Matteo Garrone y la fiereza vital

Jun 12 • Miradas, Pantallas • 5142 Views • No hay comentarios en Matteo Garrone y la fiereza vital

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Marcello es un pacífico estilista de perros en un pueblo italiano, a quien Simone presiona para cometer delitos bastante lucrativos, una empresa que los meterá en apuros

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POR JORGE AYALA BLANCO
En El despertar de la fiera: Dogman (Dogman, Italia-Francia, 2018), desarmante opus 8 del quincuagenario estilista romano Matteo Garrone (El embalsamador 02, Gomorra 08, El cuento de los cuentos 15), con guion suyo y de Ugo Chiti y Massimo Gaudioso basados en un hecho verídico, el manso alfeñique pelalosdientes Marcello (Marcello Fonte mejor actor en Cannes 19 por esta cinta) expresa su irresistible amor hacia los perros atendiendo a solas su propia hipersofisticada peluquería canina, aunque deba vender clandestinamente cocaína para completar su presupuesto en la violenta periferia romana, donde mantiene magnífica relación con los vecinos en torno al dueño de la videolotería barrial, con su tranquila exmujer (Laura Pizzarin) y con su adorada hijita Alida (Alida Baldari Calabria) por quien se desvive para invitarla a bucear a la playa tirrena, pero el inofensivo tipo sostiene una relación de aterrorizado sometimiento absoluto con su exigente cliente drogo el atrabiliario exboxeador de prepotente motocicleta Simone (Edoardo Pesce), tan odiado cuan temido por todos sin decidirse a eliminarlo (“Matémoslo y punto final”), quien lo obliga a participar en sus hurtos nocturnos e incluso a solapar en un asalto por boquetazo al compraoro de la tienda de junto Franco (Adamo Dionizi), por lo que el infeliz Marcello, incapaz de convertirse en delator, es inculpado, pasa un año en la cárcel y, al salir, sufriendo el repudio de su comunidad y decepcionado porque el cómplice le niega cualquier beneficio en el botín, primero intenta inútilmente destruirle a tubazos su moto-fetiche y luego le tiende una ingeniosa trampa, logrando encerrarlo en una jaula para perros, si bien, a punto de romperla el otro, acaba liquidándolo y cargando su cadáver en triunfo para ser admirado por sus vecinos que ya ni siquiera toman en cuenta a esa descontrolada y vuelta al fin homicida fiereza vital.

 

La fiereza vital describe de manera casi quirúrgica un proceso de bestialización, de brutalización y animalización degradantes a un tiempo exitosas e irónicas, culminantes y recónditas, solitarias y silenciosas, de ese patético y lamentable buen hombre, reducción al absurdo de los metafóricos perros enjaulados, sus semejantes, sus hermanos, a los que acicala lindamente para ganar de cara a su hijita segundos premios en concursos ad hoc, que retorna riesgosamente al lugar de un atraco para rescatar y revivir con agua tibia al perrito congelado que un hampón metió en un refrigerador para callarlo, que reptaba por el suelo para recoger la cocaína regada por la rabiosa madre represora de Simone (Nunzia Schiano), y que haría lo indecible para hacerse aceptar por sus semejantes, una degradación anunciada de antemano, homologadora de la víctima con su agresor e indicativa de una paradójica asunción de Marcello con una identidad esencial, más propia e intransferible que cualquier otra sin que él mismo pueda percatarse, a la vez defensa y ataque, elevación y hundimiento, humanística y antihumanística dentro de su terrible lucidez indeseable.

 

La fiereza vital bestializa la forma fílmica, su forma-excipiente, la forma autolimitada a extremos reducidos casi masoquistas tan exigentes y feroces como cualquier mercantil exceso sádico hoy ad usum mormalizado, pero una forma deliberadamente anticonsumible e indigesta, con fotografía de Nicolaj Brüel en verdosos o excrementicios colores y turbios paisajes suburbanos desolados siempre frontales cuya lobreguez atmosférica ni logran romper ni los grandes acercamientos a frenéticas figuras inasibles ni los desahogos de la fuerza bruta empecinada, con edición liminar de Marco Spoletini que en todo momento o circunstancia funesta procura conservar una claridad expositiva que frena y pule de inmediato cualquier arrebato dramático para neutralizarlo, y con una música imperceptible por eficaz de Michele Braga, a base de pausados acordes semitonales que sacrifican su presencia al predominio de un innombrable neorrealismo desencantado hasta lo irracional emotivo.

 

La fiereza vital secreta entonces una fábula moderna cuyos tentáculos, desde la perspectiva y la trayectoria del cine d’auteur de Garrone, podrían figurar sin dificultad al lado de las agitaciones erotanáticas del enano taxidermista de animales y humanos de El embalsamador, junto a las desalmadas anécdotas en toda la jerarquía mafiosa de Gomorra, o como una más de las pospasolinianas recreaciones de cuentos de hadas grotescos y crueles de El cuento de los cuentos, retornando a los orígenes por partida doble, a los orígenes del relato italiano del renacimiento y a los orígenes de una disforme y primaria pulsión narrativa visceral y necesaria, pero sin dejar de dar vueltas a la espiral que expande sus recónditas remociones inconscientes y sus sentidos últimos.
La fiereza vital consuma así una parábola de abierto alcance en su crítica social que incluiría hasta la amargura y la truculencia de ciertos monstruos mortíferos en pesimistas piezas fabricacriminales de excepción (hasta del tipo de Llámenme Mike del mexicano Alfredo Gurrola 79), pero que partiría del pastor al cual la persecutoria presión de los demás fuerza a convertirse en asesino merced al agreste neodocumentalismo sin secuela de Los bandidos de Orgosolo (Vittorio de Seta 61), porque la irreversible decadencia delincuencial han desatado a las Furias, sin castigar a la muerte, como diría el Guido Piovene de la novela emblemáticamente intitulada en efecto Las furias, sino bordeando el beckettiano diálogo implícito con su víctima expiatoria del vengador sagrado vuelto verdugo infructuoso en el film Cristo prohibido de Curzio Malaparte (50), tornando inútil a la muerte misma, asestada por el inocente.

 

Y la fiereza vital obliga finalmente a despertar viéndose en el espejo de esa humanidad canina que lo refleja en despoblado, entre la inmovilidad petrificada en la plaza desierta que se niega a la aurora y el madrugador ladrido de los perros insomnes.

 

FOTO: Matteo Garrone también es el director de la aclamada película Gomorra (2008)./ Especial

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