“A las mujeres de mi obra llegué por admiración”: entrevista con Elena Poniatowska

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Con motivo de su 90 años, Confabulario dedica este número a la escritora, referente del periodismo y de la novela testimonial

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ 
En 2004, Elena Poniatowska recibió el premio de periodismo Maria Moors Cabot. Poco después dijo: “Ejercer el periodismo es estar permanentemente indignada”. Indignación y solidaridad, pero también imaginación y curiosidad son algunos componentes de la obra de Poniatowska, quien este 19 de mayo cumplió 90 años.

 

Autora de La noche de Tlatelolco y Hasta no verte Jesús mío —el primero uno de los libros testimoniales más representativos del movimiento estudiantil de 1968, el segundo un ejemplo del uso de las herramientas periodísticas en la literatura— charla del pasado y del presente. No evade la evocación, pero tampoco sus pronósticos sobre el periodismo actual. Mujeres como Rosario Ibarra de Piedra, Benita Galeana y Leonora Carrington, tan distintas pero tan obstinadas en lo que soñaron, están presentes en su obra y en su charla. Son una especie de referentes cardinales de su día a día.

 

Se da tiempo para evocar también al hombre que la llevaba a ver las estrellas, su esposo, el astrónomo Guillermo Haro (a quien llama estrellero); al que luchó por los ferrocarrileros, Demetrio Vallejo, al que conoció en la cárcel de Lecumberri; y a personajes pasajeros pero capaces de inmortalizar momentos de ternura, como el fotógrafo Ricardo Salazar.

 

Inició muy joven. ¿Hay algo de ese periodismo cultural que usted añore? ¿De qué nos hemos perdido?

 

Me inicié en 1953 en Excélsior en la sección de Sociales que después Bambi, Ana Cecilia Treviño, la esposa del pintor Alberto Gironella, le puso sección B. Había novias, bodas y baby showers, pero para que no hubiera sólo sociales empezamos a meter columnas de cultura. Entonces empecé allí a descubrir un México absolutamente desconocido. Yo venía de un colegio de monjas. Recuerdo que en mi casa estaba totalmente proscrito Diego Rivera porque había pintado desnuda a mi tía Pita Amor. Incluso se hizo una retrospectiva de Rivera en Bellas Artes. La tía Pita se paró al lado de ese cuadro y cuando llegó el presidente Miguel Alemán le dijo: “Señor presidente, más que ser un retrato del cuerpo es un retrato del alma”. Entonces, el presidente le respondió: “Ah, pues qué alma tan rosita tiene usted”. Pita hacía todo lo que se le daba la gana. Tenía un abrigo de mink. Se lo ponía sin nada más encima. Se lo quitaba en el Paseo de la Reforma y provocaba choques de automovilistas. Era una época muy creativa porque vinieron a México muchos extranjeros, como los perseguidos por McCarthy. Quien los protegió en México fue el gran fotógrafo Gabriel Figueroa.

 

De sus años como reportera, ¿de quién recibió más enseñanzas? ¿Quién fue el más generoso, quién el más duro de sus editores?

 

Todos eran muy generosos. Quien fue muy generoso conmigo cuando pasé a Novedades fue don Edmundo Valadés, que también era cuentista. Pero en general puedo decir que los dos más jóvenes periodistas y reporteros de esa época en Excélsior eran Manuel Becerra Acosta hijo y Julio Scherer García. Después también en Novedades destacó Guillermo Ochoa como reportero. Pero en general también las mujeres fueron muy sobresalientes. Estaba Elvira Vargas, una gran nadadora que le salvó la vida a un guarura del general Cárdenas. El señor creo que había bebido demasiado y estaba ahogándose. Ella se echó al mar y lo sacó. Era un México muy familiar, muy cálido. Se decía que muchos periodistas del Excélsior hacían el periódico en las cantinas, el Waikikí y el Ambassador, que estaba debajo del Excélsior.

 

¿El periodismo le abrió las puertas a lugares vedados como Lecumberri?

 

Al contrario, si eras periodista te cerraban las puertas. A los directores de las cárceles o manicomios no les gustaba que entraran periodistas que les denunciaran fallas o que el rancho [comida] del mediodía era muy malo. Así que nunca, en todo el tiempo que he estado en el periodismo, he tenido una credencial. Yo no tuve escuela, no fui a la escuela de Carlos Septién García, a quien por cierto admiré mucho.

 

Carlos Monsiváis escribió un artículo hace como 20 años en el desaparecido periódico El Independiente en el que hizo referencia a Hasta no verte Jesús mío. Lo cito: “El punto de partida es la felicidad imposible. Dios le reservó el sufrimiento a las mujeres pobres”. ¿Hay alguna desdicha común o felicidad imposible en sus personajes, reales o ficticios?

 

No hablaría ni de desdicha ni de felicidad imposible. Hablaría de mujeres de una gran fortaleza. Lo que me llevó a ellas fue la admiración. La admiración por cómo llevaban a cabo, en el caso de Rosario Ibarra, su lucha por recuperar a su hijo, las visitas a todos los campos militares de México, reunir a otras madres; en otros casos su capacidad de rebeldía contra el gobierno y su capacidad de no ser convencionales, no ser agachadas.

 

Recuerdo que al cumplir 50 años como escritora usted decía que se sentía como una joven de 17 años. Me recordó esa canción de Violeta Parra, “Volver a los 17”. ¿Qué le dice a los jóvenes, a los adolescentes de 17?

 

Que tienen un México lleno de furia, de posibilidades, de oportunidades, y las tienen que tomar. Son años de mucha fuerza física, amorosa, de una capacidad para tener amistades que duran toda la vida. También tienen algo muy importante que es la capacidad de admiración por los que han hecho algo en México. En el país hay grandes viejos a quienes los jóvenes se pueden acercar, si es que los viejos se dejan.

 

En su trabajo también ha transitado la Ciudad de México, desde los barrios más humildes hasta las grandes alamedas. ¿Hay algún sitio por el que sienta una especial añoranza por su gente y sus historias?

 

Yo soy esencialmente capitalina. A través de Alberto Beltrán, un gran dibujante y grabador del Taller de Gráfica Popular, conocí el México de los pobres, de los más pateados. Y a través de un preso que me escribió, Jesús Sánchez García, visité la cárcel de Lecumberri. Siempre he dicho que el “Palacio Negro” es una escuela de escritura formidable porque todos te quieren contar su prodigiosa vida de mentiras, o su prodigiosa vida de verdades. Todos se justifican o se enojan consigo mismos o contigo. Y es un aprendizaje que le deseo a cualquier joven periodista. Es un aprendizaje de vida y de muerte, de aislamiento y de soledad. Pero también de algo que falta mucho, que es la actitud solidaria.

 

Hay dos personajes a los que usted les dedicó libros: el astrónomo Guillermo Haro, su esposo, un hombre que buscaba galaxias; el otro es Demetrio Vallejo, presente en El tren pasa primero, quien buscaba justicia para los ferrocarrileros. ¿Cada uno a su manera eran dos utopistas?

 

Guillermo es el padre de mis tres hijos. Con él viví. Me deslumbraba la idea de compartir la vida con un estrellero, un hombre que miraba el cielo desde Tonantzintla y que es creador de esa ciencia moderna en México. Formó a muchísimos jóvenes astrofísicos como Manuel Peimbert Sierra, a Silvia Torres Castilleja, a Deborah Dultzin. Y envió a universidades norteamericanas a muchachos que compitieron con estudiantes de allá y que resultaron tan buenos como los de allá. Entonces, viajaron a muchos observatorios del mundo. Por su parte, Demetrio era un oaxaqueño que visité también en Lecumberri. Lo conocí por conducto de este preso, Jesús Sánchez García. Le pregunté si lo podía entrevistar. Me dijo que sí. Porque todos tienen una voluntad de ser escuchados. Lo vi tanto ahí y después en el penal de Santa Martha Acatitla. Es una experiencia porque es un mundo totalmente distinto al mío porque soy una niña bastante privilegiada. A través de personas como él y Alberto Beltrán entré a mundos que me enriquecieron, a los que les debo muchísimo.

 

¿Tiene alguna novela en proceso?

 

Acabo de publicar El amante polaco (Seix Barral, 2019, 2022), que es la historia de Estanislao Augusto Poniatowski, que fue rey más de doscientos años antes de que yo naciera. Quise saber de dónde venía yo del lado paterno. Por eso empecé a investigar en libros en francés y en inglés, también por un viaje a Polonia investigué del rey, así como del príncipe, general del ejército, José Poniatowski, quien antes de entregarse a los rusos decidió aventarse al río Elster. Hay cantidad de grabados y de dibujos y pinturas sobre el rey como el héroe José Poniatowski, a quien curiosamente también llamaban Pepe, como aquí en México llaman a los Josés.

 

En 2004 recibió el premio Maria Moors Cabot. En una entrevista posterior usted mencionó: “Sólo el tiempo dirá si los periodista y editores de hoy ofrecerán el periodismo honesto y enérgico que merece mi país”. ¿Considera honesto y enérgico el periodismo que hacemos hoy?

 

El periodismo que hoy hacemos se encamina totalmente a los medios visuales. Creo que los periódicos, los medios escritos, van a desaparecer. Cada vez son menos. En mis rumbos de Chimalistac, entre Insurgentes y Miguel Ángel de Quevedo, ya no hay puestos de periódicos. Puedes ir a Insurgentes a comprar revistitas de mujeres desnudas. Lo que usted quiera. Pero del periódico en el que usted trabaja llegan cuatro ejemplares. El voceador, que es mi amigo, sabe que esos cuatro ejemplares no se le van a quedar. Pero en general creo que el periodismo escrito está condenado.

 

Mencionó entonces que ejercer el periodismo es estar permanentemente indignada. ¿Qué le indigna hoy?

 

Uno se entera a través de las mesas de redacción y de los compañeros de injusticias sociales que son de cada día. Hay injusticias hacia los peatones, hacia las mujeres. Hay una cantidad de mexicanos que no tiene acceso a nada. No es que yo rece, pero todas noches duermo pensando que ojalá todos los mexicanos hayamos comido más o menos lo mismo. Sé que es un sueño porque aún hay mucha gente que no tiene acceso a nada.

 

¿Usted es creyente?

 

Fui boy scout, fui jefa scout. Es una organización totalmente ligada al catolicismo. Fui a varios pueblos cercanos a Tonantzinlta, Puebla. Hice muchos campamentos. Puedo decir que soy religiosa. Vivo al lado de la capilla de San Sebastián, que dicen que es el santo patrono de los homosexuales porque está todo asaeteado, todo cubierto de flechas, salvo en las partes vitales. Nunca voy a misa. A veces pienso que un día iré. Ahorita no se puede ir por la pandemia, está todo cerrado. La fe de mi mamá cuando perdió a su único hijo, a los 21 años en 1968, me conmueve mucho y siento por ella un inmenso respeto. Pero yo no practico.

 

Me menciona el año del 68, un episodio que junto con el sismo del 85 y el levantamiento zapatista son tres episodios clave en nuestra historia. Tengo muy presente la entrevista que le hizo al subcomandante Marcos. ¿Tuvo nuevo contacto con él?

 

No, para nada. No creo que él esté interesado en tener contacto. Recuerdo que Rosario Ibarra de Piedra me contó que le había llevado personas que querían tratar con él. Decía que al subcomandante Marcos se le subió…

 

¿Tiene un mensaje para él?

 

Nunca he tenido ni mensajes ni consejos para nadie. Estoy aquí para que me los den a mí.

 

Hace unos días fuimos al archivo del fotógrafo Ricardo Salazar en la UNAM. ¿Qué recuerda de él?

 

Era un hombre muy entusiasta, pero totalmente desordenado. Sus fotos las buscaba hasta en el piso porque no las tenía bien archivadas. Espero que hoy estén en mejor estado. Su muerte fue una pérdida muy grande. Tenía necesidad de alguien que lo acompañara y lo ayudará a conservar su trabajo. Era un hombre de mucho talento. Tomó muy buenas fotos, por ejemplo, a Octavio Paz en el bosque de Chapultepec. Era muy simpático, te hacía reír, tenía algo muy ligero, muy bonito, y era muy creativo. No sé quién cuida su archivo y cómo lo preservan.

 

Está resguardado en el Archivo Histórico de la UNAM. Se enteraron por la entrevista que usted le hizo para La Jornada en 2004.

 

Qué buena noticia porque eso merece guardarse toda la vida.

 

Encontramos unas fotos en las que usted aparece con un niño de brazos, de meses. Dígame, Elena. ¿Le gustaría conocerlas? ¿Le gustaría ir al archivo?

 

Yo encantada. Seguramente el niño de la foto es mi hijo Felipe. Recuerdo cómo me insistió Ricardo para tomarme esas fotos. Pero no las conozco. Usted dígame…

 

¿Le queda bien el martes 3 de mayo a las 11 de la mañana?

 

Sí, ¿cómo no?

 

FOTO: La obra periodística de Elena Poniatowska es un mosaico de la realidad cultural y social del México del siglo XX. Ella es hoy un referente del periodismo mexicano/ Germán Espinosa/ El Universal 

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