Medio Oriente y la semilla otomana

Mar 2 • destacamos, Reflexiones • 979 Views • No hay comentarios en Medio Oriente y la semilla otomana

 

La caída del Imperio Otomano forjó una profunda transformación en la región; coordinado por Carlos Martínez Assad, un libro sobre ese episodio histórico da claves sobre los conflictos actuales en esa zona

 

POR JORGE ÁLVAREZ FUENTES
La reunión de diez capítulos en el libro La caída del Imperio Otomano y la creación del Medio Oriente es una obra colectiva reunida con un propósito común que, como quedará de manifiesto, tiene un alcance explicativo notable. Realizada desde el Seminario Universitario de Culturas del Medio Oriente, busca llegar más allá de los círculos universitarios para alcanzar otras audiencias y ofrecer al público mexicano ensayos interpretativos y comparativos de calibre intelectual sobre un tema central de la historia mundial.

 

El libro reúne una serie de análisis y reflexiones con la perspectiva de un siglo de distancia, parra abordar, desde distintas perspectivas y enfoques, un tema no sólo de gran relevancia histórica, sino de enorme actualidad, ofreciendo una visión panorámica de una región de notable importancia para la historia mundial.

 

Como coordinador del libro, Carlos Martínez Assad, señala en el primer capítulo, con particular acierto, que las aportaciones hechas por los historiadores y sociólogos invitados a participar en esta obra buscan “entender un proceso profundo que forjó un nuevo orden en la región del Medio Oriente, como la conocemos ahora, con países nuevos que resultaron del desmembramiento del gran territorio que albergó el Imperio Otomano, dejando su herencia en la actual Turquía y en el conjunto de países entre los que se destacan los agrupados bajo el amplio paraguas de árabes”. Para luego agregar que, dada la complejidad de los procesos analizados, la obra pretende contribuir y sumar a una discusión continua, habiéndose respetado la diversidad de argumentos y de opiniones de los autores, para dar forma y sentido al abordar una región que está muy presente en los escenarios políticos mundiales, tanto en los conflictos internos y en las discusiones culturales de nuestro tiempo. Una región que en, modo alguno, no es ajena. Un primer capítulo que ubica al lector y hace accesible la temática que se va a tratar, acompañada acertadamente de unos mapas muy útiles.

 

El 1 de noviembre de 1922, la Gran Asamblea Nacional Turca derogó el cargo de sultán y el sultanato quedó limitado a sus funciones religiosas. En 1923 fue proclamada la República de Turquía y al año siguiente se abolió el califato. Estos fueron los últimos desarrollos del devenir del Imperio Otomano, cuyo declive venía registrándose desde hacía décadas. Sin lugar a duda, el Imperio Otomano fue una de las mayores superpotencias que la humanidad ha conocido. Culminaban así aproximadamente 600 años de historia y se iniciaba otra época.

 

Desde su fundación en 1299 hasta su disolución, el Imperio Otomano llegó a expandirse a lo largo de tres continentes. Su predominio a partir de Constantinopla se extendió a lo largo y ancho de lo que posteriormente serían los territorios en los que se constituirían diversas naciones: Bulgaria, Egipto, Grecia, Hungría, Jordania, Líbano, Israel, Palestina, Macedonia, Rumania, Siria, partes de Arabia Saudita y de la costa norte de África. Otros países como Albania, Chipre, Irán, Serbia, Qatar, Emiratos, Kuwait y Yemen fueron también, parcial o totalmente, parte de él.

 

Ese imperio, uno de los más poderosos de la historia, pasó de ser un bastión turco en Anatolia para convertirse en un enorme Estado que, en su apogeo, abarcaba desde Austria al norte hasta el Yemen al sur, desde el Golfo Pérsico al este hasta Argelia al oeste. El éxito del imperio se debió a una estructura administrativa centralizada y descentralizada, para gobernar su vasto territorio que poseía riquezas y que podía establecer el pago de impuestos gracias al control que ejercía sobre algunas de las rutas de comercio más lucrativas del mundo, ostentando un poder militar eficaz gracias a la notoria organización de su ejército y un gobierno efectivo basada en la capacidad de sus servidores públicos y diplomáticos.

 

Pero todos los imperios que ascienden están destinados a caer, y seis siglos después de que el Imperio Otomano surgiera en los campos de batalla de Anatolia, se desintegró de forma catastrófica en el escenario internacional como consecuencia de los combates y estertores de la Primera Guerra Mundial. En 1908, los llamados Jóvenes Turcos, con objetivos reformistas habían encabezado una revolución y restaurado la constitución en un intento por fortalecerlo, lo que generó el temor de sus vecinos de los Balcanes. Las subsiguientes guerras de los Balcanes provocaron la pérdida de más de una tercera parte del territorio restante del imperio y de hasta un 20 % de su población. El Imperio Otomano había enfrentado y perdido frente a los nuevos poderes: el Imperio Austro Húngaro y el Imperio Ruso.

 

Al producirse la Primera Guerra Mundial, el debilitado Imperio Otomano, que se venía contrayendo desde el siglo XVIII, estableció una alianza secreta con Alemania, la cual a la postre resultó desastrosa. El ejército otomano perdió más de dos tercios de sus soldados y murieron hasta 3 millones de civiles. Entre ellos 1.5 millones de armenios, que fueron masacrados durante su expulsión del territorio otomano.

 

Los nacionalistas turcos y las grandes potencias de la época intentaron salvarlo, y terminaron por acabar con el que en su día había sido uno de los imperios más prósperos y poderosos de la historia, dando paso a la creación de la República de Turquía y al establecimiento y creación de una vasta y diversa región que hoy conocemos como el Medio Oriente.

 

Es en torno a estos acontecimientos ocurridos en un verdadero cambio de época, con repercusiones largas y profundas entre las últimas dos décadas del siglo XIX y las primeras cuatro del siglo XX, que tuvieron lugar en distintos espacios geográficos, con numerosos movimientos que dieron lugar a múltiples organizaciones sociales y políticas, con una extraordinaria fascinante diversidad de comunidades, pueblos, lenguas, identidades y denominaciones confesionales, de lo que tratan de manera precisa y lucida los ensayos de este magnífico libro.

 

El Medio Oriente ofrece un amplísimo universo cultural y civilizatorio, en el que todo lo humano cabe, no así las simplicidades, las perspectivas y explicaciones ahistóricas. El doctor Andrés Orgaz Martínez destaca en su ensayo que en la última etapa del Imperio Otomano, los gobernantes y las instituciones imperiales se preocuparon por conocer lo que estaba ocurriendo dentro y fuera de sus fronteras, por lo que durante décadas impulsaron programas y proyectos para tratar de no quedar rezagados de los procesos de la revolución industrial y las políticas de modernización, sin desconocer las nuevas tendencias ideológicas, las corrientes del pensamiento nacionalista y nuevas fuentes de conocimiento y progreso material que estaban teniendo lugar, avanzado rápidamente, en Europa, bajo el impulso de las potencias occidentales.

 

Lo cito:

 

[Los nuevos poderes] avanzaron en sus pretensiones de controlar la economía del Imperio Otomano, presentándose como los defensores de las comunidades cristianas del Imperio. El Imperio otorgó ventajas económicas y facilidades al comercio europeo, el cual para el siglo XIX monopolizaba ciertas ramas del comercio otomano, fomentando el endeudamiento del sultanato a manos de comerciantes y banqueros, en especial ingleses. Este predominio de Europa trajo otras consecuencias, entre ellas, el contacto cada vez mayor entre las comunidades del Imperio y las ideas políticas y económicas desarrolladas en Europa. […] Conforme las elites del Imperio estudiaban los sistemas de gobierno europeos, se les impuso la necesidad de reformas para recuperar su posición de poder o al menos detener la marcha de los Estados vecinos sobre las tierras del sultanato.

 

Andrés Orgaz subraya que fueron causas externas e internas las que llevaron a la caída del Imperio, al estar amenazada su integridad territorial por dentro y por fuera, y al destacar que esas mismas causas de su destrucción sirvieron de base para preparar la naturaleza de los Estados que surgirían, que incluso marcarían el derrotero de la (re)organización después de la caída y la creación del nuevo Medio Oriente en sus distintas subregiones. Y estando en juego, desde el principio, los estamentos de los musulmanes, los cristianos y los judíos puesto que la igualdad de todos los súbditos otomanos fue decretada desde 1869.

 

Fue este intrincado y complejo contexto en el que Italia y Grecia se dividieron los despojos de Anatolia, a partir de la derrota y la paz impuesta, los vencedores dijeron tener planes —los cuales no llegarían nunca a materializarse- para crear un Estado independiente armenio y uno kurdo, mientras las potencias vencedoras, Gran Bretaña y Francia se dividieron en la mesa de las negociaciones, mediante una serie de armisticios, tratados y acuerdos, los territorios árabes estableciendo sendos mandatos, dando lugar así a las fronteras en disputa del Medio Oriente, recurrentemente en conflicto.

 

Precisamente, en su capítulo Carlos Antaramián se planteó esa pregunta fundamental: ¿qué sucedió con la prometida creación de los estados armenio y kurdo en los territorios orientales del Imperio al finalizar la gran Guerra, como se había acordado en el Tratado de Sèvres en 1920? Para comenzar a responder que desde el armisticio de Mudrós en 1918, las aspiraciones de los kurdos de un Estado-nación autónomo comenzaron a ser sacrificadas por los británicos en aras de preservar y privilegiar sus intereses como potencia dominante. Como bien lo señala, casi todas las concesiones otorgadas a la vencida Turquía fueron a expensas de los armenios. La desmovilización de las tropas otomanas no se cumplió, puesto que los términos acordados fueron muy poco precisos, acrecentándose el dominio turco sobre las provincias orientales y los cientos de miles de desaterrados armenios dispersos en campos de refugiados en Siria, Líbano y en la República de Armenia creada con el colapso del imperio ruso y tras la revolución bolchevique en Rusia, no pudieron regresar a sus casas. Y ninguna potencia aliada estuvo dispuesta a invertir recursos de todo tipo para establecer un mandato para apoyar esas aspiraciones que habían sido alentadas para luego ser sacrificados.

 

También se sacrificaron los anhelos de autodeterminación de los kurdos para establecer el Kurdistán en las planicies entre Mesopotamia y Armenia. Con el consecuente éxodo y la dispersión. Puesto que la República de Armenia, creada en 1918, tuvo lugar en los confines del Imperio Otomano y localizada por entero en los dominios de los Romanov, sin representar los intereses y las ilusiones de la mayoría de los armenios que habían vivido y sufrido el yugo otomano. Por ello esa república permaneció por décadas en la órbita soviética. Entre el Tratado de Sèvres y el Tratado de Lausana, en 1923, se desvanecieron trágicamente ambas aspiraciones; los objetivos debieron rendirse ante las realidades y posibilidades geoestratégicas impuestas. En efecto, Mustafá Kemal tuvo la capacidad para hacer que Turquía saliera victoriosa de una dolorosa derrota.

 

 

***

Un hilo conductor que recorre los enfoques e interpretaciones de todos los autores es que de nuestro conocimiento del pasado, necesariamente se desprenden elementos fundamentales para el entendimiento del presente. Este es por lo tanto un libro de historia del pasado, de historia presente y viva.

 

Por múltiples razones, el ensayo de Carlos Martínez Assad sobre la proclamación del Gran Líbano me interesó de manera particular. Su lectura me hizo caer en la cuenta en la importancia de entender la actuación de las autoridades otomanas en el Monte Líbano en el siglo XIX y las consecuencias que tendría en el largo plazo el dividir ese territorio montañoso en dos, a fin de deslindar y mantener separadas a las confesiones enfrentadas, con una imposición y recaudación diferenciada de impuestos, medidas que no frenaron ni mucho menos acabaron con las revueltas, guerras y masacres entre comunidades maronitas y drusas. Fue a consecuencia de la guerra civil que volverían a intervenir directamente las potencias europeas, en concreto Francia, para constituirse en la potencia protectora de los cristianos maronitas.

 

Cito la magnifica prosa del doctor Carlos Martínez Assad:

 

Alguien dijo que el pequeño Líbano, como también se conoció al Mouta sarafiah, era como una roca encajada entre Siria y el mar, sin terrenos aptos para la agricultura, fuente de trabajo para un pueblo entonces compuesto sobre todo por campesinos. Entre sus principales productos se encontraba la seda —que generaba la mayor riqueza derivada de la exportación— la uva, los cereales y el tabaco. Para los ingresos aduanales se conservaba solamente el puerto de Beirut, y en su reducido territorio no se incluía Trípoli ni Saida ni Tiro.

 

No obstante, el florecimiento cultural fue importante cuando los maronitas reiniciaron su acercamiento con las culturas europeas y con las lenguas occidentales, pues abrieron sus puertas escuelas y universidades. Misioneros de otras religiones también llegaron al Pequeño Líbano. Por esa época, en la montaña, el 6 de diciembre de 1883 nació Gibran Kahlil Gibran, reconocido como el poeta del alma libanesa, y en sus escritos están los horrores de los que sin duda escuchó hablar y que pueden resumirse en su frase: Para cada dragón hay un San Jorge.

 

 

A partir de la invasión turca de 1915, ya iniciada la Gran Guerra, la represión, la persecución, el hambre y el tifo campearon provocando la segunda gran oleada de miles de libaneses que emigraron para no volver jamás. Seguirán después, en 1919 y 1920, las dificultades e intentos para sumar Líbano a Siria, hasta la proclamación del Gran Líbano, que abarcaría el territorio desde Akkar y la Bekaa en el norte hasta los confines de Palestina en el sur, comprendiendo las ciudades y puertos de Trípoli, Saida y Tiro, además de Beirut. En efecto se agregaron al Monte Líbano, habitado fundamentalmente por los maronitas, cuatro territorios con poblaciones mayoritariamente árabes musulmanas, sin que se estableciera una verdadera diferencia entre Líbano y Siria, sino hasta 1923 cuando ambos estados se separaron y se comenzaría a gestar propiamente el Estado Libanés que conseguiría su independencia de Francia en 1943, reconocida en los dos años siguientes por los estados árabes y al crearse la Liga de Estados árabes.
La conclusión es contundente y provocadora:

 

Así los libaneses y sus descendientes en el exilio se despertaron árabes, situación que sería reforzada en 1948 cuando se creó el Estado de Israel y los nacionalistas árabes adquirieron más fuerza.

 

Finalmente, me referiré brevemente a los muy sugerentes y originales ensayos de Judit Bokser y de Juan David Echeverry Tamayo los cuales dan cuenta del fin del Imperio Otomano y lo que ello significó, por una parte, en la búsqueda de una solución a los desafíos y dilemas de la diáspora judía, su emancipación y la construcción, y llegada del proyecto sionista que culminaría con la creación del estado de Israel asentado en el territorio de Palestina, y, por la otra, la transformación de la Palestina histórica durante el siglo XIX otomano después de la Declaración de Darfur y las dinámicas que desde entonces caracterizan las relaciones entre árabes palestinos y judíos. Su lectura permite entender a fondo cómo se fue desarrollando la idea de crear una patria judía en Palestina al amparo de las potencias y de los proyectos coloniales. Ambos autores problematizan y rechazan las interpretaciones predefinidas por los intereses de la construcción de dos Estados nacionales que generalmente buscan legitimarse haciendo uso de sendas interpretaciones del pasado y la herencia otomana como elemento de opresión y6 atraso.

 

En los ensayos de Hernán Taboada, Felipe Amalio Cobos Alfaro y Sara Sefchovich, respectivamente, los lectores encontraran sendas exposiciones sobre cómo se produjo la revuelta árabe en Arabia, a lo largo de los territorios desérticos de la península encabezada por los jerifes (más allá de figura magnética de Lawrence de Arabia) y cómo se deslindaron los reinos y las dinastías hachemita y saudita, (en Irak, por un breve periodo, y en el reino de Jordania hasta el día de hoy). De qué maneras se fue concretando la extraordinaria construcción política e intelectual del otomanismo, del arabismo y panarabismo a partir de la creación y recreación del Medio Oriente que emergía.

 

En los últimos años, a los televidentes del mundo les ha sido expuestos y se han fascinado con una representación popular del Imperio Otomano, construida en torno a su grandeza, poderío, riquezas y personajes, y aspiraciones futuras a través de las muy exitosas series de televisión turcas, y algunos filmes construyendo así una particular representación de Turquía y su historia y un referente sumamente atractivo para los millones de consumidores de productos culturales audiovisuales sobre lo que las personas consideran en su imaginación que son las características particulares de la vida, la sociedad y la política en las naciones del Medio Oriente.

 

Es un acierto el que el libro ofrezca como último capítulo una revisión y recuento del desmembramiento del Imperio Otomano y la creación de la Turquía moderna, cuyo autor es el profesor Mehmet Necati Kutlu de la Universidad de Ankara. También que el libro ofrezca a lo largo de sus 256 páginas rigurosas notas a pie de página y referencias bibliográficas muy pertinentes y sugerentes, varios mapas e ilustraciones con fotografías históricas, ilustraciones, figuras en forma de recuadros, ilustraciones y postales además de una muy útil y conveniente cronología.

 

 

La caída del Imperio Otomano y la creación del Medio Oriente.
Editorial Bonilla-Artigas/Coordinación de Humanidades, UNAM, México, 2023.

 

 

 

FOTO: Mehmed VI sale por la puerta trasera del Palacio Dolmabahçe en Estambul. Días después de esta foto, el sultán fue depuesto y exiliado. Crédito de imagen: Especial

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