Miradas desde y sobre la periferia: fotografía de Sonia Madrigal y Saulo Blanco García
Los proyectos fotográficos de ambos artistas crean nuevas perspectivas sobre los territorios fuera del centro geográfico o social citadino, comúnmente excluidos por los estereotipos del imaginario urbano
POR ARTURO ÁVILA
—¿Y usted dónde vive?
—¡En el pinche cerro!
Habitar alguna de las zonas periféricas que rodean la Ciudad de México es una condición que determina a las personas que se han visto obligadas por distintas circunstancias a asentarse en alguno de esos sitios. Ya sea por hechos o por estereotipos surgidos en el imaginario popular, formar parte de una comunidad extrarradio incide en el estado de ánimo de sus moradores, que en muchas ocasiones se ven obligados a caminar por calles sin luz ni pavimento; a realizar largos traslados para llegar a la fuente de trabajo, o bien para buscar lugares de ocio y zonas de esparcimiento. Algunas de esas zonas carecen de estructuras, servicios adecuados y, sobre todo, de seguridad pública.
El urbanita exquisito, orgulloso de vivir en algunas zonas de la urbe, jamás pensaría vivir en la periferia, pero para los que forman parte de esos territorios es una cuestión de adaptación y sobrevivencia, y para algunos, motivo de identidad y orgullo que los invita a emprender batallas en pro de la dignificación de su territorio.
Cuando se aborda el tema del extrarradio hay que ir más allá de una definición acotada, asociada a lo que se denomina geografía urbana y que se refiere a aquellas zonas situadas fuera de un centro o casco urbano. La periferia es más que una circunstancia geográfica. No es asunto exclusivo de los urbanistas interesados en los cambios que caracterizan la estructura de las grandes ciudades en permanente transformación, o de los sociólogos que analizan y estudian las dinámicas sociales que se generan en esos sitios. La periferia es mucho más que aquel imaginario simbólico que la asocia de forma permanente a ciertos estereotipos. Y eso lo saben perfectamente Sonia Madrigal y Saulo Blanco García, que a través de sus fotografías crean nuevas miradas sobre un territorio ignoto para muchos; imaginado desde el horror y despreciado por algunos, pero autorreferencial, marca de identidad y motivo de lucha para otros.
Ambos forman parte de una nueva generación de artistas plásticos que desde el extrarradio o la periferia, reflexionan sobre sus propias circunstancias. Sus miradas convergen sobre un mismo tema. El diálogo con la historia de la fotografía, las intervenciones en el espacio o sobre los materiales, la puesta en escena, la práctica documental y las tipologías constituyen algunas de sus propuestas visuales. Ellos deciden qué mirar, cómo mirarlo y cómo representarlo. Para no abundar en el dramatismo de ciertos temas, se han alejado de los dogmas de la práctica documental y de la tonalidad en escala de grises. Elaboran sus imágenes a color y las construyen o intervienen.
Desde el oriente
Enmarcar el trabajo de Sonia Madrigal en la práctica de la fotografía documental que se limita a la denuncia pública en medios masivos, no es correcto. Quizá sea pertinente usar la categoría del documental comprometido y militante acuñada por John Tagg para clasificar su trabajo, que no se restringe al registro gráfico, sino que lo trasciende, pues Sonia es además activista; forma parte de la colectiva de Mujeres Mapeadoras de Violencia Feminicida e integra la red de Fotógrafas en México; además de ser parte del proyecto Canalla, galería y espacio cultural en Ciudad Neza. Sus imágenes se han exhibido en Argentina, Brasil, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Italia, Perú, así como en México, y han sido publicadas en diarios y revistas como Aperture, Harper´s Magazine, The Guardian y en libros como El vértigo horizontal o Feminicide Volume VII. Como activista y fotógrafa ha participado en conversatorios y también ha impartido diversos talleres.
La muerte sale por el oriente —serie iniciada en 2014 y que sigue en proceso— en la que Sonia aborda el tema de los feminicidios en el Estado de México, entidad que registra un alarmante aumento de casos de violencia en contra de las mujeres, es sin duda un trabajo que incide agudamente en la sensibilidad de los espectadores. Es una obra de impacto que no da paso a la indiferencia. De acuerdo con la autora, esta serie se sustenta en tres ejes: 1) fotografía documental de manifestaciones y acciones feministas, 2) intervención en el territorio a partir de la colocación de una silueta de mujer hecha de espejos, en espacios públicos de los municipios de Chimalhuacán, Neza y Valle de Chalco y 3) mapeo digital de casos de feminicidio (vía google maps).
Como bien se apunta en el segundo eje de ese trabajo, Sonia coloca la frágil silueta de una mujer, elaborada con fragmentos de espejo, y la coloca en espacios como calles solitarias y mal iluminadas, paisajes agrestes y zonas baldías, lugares que dan la sensación de que en cualquier momento, cualquier mujer puede ser vulnerada. Aquella frágil figura es un símbolo de la violencia que a diario padecen las mujeres.
Sonia es muy diáfana en cuanto a definir su obra. “Mi postura y mis trabajos están determinados en gran medida por el hecho de ser mujer, ser de Ciudad Neza y por todas las situaciones que me atraviesan”. No estudió artes visuales o fotografía, sino la licenciatura en informática en la UNAM. Después de trabajar por años en el diseño web, decidió cursar algunos talleres de fotografía en la Fábrica de Artes y Oficios (FARO), primero en Oriente y luego en Tlahuac. En aquel entonces no tenía propiamente una cultura fotográfica, no sabía de autores o tendencias, por lo que sus únicas referencias consistían en las imágenes del álbum familiar, pero cuando se encontró con la obra de Nacho López comprendió que había muchas posibilidades en el campo de la fotografía, como la experimentación y las puestas en escena, además de la práctica documental.
Para Sonia es importante mencionar que ha identificado un interés por crear genealogías, sobre todo de fotógrafas, “porque precisamente la mayoría de los trabajos que a una le muestran cuando comienza en esto, son de hombres. Es importante seguir nombrándonos, nombrar a todas las mujeres que nos antecedieron y que abrieron camino. Si ahora el camino es difícil para nosotras, hace años debió de ser más complicado.” Confiesa que “al inicio no tenía esto tan claro porque no identificaba tantas autoras, pero con el tiempo, al ver el trabajo de muchas artistas y fotógrafas, me siento identificada y eso es parte de mi genealogía” y sabe que hay más coincidencia con el trabajo de las mujeres que con el de los hombres.
Sobre el momento en el que se percató de que podía utilizar la cámara como una herramienta política para reflexionar sobre la problemática de ser mujer, vivir en Neza y estar expuesta continuamente a la violencia física y simbólica, recuerda que fue en el instante en el que le preguntaron de qué quería hablar con sus imágenes. “Justo eso, me planteaba quién era yo en ese momento y desde dónde partía. Todo ello me pareció una situación compleja porque como mujeres, nuestra voz se ve silenciada por el trabajo de los hombres, y ello pasa no solamente en la fotografía, sino que en general, los espacios están ocupados por hombres. Así era difícil intentar indagar sobre mí, sobre mi historia para saber qué podía contar”.
“Comencé por analizar el álbum familiar y las cosas cotidianas, para pasar a estudiar las dinámicas de movilidad y desplazamiento de mujeres como yo. Intentar entenderlo e intentar expresarlo para mí, sin más intención que la exploración de lo que había vivido y lo que sigo viviendo. Pero me queda muy claro que lo hago desde mi mirada”.
“Yo no hablo por todas las mujeres de Neza en el sentido que pueda reducirse todo a una sola voz. Yo hablo desde mis propias circunstancias. Me interesa unir mi voz, mi mirada y mi trabajo a la mirada de otras mujeres para hacer más ruido, para seguir nombrándonos. Como lo personal es político, yo entendía que al hablar desde mis circunstancias hay coincidencias con otras mujeres. Yo me puedo ver identificada a través de la voz de otras mujeres y justo es eso, hacer una especie de coro para seguir enunciándonos”.
Tiempos muertos es otra de las series más reconocidas de Sonia, en la cual la artista representa mediante instantáneas à la sauvette, es decir, a la marcha, y algunos retratos, los largos trayectos —cuatro horas en promedio— dentro del transporte público que llevan a cabo diariamente los habitantes del Estado de México. Al formar parte de esa población, Sonia, como testigo involuntario, decide documentar algunas de las escenas que se le presentan durante sus viajes. Así, observamos el cansancio de un joven que se disfraza de payaso para ejercer un oficio; el fastidio de los usuarios, las luces neón que iluminan vagamente el interior de los transportes y ciertos detalles que le otorgan a esos trayectos un cariz antropológico, pues dan pistas sobre los gustos, los oficios de la gente y el modo de apropiarse de algunos espacios.
En Atizapán de Zaragoza, el pinche cerro
El diálogo con la historia de la fotografía, la experimentación con formatos y materiales y principalmente lo lúdico convergen en la obra de Saulo Blanco García, para quien “la periferia es un lugar ambiguo y heterogéneo y en constante transformación, a la espera de ser definido”. Esa misma indefinición le atrajo para construir su propia versión sobre el lugar donde habita. El paisaje, como motivo artístico y reflexión estética, pero sobre todo las características de su propio entorno, fueron motivos suficientes para comenzar a desarrollar su obra. El pinche cerro es el título de uno de sus primeras series.
El pinche cerro amplió su visión sobre el lugar que habita y transita de manera cotidiana. En lugar de conformarse con el registro tradicional del documental, decidió dar prioridad a la imaginación y construir un paisaje que reflejara mejor sus sentimientos de vivir en los márgenes, así se dio a la tarea de recortar la película fotográfica 6×6, unir las piezas, elaborar la obra, escanearla e imprimirla en duratrans. La imagen resultante es un conjunto de piezas en forma de rompecabezas que el autor une para crear un sentido distinto sobre un territorio ya conocido.
En la serie Un castillo en medio del páramo (obra en proceso), el autor se propuso realizar un estudio sobre ese paisaje urbano que rodea a las emblemáticas Torres de Satélite, símbolo fallido de la modernidad y de los suburbios planteados por arquitectos y urbanistas. Ese conjunto “escultórico-emocional” fue producto de un trabajo colaborativo entre Chucho Reyes Ferreira, Luis Barragán y Mathias Goeritz, y fue planeado por Mario Pani a finales de la década de los 60 del siglo pasado. Saulo tomó como referencia esas deterioradas estructuras que a decir de Daniel Garza Usabiaga marcaban la entrada a una nueva urbe, “del todo autónoma, que se ubicaría fuera de la ciudad de México”.
Durante sus trayectos en el transporte público, el autor observaba las incongruencias del paisaje que se presentaba ante sus ojos: ausencia de banquetas para peatones, columnas que no sostienen estructuras viales que lleven a alguna parte o plantas en medio de camellones que nadie puede regar. La propuesta estética de Saulo presenta similitudes con su serie anterior; es decir, el uso de película fotográfica, el recorte de los fotogramas para crear un nuevo imaginario y el escaneo final de los mismos, pero también incluye un conjunto de cartografías para describir la movilidad urbana.
Pero es en la serie Periférico Norte, donde el maestro en Producción Artística por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos desarrolla una propuesta en la que el aspecto lúdico se acentúa. En estas obras no sólo está presente una reflexión sobre el paisaje: también resalta el diálogo que el autor establece con la historia de la fotografía con el fin de crear un conjunto de imágenes en las que muestra su admiración por el trabajo de Bernd y Hilla Becher, fotógrafos alemanes que desarrollaron una nueva forma de representar el espacio. A lo largo de los años, registraron estructuras industriales como silos para almacenar granos o torres de agua, entre otros, y con esas imágenes crearon una serie de tipologías que los llevaron a recibir el León de oro, en la categoría de “escultura” en el marco de la Bienal de Venecia en 1990. Al respecto, Laura González Flores afirma que las imágenes de los Becher son documentales, neutras, mecánicas y objetivas, “son evidencias literales y mecánicas de lo fotografiado”.
Saulo, cuyo trabajo ha sido expuesto en la VI Bienal de Artes Visuales de Yucatán, Arte Joven; el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Centro Morelense de las Artes, y el Festival Art Souterrain, en Canadá, entre otros, se interesó no por las estructuras que veía durante sus desplazamientos cotidianos, sino por aquellos rastros o esculturas involuntarias que vamos dejando a lo largo de esos recorridos que conectan al sur de la ciudad con el norte y algunos municipios del Estado de México.
De tal manera, el espectador observa cactáceas cuyas coronas se ven envueltas por guantes que van perdiendo o tirando los repartidores de tanques de gas; botellas de plástico llenas de orines, semillas de mango y elotes tirados al lado del camino. Con estas últimas creó unas tipologías que son esas evidencias “literales y mecánicas”, de los desechos y residuos que vamos dejando a nuestro paso. Los títulos Temporada de elotes y Temporada de mangos imprimen un carácter lúdico a las imágenes.
Si tomamos como punto de partida algunas palabras del maestro Nacho López, podríamos afirmar que las imágenes de Sonia Madrigal y Saulo Blanco son aportaciones originales, testimonios cuya carga emocional es lectura de signos que trascienden el realismo. El autor “habrá dejado de ser un reproductor de imágenes ópticas y su obra quedará instalada en el panorama de las artes. Quizá”.
FOTO: Fotografía de la serie Tiempos Muertos, de Sonia Madrigal/ Cortesía de la fotógrafa
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