Mucho más densa que el agua

Mar 14 • Lecturas, Miradas • 3530 Views • No hay comentarios en Mucho más densa que el agua

 

POR AVE BARRERA

 

 

Toda familia tiene secretos. La literatura está repleta de relatos sobre el retorno al origen, sobre la búsqueda de sentido a partir del destino que nos marcaron nuestros antepasados. Ir más allá de lo predeterminado y poner a prueba el libre albedrío es uno de los desafíos del humano que la literatura registra y lleva hasta límites insospechados. Tal es el caso de Barba empapada de sangre, la más reciente novela de Daniel Galera, galardonada con el Premio São Paulo de Literatura y publicada en español a finales del año pasado por Penguin Random House.

 

A pesar de su título, no se trata de una novela violenta. No encontraremos favelas, narcotráfico ni lenguaje vulgar. Por el contrario, se trata de una novela entrañable, por momentos sabrosa y campechana, por momentos muy oscura. El protagonista es un tipo simple en apariencia, no cree en rollos sobrenaturales, no le gustan los líos filosóficos, ni siquiera es un buen lector. Se trata de un entrenador físico apasionado por la natación, algo perdido, algo melancólico y con una rara patología que le impide recordar los rostros de las personas. No puede acordarse siquiera de su propia cara.

 

En las primeras páginas vemos que su padre lo llama con tres propósitos concretos: contarle de las extrañas circunstancias en que mucho tiempo atrás su abuelo, un gaucho rudo y pendenciero, fue asesinado en el poblado costero de Garopaba; decirle que se va a suicidar al día siguiente solo porque ya se hartó de la vida, y para pedirle que cuando lo haga se encargue de sacrificar a la perra que ha sido su fiel compañera durante quince años. Páginas más adelante vemos que el padre ha cumplido la amenaza de suicidio, que el protagonista llega a la playa Garopaba dispuesto a instalarse ahí de manera definitiva, y que la perra de su padre lo acompaña y lo seguirá acompañando a lo largo de una ardua búsqueda existencial, que le demandará todo el rendimiento físico, y también toda la integridad mental y emocional de la que sea capaz. Una auténtica prueba de vida que implica, por un lado, encontrar su origen, su lugar en el mundo, y por otro, superar la muerte del padre, hacer frente a los soterrados traumas de familia, siempre fantasmales y enloquecedores.

 

Lo único que altera la estructura lineal de la obra es un breve, pero significativo preámbulo en cursivas que anticipa el futuro de la anécdota y que al sembrar incertezas incita la curiosidad del lector: “Cuando mi tío murió yo tenía diecisiete años. […] Decían que era capaz de aguantar diez minutos bajo el agua sin respirar. Que el perro que lo seguía a todas partes era inmortal. Que se había enzarzado, desarmado, en una pelea con diez nativos al mismo tiempo y había vencido”. La tensión de la trama no radica, pues, en la expectativa de lo que va a suceder, sino en los detalles velados e imprevisibles que pueden encontrarse en cualquier lugar del texto, ocultos en la línea de un diálogo o en una de las exuberantes descripciones.

 

Este es uno de los riesgos narrativos que la novela libra. El excesivo detalle de las descripciones y la enumeración puntual de acciones ínfimas, que parecen no aportar nada a la trama, armonizan en conjunto una cadencia pausada que permite al lector recorrer sin prisas el universo en el que se adentra el protagonista, seguirlo a pie juntillas en cada momento, identificarse con sus emociones y percibir desde su perspectiva las atmósferas, los paisajes emocionales y hasta los cambios de temperatura que se entrelazan con el conflicto. La discapacidad del protagonista para reconocer los rostros es en realidad una ventaja para la narración, pues justifica la profusión de detalles que dan singularidad y profundidad a los personajes que pueblan la trama.

 

Si algo hay de suspense en la novela de Daniel Galera, es el afán de su protagonista por averiguar la verdad con respecto al supuesto asesinato de su abuelo. Según lo que su padre le cuenta, el abuelo estaba en una fiesta cuando alguien apagó la luz, y al encenderla de nuevo se hallaba tirado en medio de un charco de sangre con veintipocas cuchilladas. “Todos lo mataron, o sea, nadie lo mató. La ciudad lo mató”. Nunca se supo realmente dónde había quedado el cuerpo. A las primeras averiguaciones el protagonista sin nombre de esta novela se da cuenta de que nadie quiere hablar del tema, la comunidad se muestra hostil con su presencia, les incomoda el parecido que tiene con su abuelo. Son supersticiosos, creen en leyendas, han hecho de su abuelo un mito temible y él tiene que pagar el precio.

 

La narración es muy hábil al plantear la tragedia inexplicable como señuelo y una vez que el lector se encuentra inmerso en la trama el afán por el misterio empieza a perder importancia. Parece que el protagonista supo ganarse a los habitantes de Garopaba, que consiguió una buena vida, que pudo volver a enamorarse y mantenerse alejado de los fantasmas familiares, es apreciado por sus alumnos, nada todos los días en el mar, es feliz, y solo entonces, como ola traicionera, sobreviene la sorpresa. No hay mejor paraíso ni peor infierno que el que habita dentro de nosotros mismos. El lector puede quedar satisfecho, pero todavía hay más: la transformación del personaje sucede, metafórica y literalmente, en aguas profundas. El realismo minucioso con que está narrada la novela no es sino un “fata morgana” y es el lector quien al final deberá completar el rompecabezas. Todo dependerá de las deudas que tenga o haya pagado con sus propios fantasmas de familia.

 

 

 

 

*Barba empapada de sangre, Daniel Galera. Traducción de Mercedes Vaquero Granados, Penguin Random House, 404 pp.

**Barba empapada de sangre es la cuarta novela de Daniel Galera /  Foto: Especial

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