Memorias precoces de un joven naturalista: entrevista con Andrés Cota Hiriart sobre su libro “Fieras familiares”
En Fieras familiares, el ensayista, biólogo y divulgador de la ciencia ofrece una bitácora de pequeños y afortunados accidentes con especies siempre desdeñadas, pero que nos muestran más sobre la voracidad humana
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
“Quería narrar el crecimiento de un joven naturalista, unas memorias tempranas en un territorio pre-apocalíptico porque siento que ahora hay un corte de caja en el medio silvestre”. Detrás de estas palabras no hay ninguna intención alarmista, mucho menos una arenga catastrófica del mundo en que vivimos, sólo realidad pura y cruda de quien ha dedicado su vida a la convivencia y la observación de otras especies, comúnmente desdeñadas por los humanos: el pitón burmés, el cocodrilo, el escorpión emperador y el ajolote, entre otros.
En entrevista, el zoólogo y ensayista Andrés Cota Hiriart (Ciudad de México, 1982) habla de Fieras familiares (Libros del Asteroide, 2022), un libro híbrido entre el ensayo y la crónica en el que narra su convivencia con estas especies y sus exploraciones por varias islas remotas, refugios de distintas fieras que nuestro humanocentrismo nos ha impedido valorar y preservar.
Con una amplia experiencia en el terreno de la divulgación de la ciencia, el biólogo graduado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Imperial College de Londres asume también su papel de rara avis en ambos campos: es un científico que escribe literatura y un escritor capaz de dedicar capítulos enteros a sus expediciones por santuarios naturales.
Por tanto, al hablar del Tren Maya y el desdén con que sucesivos gobiernos mexicanos se han conducido en torno a la protección ambiental no duda en utilizar conceptos como capitaloceno y pre-apocalipsis. Aquí, parece decirnos, no existen los profetas que vaticinan catástrofes, sino escritores que deben su lucidez a la observación, al método y a la palabra.
Fieras familiares me recordó La vida contada por un sapiens a un neandertal de Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga. ¿Cómo ha sido para ti el reto de manejar la ciencia desde el periodismo?
No estoy peleado con el periodismo, pero siempre he defendido el ensayo personal para divulgar la ciencia. Me ha costado convencer a la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia de que el ensayo es un medio válido. Nos permite la reflexión, la especulación, los cuestionamientos y que el autor sea parte del texto. Si por reto te referías a un asunto más formal, desde mi propia aproximación no lo fue tanto porque lo sentí de manera natural. Es como siempre he intentado escribir. Lo que me encargan para revistas, desde un corte más periodístico, trato de llevarlas al ensayo.
¿Desde el principio tenías clara la ruta del libro o se fue definiendo a lo largo de su escritura?
Fieras familiares es un libro que venía pensando mucho tiempo atrás. Empecé a escribir el primer borrador con la beca del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Al menos una parte del libro ya la tenía pensada como las novelas de crecimiento, que en inglés llaman Coming-of-Age. Y yo tenía ganas de hacer el mío pero marcado por los animales y los tropiezos zoológicos. Pienso que las malas decisiones hacen mejores historias. Narrativamente tiene más poder el error, el tropiezo, que el éxito. Y deliberadamente fui eligiendo estos pasajes cronológicos que tenían que ver con encuentros y desencuentros con fauna diversa. Quería narrar el crecimiento de un joven naturalista, unas memorias tempranas en un territorio pre-apocalíptico porque siento que ahora hay un corte de caja en el medio silvestre. En las pocas décadas que tengo de existir y prestar atención al medio silvestre, ya ha habido un parteaguas en la mayoría de los entornos, poblaciones y organismos silvestres. En un par de décadas más va a ser más drástico el cambio. Así fue un poco el crecimiento de un joven naturalista pre-apocalíptico.
La segunda mitad sí la fui escribiendo más sobre la marcha. Uno siempre quiere escribir libros como los que te gusta leer. En ese sentido decidí juntar los dos tipos de libros que me gusta leer: las novelas de crecimiento como Mi familia y otros animales y Trilogía de Corfú, de Gerald Durrell, con los libros de Redmond O’Hanlon sobre expediciones al campo. Me propuse generar una pieza que fuera cronológica y tuviera esas dos vertientes. Esas son las dos formas de aproximación que he tenido con el mundo silvestre: primero, de más joven por mi situación —el cautiverio como medio de contacto con los organismos— y más grande en mis propias expediciones. Lo que les da unidad a esas expediciones de la segunda parte de Fieras familiares es que ocurrieron en islas. Las islas son calderos evolutivos en sí mismos. Tienden a evolucionar de manera propia y a ser contenedores más expuestos a los drásticos cambios de extinción.
¿Cómo observas las características propias del ambientalismo mexicano en contraste con lo que sucede en otras latitudes como en Estados Unidos o Europa?
Entre los locos —en el buen sentido— y la gente que está fuera de la norma, están los que entregan su vida al ambientalismo. Sin los ambientalistas ya se habría perdido lo poco que queda. Ser ambientalista en México es una iniciativa francamente kamikaze. México y Colombia son los países más peligrosos para ser ambientalistas. Es bien difícil. Piensa en lo difícil que es la conservación del lobo mexicano en la Sierra Tarahumara. Es de alto riesgo.
El libro tiene un carácter pre-apocalíptico. ¿Consideras que tiene una carga de posicionamiento político en cuanto a un discurso dirigido a la polis?
Me encantaría pensar que sí y que otro mundo es posible. Parte de eso tiene que ver con el sistema económico que hoy rige al mundo occidental. Mientras sea así no habrá ningún cambio. De entrada, a los recursos naturales les llamamos así porque son mercancías. Y el agua ya cotiza en la bolsa. Este tipo de cosas son abominables y surrealistas. Pero son condicionadas por un sistema económico. Me encantaría pensar que el libro tiene un eje político, una crítica a ese sistema. Porque claro que hay otras posibilidades para la humanidad. De hecho, las hay en algunos pequeños territorios donde la gente tiene otros estilos de vida y no causan los daños al ambiente de la manera que lo ha hecho el capitalismo. Secundo las palabras de Francisco Serrato al llamarlo Capitaloceno, porque no todas las sociedades humanas han hecho la misma debacle al entorno. Por otro lado, me gusta tener en Fieras familiares un tono por momentos irónico porque llegarle al lector por la vía del reproche no ha funcionado. Me gusta que sea un guiño que esté ahí, pero sin ser necesariamente un manifiesto.
Me llama la atención el momento en el que aparece Fieras animales. Este es un momento de crisis por el agua y al mismo tiempo de proyectos estructurales, como el Tren Maya, que no sabemos cómo impactarán el ambiente. Cómo naturalista y observador de la evolución de nuestros ecosistemas, ¿qué puedes esperar?
No importa qué gobierno esté en turno: la apatía y el desinterés por el entorno silvestre mexicano siempre ha sido su característica. El gobierno en turno no es la diferencia. Los estudios de impacto ambiental siempre se han manejado a modo. Es lúgubre el panorama porque somos el tercer país con más especies en peligro de extinción. En años anteriores ha variado pero siempre estamos en los primeros cinco lugares, en la lista roja. Parece que la mayoría de los gobernantes no están enterados o no les importa en lo más mínimo. Le prestan la atención cuando ven una oportunidad. Es la época de la simulación ambiental, no sólo en México, en todo el mundo. Tenemos estas COP (Convenciones Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático) en las que los países y las empresas prometiendo cosas que nunca cumplen. Las empresas están en un green wash completo y total por todos lados. Pero es pura campaña publicitaria. El gran problema del mundo es la sobreproducción de todo. No es tanto cómo produces la energía eléctrica; es la superdemanda de energía, lo mismo en el transporte. No importa si usas autos eléctricos o de combustión interna. El problema es la cantidad de coches. La solución es la bicicleta y el transporte público. Todo lo demás es simulación.
Por otro lado, se habla mucho del Tren Maya, pero el programa que en México me espanta más es Sembrando Vida porque incentiva la tala. Se talan áreas extensas de selva o bosque para poner unas cuantas especies utilitarias. Y se maneja como la gran propuesta de desarrollo ecológico y sustentable cuando es lo más lejano de ello. La reforestación termina siendo un monocultivo. Se pierde la idea de la complejidad de los ecosistemas.
Abres la colección de ensayos con el ajolote. ¿Qué conexión tienes con esta especie?
El principal motor es la experiencia propia. El eje nodal del libro es una especie de autoficción. En la primera mitad del libro me guían los animales que interesan y tienen la particularidad de escapársele a la gente. Hoy los ajolotes gozan de cierta popularidad en México —porque es un dios y hasta lo tenemos en un billete—, pero no es lo usual. Siguen prevaleciendo leyendas y creencias populares acerca de los anfibios o reptiles. A muchos se les adjudica ser venenosos o peligrosos cuando son inofensivos. Hay miedo, rechazo y asco. Se siguen matando en cantidades bárbaras. Hay pueblos en los que se sigue pensando que los ajolotes pueden embarazar a una mujer en el lago. Son ideas heredadas por la religión que sigue marcando el pensamiento de buena parte del país. Somos el país con más diversidad de serpientes en el mundo y también tenemos una buena diversidad de anfibios, tarántulas y alacranes. Deberían ser temas de orgullo.
Desde niño he tenido esta atracción por los animales rastreros, por usar el término popular. Y desde pequeño me di cuenta que gran parte de mi labor era defenderlos, hacer cambios de consciencia en la gente. La mayoría de personas que ha pasado por mis diversas casas donde tuve serpientes, con un mínimo contacto con ellas cambió su manera de verlas. Porque la mayoría nunca ha tenido un contacto de primera mano con una serpiente. Y hay un montón de prejuicios heredados culturalmente pero cuando las tienen en la mano cambian en unos minutos. Eso es importante. Como defensor de los reptiles y anfibios me parece importante ponerlos en la mesa. No es casualidad empezar el libro con el ajolote porque además de ser de los primeros animales con los que interactué, hoy está casi extinto. En vida silvestre está extinto, sólo vive en peceras. Si no podemos salvar a esa especie, ¿qué pueden esperar el resto? Además, es una visión muy centralista. ¿Cuánta gente en Sonora sabe qué es un ajolote?
FOTO: Andrés Cota Hiriart es también fundador y presidente de la Sociedad de Científicos Anónimos/ Sandi Cogolludo
« Escribir la violencia desde adentro: entrevista con la escritora Liliana Blum Cuerpos que rompen estereotipos: Entrevista con la fotógrafa Patricia Aridjis sobre su exposición “Mujeres de peso” »