El pene: deseo y repulsión
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La obra de estas dos autoras, con historias nacidas de sus propias experiencias, se centran en el derecho de las mujeres a ponderar y a expresar sus deseos sexuales
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POR ETHEL KRAUZE
Cuando las mujeres escriben, el mundo tiembla: no sabemos qué dirán, ni cómo, ni hasta dónde. Cuando escriben sobre el pene, el mundo se pone patas arriba. El pene deja de ser territorio masculino para convertirse en un ojo profundo desde el cual habremos de mirar el otro lado de las cosas.
Estas dos obras se complementan y se contradicen de tal manera, que casi no hay modo de comentarlas separadamente. Las dos autoras son mujeres contemporáneas que habitan en los extremos opuestos del planeta, no sólo geográficos, sino culturales, religiosos, económicos, políticos, académicos y sociales. Pero sus protagonistas convergen en la edad y en la situación: se encuentran en espacios cerrados, entre los trece y los diecisiete años, descubriendo el pene hasta la penetración.
En Una perfecta educación, Curtis Sittenfeld nos habla de una chica becada en un internado de clase alta en Estados Unidos, que vive las angustias de no ser debidamente aceptada entre los verdaderos ricos y su proceso de enamoramiento por el mejor partido del lugar, obviamente vedado para ella, hasta que, entre una cosa y la otra, consigue trenzarse con él en dubitativas y aparatosas escenas de desfloramiento. Ella se prepara cada noche para recibirlo a hurtadillas en su cama, incluso al lado de su compañera de habitación, que duerme o finge estar dormida. El rezo de los domingos es puntual en la capilla del colegio y en el comedor no se dirigen la palabra.
Las parrafadas sobre el pene y el deseo que le despierta a la chica no tienen nada de pornográfico ni de la llamada “literatura erótica”, no llevan intención ulterior, ni pretenden atraer o espantar al público lector hacia el morbo o el escándalo. Son, pura y llanamente descripciones del deseo femenino, expresiones del descubrimiento que las mujeres hacen de su propio cuerpo en relación al cuerpo de los hombres. Las adolescentes, las llamadas “vírgenes”.
Por el otro lado, Nadia Murad no oculta que habla de ella misma, pero su historia no es particular, no es excepcional, es una de las miles de historias que ocurren en el medio oriente en estos mismos momentos, mientras yo escribo estos renglones, y seguirán ocurriendo cuando los lectores estén leyéndolos. Nadia Murad ha recibido el Premio Nobel de la Paz este 2018, porque quiere ser “la última” en vivir el trance que le ha tocado, y desde que escapó, no ha dejado de dar su testimonio, convertida en activista contra la violencia sexual como arma de guerra, una realidad que, sólo nombrándola de este modo, ha podido ser visualizada y tendrá que ser combatida con fuerza de ahora en adelante.
En Yo seré la última, relato de Nadia Murad, una chica yazidí de una aldea en Irak es raptada y vendida como esclava sexual del Ejército Islamico. Su “escuela” consiste abjurar de su religión y aceptar con docilidad la violación multitudinaria, los golpes y el vasallaje de sus dueños que la van desechando. Su confrontación con el pene no tiene la oportunidad de pasar por el deseo, sino que va directo a la repulsión. El pene es el arma del enemigo que ha asesinado a su madre y a seis de sus hermanos y ha destruido a su aldea. El pene es el castigo, el dolor y la humillación. Es el instrumento con el cual ella será torturada cada noche, pues la embestida siempre es con furia, y la desgarra por dentro y por fuera. El pene, aunque salga de su cuerpo, le deja un rastro nauseabundo de líquido sanguinolento del que no tiene oportunidad de limpiarse, porque viene el que sigue.
Hay largos párrafos de vómitos constantes, de falta total de apetito, de migrañas y vahídos en relación al pene. Pero no son de odio o rechazo a la masculinidad ni al pene como sinónimo de varón. Esto es, acaso, lo más sorprendente en este texto. La chica distingue perfectamente las diferencias entre la virilidad de los hombres y la brutalidad de sus secuestradores. Lamenta no haber podido conocer al hombre, en relación a su sexualidad, de una manera natural, con el deseo de por medio. Hay una tristeza de lo irremediable en saber que no hubo tiempo para aprender a desear el pene, para disfrutar cómo se gesta y se desarrolla ese deseo; es como el deseo de un deseo que quedó frustrado cuando estaba a punto de nacer en el despertar de la juventud. Le han robado su derecho a desear el pene. Y esto es una tragedia para las mujeres.
Ambas autoras ponen una lente de aumento en el derecho de las mujeres, especialmente las jóvenes, a ponderar y a expresar los matices de su cuerpo, cantándole canciones dulces y amargas a ese gran inquisidor con el que las sociedades han tratado de explicarlo todo.
Ha faltado la voz de las mujeres para completar la explicación. He aquí dos contundentes muestras que no escatiman en hablarnos de olores, sudores, emanaciones, ensoñaciones de jóvenes que esperan con ansiedad ese gran día y cómo las toma por sorpresa, a ambas. Porque el gran día no es otra cosa que un pene deslizándose entre las piernas, y todo lo que trae consigo cuando ha llegado desde el deseo o desde la repulsión.
Si los hombres conocieran esto, si supieran en verdad qué pasa en el universo femenino antes, durante y después de ese trance, ¿cambiarían de alguna forma su conducta? Me da la impresión de que es una de las preguntas que subyacen en el fondo de estas historias y que han llevado a sus autoras a ofrecernos estas formidables páginas.
FOTO: Una perfecta educación, Curtis Sittenfeld, Barcelona, Siruela, 2018, 488 pp. / Yo seré la última, Nadia Murad, Madrid, Plaza Janés, 2018, 368 pp. /Especial
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