Minucias
Uno de los amigos con los que Ignacio Solares dialogó a lo largo de 40 años, reflexiona sobre los textos breves que el escritor publicó en su columna de EL UNIVERSAL, en los que buscó esencializar en frases precisas las paradojas de la vida
POR JOSÉ GORDON
Hace unos meses, Ignacio Solares realizó una selección de sus Minucias, los breves y deslumbrantes textos que escribía semanalmente en el periódico EL UNIVERSAL. Este libro será publicado en Penguin Random House a principios del año que entra, bajo el cuidado de su amigo y editor Andrés Ramírez. Ignacio leyó, con una sonrisa entrañable, el prólogo que me solicitó y que aquí adelantamos para honrar su memoria.
Empecemos elaborando una minucia que se aplica a este libro de minucias que abraza las paradojas: Solar es poesía lunar; Solares, poesía lunar. Y en efecto, el escritor Ignacio Solares es un narrador nocturno. Así construye sus novelas, sus obras de teatro y sus minucias, aforismos que lo asaltan como relámpagos verbales, esquirlas del sol en medio de la noche oscura. Solar es poesía lunar. Como veremos en estas páginas, Solares trata de atrapar en frases breves, precisas, contundentes, el núcleo mismo de nuestras experiencias que podrían contarse en largos relatos y novelas. Ese ejercicio ya lo ha hecho de manera apasionada, pero ahora es el tiempo de esencializar, de explorar las semillas que están detrás del árbol frondoso de las historias que ha vivido y contado. Justamente una de sus minucias, anuncia con exactitud su pretensión: “En los haikus la poesía se encoge bellamente”.
Y podemos imaginar a Ignacio Solares, sentado a solas, observando la noche líquida que se filtra por una ventana de su casa y se desliza lentamente por su cuarto hasta inundarlo todo. El escritor está a sus anchas: “Hay quienes escriben con reloj de sol; otros lo hacemos con reloj de luna”. El narrador conoce las bondades de ese espacio negro en donde se funden todos los objetos. Desde ahí se puede desembocar en cualquier parte ya que “El día es tímido, la noche es atrevida”. Desde ahí “La imaginación revela lo que la realidad esconde” porque “Te veo mejor en la oscuridad; con la luz me confundes”. Y paradójicamente la noche se ilumina: “En las azoteas los gatos beben leche de luna”.
Desde ese espacio, Solares sueña con los ojos abiertos para tratar de esclarecer las paradojas de la vida cotidiana, de nuestras tragedias, de nuestros encuentros y desencuentros, de la comunicación en donde a veces “En el amor manda el que menos ama”. Estamos hablando de una búsqueda por entender el sentido de la vida y de la muerte, del absurdo y la trascendencia, preñada de literatura, arte, poesía, psicología, filosofía, misticismo, humor e ironía, que circulan en los breves textos de Ignacio Solares y nos hacen poner la atención en los detalles, en minucias que parecen ser nada pero que lo revelan todo.
Para entender la dimensión de la tarea de atrapar la esencia de lo que vivimos, podemos rastrear un interesante ejercicio desarrollado por el guionista Jean Claude Carrière, destacado colaborador de Luis Buñuel. El director de teatro Peter Brook le pidió escribir un libreto para montar en escena el Mahabharata, uno de los textos más antiguos y hermosos de la literatura universal, considerado el más grande poema jamás escrito. Carrière se enfrentó con el problema de adaptar 19 volúmenes con 13 mil páginas. ¿Cómo hacerlo?
Primeramente, se tenía que entender el contexto cultural de ese relato. Brook y Carrière viajaron a la India, se adentraron en sus mitologías y formas de vida. Ya en París, Jean Claude Carrière se dedicó a estudiar sánscrito y hacer lecturas del Mahabharata durante cinco años. Al terminar estos estudios invitó a un amigo a tomar un té. Le contó de su proyecto y durante dos horas le platicó de qué trataba el Mahabharata. En ese proceso se hacía un ejercicio no de resumen sino de esencialización. Carrière, con su poderoso sentido narrativo, desgranaba de manera espontánea lo que le parecía memorable en esa historia. Pero la cosa no se quedó ahí. A la semana siguiente volvió a invitar a su amigo a tomar el té. Y entonces le pidió que ahora éste le contara lo que le contó. El Mahabharata se encogió bellamente.
“La ventaja de un escritor como Solares es que está pacientemente pescando ideas, lo que David Lynch llama peces dorados”
¿A cuántos libros equivalen las horas de toda una vida? Si suponemos que vivimos 70 años, se estima que estamos despiertos unas 430 mil 80 horas. En este marco, cabe señalar que una película de dos horas equivale a 120 páginas. ¿Cuántas historias y libros podrían describir lo que experimentamos cotidianamente? ¿En cuánto tiempo las contamos? ¿Cómo identificar lo importante de lo que hemos vivido, lo que hemos conversado y lo que hemos leído? (Habría que agregar lo que hemos soñado).
La ventaja de un escritor como Ignacio Solares es que está pacientemente pescando ideas, lo que David Lynch llama peces dorados, tratando de atrapar lo simbólicamente importante en imágenes intensas, fosforescentes, que nos conmueven. Por eso señala que “Para darle sentido a la vida necesitamos nutrirnos de ‘significados’, tanto como cualquier alimento”. Esto implica depuración, economía del lenguaje, precisión. Uno de los principios que guían la escritura de sus relatos es utilizar solamente las palabras necesarias, quitar lo superfluo. Este era un ejercicio que Solares hacía con sus estudiantes de redacción de textos literarios, quitar adjetivos, hacer carpintería para que las piezas encajen con musicalidad de manera exacta. Para retratar esta obsesión, le contaba a sus alumnos de un escritor que, cuando estuvo en Veracruz, se encontró en un restaurante con un letrero que decía: “Se vende pescado fresco aquí”. Se acercó al dependiente y le dijo que ya que los pescados estaban a la vista era obvio que se vendía pescado, ¿por qué no quitar las palabras “Se vende”. Por otra parte, la palabra “fresco” también estaba sobrando. Era evidente que eran pescados frescos. ¿Y la palabra “aquí”? Si no, ¿en dónde? El letrero terminó diciendo simplemente “Pescado”. No se requería nada más.
Ahora imaginemos ese ejercicio de esencialización en sus novelas, en sus pláticas, en sus lecturas, en sus intuiciones, en sus reflexiones lunares y nos daremos cuenta que se ha preparado toda su vida para pescar minucias y compartirlas en esta selección de breves textos que fueron publicados semanalmente en el periódico EL UNIVERSAL, en donde resonó ampliamente con lectores que comparten sus sueños y búsquedas mediante palabras que rozan el silencio y el hallazgo compartido en nuestra interioridad. Y podemos ver la risa de Ignacio cuando de pronto se da cuenta que ha dado en el blanco y que en su mente colisionan ideas, saltan chispas y se expresa algo único y sabio pero que a la vez es de todos. Con humor lo formula así: “Hay sueños que, creo, me robé de alguien; otros, es muy probable que me los hayan robado a mí”. Estamos en el lugar en donde la oscuridad nocturna nos hace indistinguibles, nos entrelaza de maneras extrañas: “Tuve un sueño con personajes tan ajenos a mí que bien podría ser el sueño de otra persona”.
Y si queremos llegar a la quintaesencia (lo más puro, fino y acendrado de algo), detrás de la risa de Ignacio Solares está un niño curioso, lleno de asombro, que nos abre un detalle, una minucia que invita generosamente a leer sus minucias: “Nuestras emociones más profundas tienen la misma edad de cuando éramos niños”.
FOTO: Fotografía publicada en Puerta del cielo, primera novela de Solares, en 1976. Crédito de imagen: Cortesía Myrna Ortega
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