Entre pacho Flores y Juana de Arco

Sep 22 • Miradas, Música • 4119 Views • No hay comentarios en Entre pacho Flores y Juana de Arco

Las orquestas Sinfónica Nacional y Filarmónica de la UNAM ofrecieron programas inenarrables, a la manera de un manifiesto, con rescates de clásicos operísticos y destacados compositores mexicanos

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POR IVÁN MARTÍNEZ

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Tras el asueto veraniego, las orquestas sinfónicas de la ciudad retomaron sus actividades el pasado fin de semana y dos de ellas, la Sinfónica Nacional y la Filarmónica de la UNAM lo hicieron con programas que pudiéramos llamar “de festival”. A lo grande y con propuestas ambiciosas, como suele ocurrir en otras latitudes donde los inicios de temporada son especie de manifiesto artístico.

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La Filarmónica de la UNAM lo hizo, de hecho en términos formales, no dentro de su abono de temporada sino dentro de un festival que nació hace un año bajo el nombre de IM-PULSO: Música Escena Verano, ideado por Juan Ayala y con la curaduría de Yuriria Fanjul y Valeria Palomino dentro de la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad.

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Se trata de un encuentro de diálogo entre obras poco conocidas, nuevas tecnologías, nueva creación, poniendo la escena como centro, donde han participado algunos de los grupos representativos de la Universidad y otros destacados invitados. Dos propuestas operísticas de este año incluyeron, por ejemplo, El castillo de Barbazul de Bartok con la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata y la videópera Fragmentos de Kakfa de Gyorgy Kurtag con la soprano Irasema Terrazas y la visión escénica del director Jaime Matarredona como protagonistas.

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El plato fuerte fue la puesta del oratorio dramático Juana de Arco en la hoguera (1935) de Arthur Honneger, que en México no se veía/escuchaba desde principios de los años ochenta cuando la actriz Julieta Egurrola afrontó el papel con la dirección de Luis de Tavira. Lo presencié el sábado 8 de septiembre.

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Obra en once escenas, según el poema de Paul Claudel, se trata de una pieza que requiere distintas fuerzas: además de un ensamble sinfónico completo que incluye saxofones y ondas martenot, coro de adultos, coro de niños, seis cantantes y cinco actores que hacen papeles de soporte, y el epónimo encargado a una actriz, que es junto al director concertador en turno quien carga el peso de la obra.

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Aquí, la filarmónica universitaria recibió como huésped al distinguido Sylvain Gasançon para la concertación, al director Claudio Valdés Kuri para la escena y a la actriz Xóchitl Galindres, entre el complejo y diverso grupo de agregados que fueron del espléndido Coro de Niños de la Faculta de Música de la UNAM a la dispar Compañía Juvenil de Danza Contemporánea de la UNAM pasando por una escultura de Javier Marín al centro del escenario.

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El resultado fue una de esas experiencias trascendentales de significados inenarrables, sobre todo en lo que corresponde a la escena y al peso de Galindres, una actriz que ha capturado el espíritu de la joven francesa a profundidad, desarrollado con precisión su hilo narrativo conductor (no siempre es lineal, pero ella supo poner en equilibrio la dulzura de la adolescente ingenua con la fuerza de hierro de la heroína patriótica) y encima mostrado una fortaleza física para cumplir un trazo escénico no precisamente sencillo en un espacio todavía menos “apto” para la escena; y para el tipo de teatro que le es conocido a su director.

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Musicalmente, Gasançon hizo su trabajo con un sentido de urgencia dramática igualmente en equilibrio entre los pasajes más feroces o en la ligereza de aquellos descansos de comicidad sonora. Detallado en cada textura, se escuchó una orquesta preocupada por la limpieza lo mismo que por la emoción, sin que ésta causara problemas a la primera.

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Sin problemas los actores gracias al apoyo de audio artificial, los hubo mínimos entre los solistas cantantes, cuya voz –cosa rarísima en una acústica tan bondadosa como la de la Sala Nezahualcóyotl– no alcanzó pasar más allá de las primeras filas.

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El triunfo fue igual doble en el Palacio de Bellas Artes el viernes 7, cuando la temporada de la Sinfónica Nacional fue inaugurada por el trompetista Pacho Flores, quien llegó para realizar el estreno mundial del Concierto de Otoño, para trompeta y orquesta sinfónica, de Arturo Márquez.

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Dirigido por su titular Carlos Miguel Prieto, el programa inició formalmente con la Pampeana no. 3 de Alberto Ginastera, que por su rutinaria ejecución podía haber sido eludida. La fiesta comenzó realmente con la aparición en el escenario del gran Pacho para hacerse cargo del estreno: concierto clásico en su forma, sus tres movimientos llevan los subtítulos Son de luz, Balada de floripondios y Conga de Flores, que son bastante explícitos en lo que se escucha, y como todo lo escrito por este compositor, el balance de texturas en la orquestación es bastante cercano a la perfección, aunque en esta ocasión quizá hubiera ayudado reducir las cuerdas, pues hubo pasajes en que la trompeta solista fue tapada por la masa orquestal.

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Tras el intermedio, siguió una serie de obras cortas que comenzó con la generosa Colección de realidades de Diana Syrse Valdés, seguida de cuatro miniaturas bastante anodinas con el mismo Pacho Flores como solista en la que se le escuchó con más libertad –¿más descansado, relajado? Incluso con más sonido–, y concluyó con dos obras en las que el trompetista siguió tocando: Santa Cruz de Pacarigua de Evencio Castellanos, en la fila de trompetas, y la Conga del fuego nuevo, de Arturo Márquez, en la de percusiones, en una especie de encore dentro del programa en el que el mismo compositor tomó el podio de la Sinfónica Nacional para coronar el doble triunfo.

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PIE DE FOTO: La actriz Xóchitl Galindres durante la puesta en escena del oratorio dramático Juan de Arco en la hoguera, de Arthur Honneger. / Cultura UNAM.

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