Mi taller sabatino

Jun 24 • Conexiones, destacamos, principales • 3407 Views • No hay comentarios en Mi taller sabatino

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En esta entrega de sus memorias, el periodista recuerda a los jóvenes escritores que se le acercaron en busca de consejos literarios, lo que derivó en amistades entrañables, historias de malabarismo temerario y amores inesperados

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La “escuelita”, bautizada por Benítez

POR HUBERTO BATIS 

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A lo largo de mi vida académica en la UNAM y en la Universidad Iberoamericana conocí a muchos alumnos con vocación por la escritura. Sobre todo, poetas. Buscaban alguna publicación en la que pudieran aparecer sus textos. A mi memoria vienen los nombres de los poetas José Blanco y Luis Cortés Bargalló, de la Ibero, que ni siquiera eran estudiantes de Letras, sino de ingenierías. Como yo era amigo y compañero de la mamá de Francisco Segovia, Inés Arredondo, por ahí tuvieron oportunidad de acercarse conmigo él y Roberto Vallarino, quien no estaba matriculado en ninguna universidad. Todos ellos eran poetas y hacían sus propias revistas juveniles. En algún momento Vallarino se sintió “raspado” por alguno de mis comentarios, pero eso lo impulsó a conocerme más y a debatir conmigo. Nos convertimos en inseparables.

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Conocí a muchos alumnos con gran vocación de escritoras que empezaron a darme materiales para el suplemento sábado. Fernando Benítez me veía tratar con ellos cuando me llevaban sus materiales. Le llamaba “la escuelita”. Así, cuando me decía: “rellena sábado con lo que tengas”, se refería a los escritos de estos jóvenes.

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Era tan grande el interés de los muchachos de la UNAM y la Ibero que decidí reunirlos para que se conocieran e intercambiaran sus textos. Fundé una especie de taller en mi casa del centro de Tlalpan. Nos reuníamos los sábados en la mañana. Eran sesiones largas que se extendían hasta la tarde.

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Por entonces yo estaba soltero después de un divorcio. Así que tuve las experiencias de un libertino. Casi podría decirse que viví la adolescencia que tampoco había experimentado. Fue un goce de frenesí para conocer el mundo.

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Una de mis alumnas fue Mercedes Benet. Ella venía de Barcelona. Llegó a mi casa con alguna de sus amigas el día de mi santo, que es el 3 de noviembre. El día que la conocí en mi casa, el taller se alargó tanto que cuando se fueron todos, ella se quedó conmigo y ya no se fue a su casa a dormir. Yo le preguntaba si no tenía que avisar a sus papás. Me dijo que no. Ella llevaba una vida libre. Ya no se fue más de mi casa. Se quedó diez años y tuvimos cinco maravillosos hijos.

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Entonces empezamos a visitar a escritores amigos míos. Mercedes se venía conmigo con otros alumnos, entre ellos Luis Cortés Bargalló y su pareja, Gabriela Peyrón, quien era muy amiga de Julia de la Fuente. Recuerdo un paseo a las ruinas de los Arcos de Sitio, cerca de Tepotzotlán, Estado de México, un lugar bellísimo. Cuando estábamos en lo alto de los arcos, como a 80 metros de altura, Luis se subía a las balaustradas, con un pie en cada una, y brincaba de modo que daba un giro sobre su propio eje, caía de nuevo sobre las balaustradas, mirando en dirección contraria. Yo cerraba los ojos y le suplicaba: “No hagas eso. Estás loco”. Eran unas maromas temerarias.

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El taller de los sábados se hacía en el jardín de mi casa, que era un espacio pequeño, de unos sesenta metros cuadrados. Había un árbol de hule que yo sembré y creció asombrosamente. Se convirtió en un arbolote con unas hojas grandes que daban una sombra rica. El taller consistía en dar lectura de un texto que habría hecho alguno de los poetas. Era comentado por todos los asistentes. Luego yo comentaba los comentarios que habían hecho del poema. Hacíamos recomendaciones de que corrigiera algunas partes. Luego los traían ya corregidos.

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Pero surgió la idea de viajar. Una vez fuimos a Veracruz. Con nosotros iba una pareja a la que llamábamos “los Pollos”. Eran Alberto Ruy Sánchez y Margarita de Orellana. Yo siempre llevaba mi cámara Kodak Reflex y tomaba fotos de todas las ocasiones.

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Recuerdo que fuimos a visitar en Tepoztlán, Morelos, a mi amigo el escritor Juan Carbajal. Era una fiesta una reunión con Juan y sus parejas. Era muy alegre, le entraba a la yerba y a “tocho morocho”. En otro viaje a Veracruz nos encontramos a Emmanuel Carballo y a su compañera Beatriz Espejo. Estuvimos paseando por el puerto. Ella nos llevó a visitar la casa en la que había nacido. Era una casa sin techos, en ruinas, llena de yerbajos. Era una gran tristeza. Beatriz se casó con Emmanuel, quien la dejó viuda. Es gente de gran corazón y una gran artista, heredera de la gran biblioteca que logró reunir su esposo.

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FOTO:  Uno de los asistentes al taller literario de Huberto Batis fue el poeta y periodista Roberto Vallarino (1955-2002)./Coordinación Nacional de Literatura-INBA

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