szymborska, la rumano-alemana Herta Müller o la bielorrusa Svetlana Aleksiévich, pero también al nivel de extraviadas cineastas geniales como la polaca Wanda Jakubowska (La última etapa 46) y la búlgara Binka Zhelyazkova (La última palabra 72) o la húngara Márta Mészáros (Diario para mis hijos 84), radicalizando ahora la postura artística de ellas al límite extremo de una desolación postarkovskiana (El sacrificio 86), con una lógica de intensidades depresivas despojada de cualquier misticismo, a la vez alucinada y delirante, minimalista-surrealista en su capacidad de resistencia irracional e irrazonable, con un sentido y una necesidad del arraigo que de antemano se reconoce inviable e infructuoso, con imágenes deshechas e inabarcablemente abiertas hacia ninguna parte, con desplazamientos internos de figuras humanas o relaciones entre éstas que proponen y hacen estallar una verdadera estética acre y una fluida metafísica de la profundidad de campo, una profundidad de campo que impone la desazón de una red infinita de espacios sonoros y voces en off, la profundidad de campo que en lenta ida y vuelta recorre la atribulada heroína sobre el eje mientras los varones se entregan a una inmostrable lucha encarnizada o a felonías incruentas, la profundidad de campo como visualidad sensible hecha realidad ausente (esa fotografía en hueco sobre oquedades inabarcables de Sviatoslav Bulakovski) e imantación malvada (esa música de Zviad Mgebry que semeja estar elaborada a base de horadaciones acústicas o de grumos resonantes más que asentada en armonías), esa profundidad de campo que admite cualquier género de baldías panorámicas izquierda/derecha o insinuaciones aglutinadas.

 

Y la femipugna intestina se consuma como una frenética inconsolable elegía en tono disminuido cuando abandona a su protagonista trepada a horcajadas como espasmódica bestia malherida sobre un sofá a la intemperie intentando acomodarse a lo lejos mientras el llanto de su bebita ya se escucha en primer término doliente y apagado.

 

FOTO: El largometraje fue galardonado en el Festival Sundance por Mejor Dirección, en la edición 2022. Crédito de imagen: Especial

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