México y Cuba: El pasado incómodo

Oct 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 3314 Views • No hay comentarios en México y Cuba: El pasado incómodo

 

El discurso de una cercanía restablecida con Cuba es un espejismo propagandístico. El histórico rechazo al bloqueo, el silencio ante los derechos humanos e incluso la amistad de presidentes con los Castro muestran a la 4T como una continuación de la diplomacia mexicana

 

POR RAFAEL ROJAS 
La pluralidad del pasado incomoda a quienes, desde el presente, aspiran a encapsular la historia en fórmulas simples y maniqueas. Lo hemos comprobado en los últimos meses, cuando se ha producido una singular y momentánea convergencia en los discursos oficiales de México y Cuba. Una convergencia que no por azar se produce en la coyuntura en que las relaciones entre Estados Unidos y México adquieren su mayor intimidad desde la caída del muro de Berlín.

 

El pasado 27 de septiembre, día del bicentenario de la consumación de la independencia de México, Joe Biden envió un mensaje en video, proyectado en el Zócalo. Ahí dijo el presidente que Estados Unidos “no tenía otro amigo más cercano que México”. Aseguraba también que los dos países estaban “unidos por valores compartidos” y que ambos gobiernos estaban decididos a “fortalecer y expandir sus relaciones”.
Desde que en junio de este año la vicepresidenta Kamala Harris viajó a Guatemala y a la Ciudad de México, donde se reunió en Palacio Nacional con el presidente Andrés Manuel López Obrador, todos los meses ha habido reuniones de alto nivel entre ambos gobiernos. Esas reuniones han culminado en el encuentro con la delegación encabezada por el Secretario de Estado Antony Blinken y el Secretario de Seguridad Alejandro Mayorkas, uno de los tantos cubanos en la clase política estadounidense. En el encuentro se selló la nueva fase de interdependencia en materias migratoria, fronteriza, de seguridad, combate al narcotráfico y colaboración para el desarrollo y contra la violencia.

 

Además de un nuevo tratado de libre comercio, México y Estados Unidos tienen un nuevo acuerdo de seguridad que rebasa y profundiza los márgenes de entendimiento de la Iniciativa Mérida. A ese flamante protocolo se le ha llamado “entendimiento bicentenario”, en alusión a los 200 años de la consumación de la independencia y del reconocimiento de la nueva nación mexicana por Estados Unidos, en tiempos del imperio de Iturbide.

 

Es comprensible que a la vez que relanza la integración y la interdependencia con Estados Unidos, el gobierno de López Obrador busque proyectar latinoamericanismo y cercanía con Cuba en su política exterior. Lo vimos en la pasada sexta cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y en la visita previa del presidente cubano Miguel Díaz-Canel. Deliberadamente, el mensaje de Díaz-Canel no se produjo el 27 sino el 16 de septiembre, como parte de un intento de contrarrestar simbólicamente la trigarancia con la insurgencia, la consumación con el grito y a Washington con La Habana.

 

Los discursos de López Obrador y Díaz-Canel en el Zócalo reiteraron los tópicos de una leyenda rosa de las relaciones entre México y Cuba, ideada por dos nacionalismos revolucionarios que coincidieron en el poder durante cuatro décadas. Hablaron de la “solidaridad” de Benito Juárez con la independencia de Cuba, de célebres exiliados cubanos en México como José María Heredia, José Martí, Julio Antonio Mella y Fidel Castro, de cubanos en la guerra del 47 y mexicanos en las gestas separatistas de la isla, del respaldo del embajador Manuel Márquez Sterling al presidente Francisco I. Madero durante la Decena Trágica, de la oposición de Lázaro Cárdenas a la invasión de Bahía de Cochinos y del rechazo de México al bloqueo y a la expulsión de Cuba de la OEA.

 

Las distorsiones u ocultamientos en ese relato van más allá de la corrección diplomática y se afincan en miradas unilaterales y excluyentes a la historia. Recordar, por ejemplo, que en el Tratado Santa María-Calatrava de 1836, por el cual España reconoció la independencia de México, se incluyó una cláusula con el compromiso de que no se impulsaría la independencia de Cuba y Puerto Rico desde el territorio mexicano, o que Juárez y su sucesor Sebastián Lerdo de Tejada priorizaron a partir de 1871 la normalización diplomática con España, dando la espalda a los separatistas cubanos, sería tan incómodo como fiel a la historia misma.

 

Igual de incómodo es recordar la venta de esclavos mayas a Cuba, con que amasaron poder económico y político las élites insulares y yucatecas en el siglo XIX. O la amistad de Benito Juárez con exiliados anexionistas cubanos en Nueva Orleans, es decir, partidarios de la incorporación de Cuba a Estados Unidos, como Domingo Goicuría y Pedro Santacilia, quien llegaría a ser secretario y yerno del presidente mexicano. O el viaje de José Martí a México en 1894, un año antes del estallido de la última guerra de independencia, cuando el poeta y político cubano se entrevistó con Porfirio Díaz y recibió de éste ayuda financiera.

 

Mucho menos admisible, en ese relato, serían temas centrales de la historia diplomática bilateral del siglo XX como las buenas relaciones de México con todos los gobiernos cubanos prerrevolucionarios, salvo el de Gerardo Machado al final, tras el asesinato del líder comunista Julio Antonio Mella en la esquina de las calles Abraham González y Morelos, en la Ciudad de México. Como es sabido, la Doctrina Estrada se aplicó en Cuba lo mismo para reconocer al régimen que emergió de la revolución de 1933 que para mantener vínculos con la dictadura de Fulgencio Batista a partir de 1952.

 

Por no hablar de evidencias como la de que el exilio cubano más numeroso y mejor posicionado en el México de los años 50 no fue el de Fidel Castro y los asaltantes del cuartel Moncada sino el de los líderes del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y el derrocado gobierno de Carlos Prío Socarrás. O la de que, a pesar de la oposición al bloqueo y al aislamiento de Cuba en la OEA, desde el sexenio de Adolfo López Mateos el gobierno mexicano rechazó públicamente la orientación ideológica marxista-leninista del socialismo cubano y el convenio de defensa nuclear de la isla con la URSS.

 

Todos estos temas han sido estudiados por historiadores académicos como Luis Ángel Argüelles, Laura Muñoz, Leticia Bobadilla, Indra Labardini, Felícitas López Portillo, Gabriela Pulido, Ana Covarrubias o Carlos Tello Díaz. Otras zonas delicadas del pasado más reciente, como la colaboración de los gobiernos mexicanos con los servicios secretos de Estados Unidos, en relación con Cuba y sus nexos con la izquierda mexicana, durante la Guerra Fría, también han sido tratados por autores como Sergio Agüayo, Soledad Loaeza, Homero Campa, Renata Keller y Eric Zolov.

 

A todos esos tabúes se suma ahora la propia historia de las relaciones entre los dos países en los últimos 30 años. Dado que el gobierno de López Obrador y Morena se asume como ruptura total con el periodo previo, que define como “neoporfirista” y “neoliberal”, su política hacia la isla se presenta como una novedad o un relanzamiento que, a la luz de los vínculos bilaterales entre las presidencias de Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto, no se sostienen.

 

Carlos Salinas de Gortari, la bestia negra del obradorismo, encabezó una política hacia Cuba de notable intensidad: elevó el intercambio comercial, alentó créditos e inversiones, invitó a Fidel Castro a su toma de posesión en 1988 —poco después de que el presidente Miguel de la Madrid viajara a La Habana y lo condecorara con la Orden del Águila Azteca— y a la Cumbre Iberoamericana de Guadalajara en 1991. Por si fuera poco, estableció una intermediación entre el líder cubano y el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, tras la crisis de los balseros de 1994, que facilitó la firma del acuerdo migratorio de 1995.

 

Al concluir su presidencia, Salinas, estigmatizado en México, se refugió por temporadas en Cuba. Su amistad con Fidel Castro terminó de perfilarse en aquellos años. Todavía en fechas recientes, luego de la muerte de Fidel, Salinas viajó a la isla, donde fue recibido con honores y presentó su libro Muros, puentes y litorales. Relación entre México, Cuba y Estados Unidos (2017), elogiosamente reseñado en medios oficiales cubanos, como Cubadebate, página electrónica del Partido Comunista, donde raras veces se comenta la obra de historiadores mexicanos.

 

A pesar de las fricciones que hubo durante el sexenio de Ernesto Zedillo, las relaciones entre México y Cuba mantuvieron un nivel elevado hasta el segundo año de Vicente Fox. El propio Fox viajó a La Habana siendo candidato y, luego, como presidente a principios de 2002, pero la abstención de México en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, irritó al gobierno de la isla, que la atribuyó al canciller Jorge Castañeda. La fractura se precipitó un mes después cuando Fox invitó a Fidel a la Conferencia Internacional sobre Financiación del Desarrollo, en Monterrey, otorgando al líder cubano un trato menor para no incomodar al presidente George W. Bush.

 

Fidel grabó la conversación telefónica con Fox y luego la reveló a la opinión pública mexicana, como vendetta por la posición de México en Ginebra. Visto en la distancia, el congelamiento de relaciones que siguió al “comes y te vas” duró poco. Desde el inicio del gobierno de Felipe Calderón hubo un ostensible impulso al relanzamiento de la relación bilateral, como consecuencia de los altos índices de inmigración ilegal cubana a México entre 2003 y 2006. Para el presidente y la canciller Patricia Espinosa era urgente establecer un nuevo acuerdo migratorio. La Secretaria de Relaciones viajó a La Habana a principios de 2008 y el canciller cubano Felipe Pérez Roque estuvo en México a fines de ese año, cuando se firmó el Memorándum de Entendimiento en Materia Migratoria.

 

La recomposición de vínculos con la isla durante el gobierno de Calderón no se limitó al tema migratorio. También se reestructuró la deuda de Cuba con Bancomext, que ascendía a más de 400 millones de dólares y los embajadores de ambos países, el mexicano Gabriel Jiménez Remus y el cubano Jorge Bolaños, levantaron el perfil de sus respectivas misiones. Calderón y Lula da Silva invitaron a Raúl Castro a incorporarse al Grupo de Río ampliado, que daría lugar a la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Raúl viajó a Playa del Carmen en 2010 y Calderón fue recibido como jefe de Estado en el Palacio de la Revolución en 2012.

 

Durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, aquella recuperación no hizo más que profundizarse, siendo embajadora en la isla la experimentada diplomática Roberta Lajous. El presidente de México viajó tres veces a La Habana, donde llegó a reunirse con Fidel, y Raúl Castro realizó su primera visita de Estado a México en 2015. Durante el sexenio de Peña se condonó el 70% de la deuda cubana con Bancomext, que ya rondaba los 500 millones, y, como en tiempos de Calderón, se evitó cualquier posicionamiento sobre violación de derechos humanos en la isla.

 

De manera que al asumir la presidencia Andrés Manuel López Obrador, la relación con Cuba no estaba deteriorada ni descuidaba. La agenda bilateral carecía de volumen en términos de comercio, créditos, inversiones y colaboración científica, técnica y cultural. Pero la vieja política exterior de Estado, del México de la Guerra Fría, estudiada por Mario Ojeda y Olga Pellicer, se había restablecido. Después de una primera mitad del sexenio, en que la diplomacia mexicana estuvo absorta en el entendimiento con Donald Trump, López Obrador retomó el vínculo con la isla, con una vehemencia más simbólica que real.

 

En los días que siguieron al desfile militar del 16 de septiembre en el Zócalo, la prensa oficial cubana —Granma, Juventud Rebelde, Cubadebate— se llenó de titulares como “López Obrador tocó el corazón de Cuba”, “Cuba y México: la razón del corazón”, “México digno y querido”, “La Celac contra la OEA”. Menos relieve tuvo en esa prensa, que no hace mucho elogiaba a Salinas y a Calderón, la propuesta de AMLO de crear una zona de libre comercio en las Américas, con Estados Unidos y Canadá, basada en el modelo de la Unión Europea. Nula cobertura ha tenido la culminación del “entendimiento bicentenario” entre Estados Unidos y México, que demuestra que el proyecto político de López Obrador y Morena no ve contradicción entre el interamericanismo y el latinoamericanismo.

 

Todos los gobiernos mexicanos, entre Adolfo López Mateos y Enrique Peña Nieto, se opusieron al bloqueo y a la hostilidad de Estados Unidos contra Cuba. El actual gobierno también lo hace. La diferencia tal vez estribe en que ahora el discurso antibloqueo se vuelve más enfático, mientras el proceso de integración con Estados Unidos se acelera a una velocidad desconocida.

 

FOTO: Miguel Díaz-Canel, invitado a los festejos por el bicentenario de la independencia de México, acompañado del presidente Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo/ Crédito: Alejandro Azcuy /EFE

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