No debes olvidar quién eres
POR GENEY BELTRÁN FÉLIX
Al principio, vemos el cuerpo de una adolescente a la hora de tomar un baño. Al final, ese mismo cuerpo, carente ya del menor indicio de sensualidad, se levanta de la cama, se viste… y en sus piernas se aprecian rasguños y moretones. De uno a otro extremo, Lore, segundo largometraje de la australiana Cate Shortland (1968), narra una historia de supervivencia y aprendizaje al término de la Segunda Guerra Mundial.
La jovencita Lore (Saskia Rosendahl) acostumbra espiar por las ventanas. Ve una camioneta que llega al patio de su casa. La familia se prepara para huir. Sus padres queman documentos en los que está impresa la suástica y que hablarían de la política eugenésica del Tercer Reich. Luego de que el matrimonio —altos oficiales nazis ambos— es apresado, Lore debe guiar a sus cuatro hermanos menores a la casa de la abuela, en Hamburgo, a través de una Alemania derrotada y hambrienta, sometida y consternada por la difusión de las atrocidades contra los judíos. En su travesía, Lore, Liesel, Günther, Jürgen y el bebé Peter reciben la ayuda, tal vez no del todo desinteresada, de un joven de nombre Thomas (Kai Malina) en cuyo carnet de identidad se atisba una estrella de David.
¿Cómo contar otro relato de guerra, un territorio tan visitado por la literatura y el cine y conocido ya hasta lo tópico? Lore se ahorra la corrección política y, basándose en la novela, que no he leído, de Rachel Seiffert, tiene como personajes no a niños judíos sino a los hijos de sus victimarios, puestos en una situación de vulnerabilidad que desliza el cuestionamiento sobre los frenos y alicientes de la compasión: ¿hasta dónde condolerse por los descendientes de una pareja de verdugos? De igual modo, la película no busca lo panorámico ni lo épico y se afinca a cambio en una cámara de tomas predominantemente mínimas, por mucho focalizadas en la percepción de la protagonista y los niños. Así, abundan los primeros planos —Lore en términos retóricos es una extendida sinécdoque—:la derrota de Alemania se ve en rostros llevados al límite de la resistencia emocional y física, en manos que cargan una maleta en medio de un bosque o que acarician sin pasión una entrepierna, en las hormigas que caminan por el muslo sanguinolento de una mujer asesinada, en el ojo reventado de un suicida, en la boca de un bebé que succiona con impaciencia un pezón femenino. La cámara de Adam Arkapaw es móvil, en más de una ocasión desenfocada, ávidamente atraída por los pedazos de realidad de los que pendería la supervivencia de Lore y sus hermanos. Esto genera una angustiante y violenta sensación de incertidumbre: el filme va mostrando, sin notas históricas a pie de página, la nueva realidad del Tercer Reich aniquilado a como los niños, en su forzada huida, sobrellevan las terrenales repercusiones de la guerra, empezando por el hambre.
Sin embargo, más que el hambre, lo que con mayor inquietud sacude a Lore es descubrir la implicación de sus padres en el exterminio de los judíos. A la historia de supervivencia se junta entonces la de una educación moral. “No debes olvidar quién eres”, le dice, a Lore, su madre, antes de ir a entregarse a los aliados. La película presenta cómo el peso de esa frase, aun silenciada, permanece en la psique de la joven, en quien se da el enfrentamiento de los prejuicios antisemitas adquiridos en su familia con aquello que se trasluce de la extraña conducta de Thomas, con quien se da luego un ir y venir de rechazos, temores y deseos. ¿Es posible olvidar el propio origen? ¿Es justo asumir las culpas de los padres? Lore desarrolla el conflicto de esas dos preguntas con una edición económica, tácita en sus saltos de escena: el recorrido por una Alemania sin topónimos, casi apocalíptica, incluye empujar una carriola a lo largo de un campo fangoso, luego ser llevados en un camión con soldados estadounidenses, o ir apretujados en el vagón de un tren entre gente que murmura su escepticismo sobre el genocidio e incluso asesinar a un hombre para conseguir una canoa con la cual cruzar las aguas de un río apenas entrevisto. El difícil aprendizaje de Lore no es que se exprese mucho con palabras; después de los iniciales desplantes e insultos, la chica ve nacer dentro de sí una complicada voluntad de apego hacia el desconocido, en quien pareciera discernir el rostro y el cuerpo de los detestados seres de cuya muerte sus padres serían responsables. Por eso, cerca del final, cuando él decide abandonarlos, Lore confiesa: “No puedo dejar de pensar en eso”, refiriéndose a las fotografías de judíos exterminados en los campos de concentración: su vínculo con Thomas, por quien se siente físicamente atraída, ya está inmiscuido por una mezcla confusa de gratitud, odio y remordimiento, en especial por lo incierto de la verdadera personalidad del muchacho: ¿es un judío superviviente o un simple ladrón?
Luego de la travesía por la Selva Negra, el cuerpo de Lore está marcado por las huellas que le dejó su condición de superviviente, pero —me disculpo más por el spoiler que por la cursilería— su alma tiene heridas menos visibles y más punzantes. Ella se queda fija en el modo mental de la supervivencia. Su apego por Thomas la impulsa a querer, al parecer sin lograrlo, destruir lo que la unía con sus orígenes: se subleva contra las buenas maneras de su abuela en la mesa y rompe una colección de animalitos de porcelana en los que estaría simbolizado el estado de inocencia en que la mantuvieron sus padres. ¿Qué ha ocurrido? Que las guerras, en efecto, terminan. Pero eso es allá fuera. No en el interior de las hijas de los asesinos.
Dirección: Cate Shortland
Guion: Robin Mukherjee y Cate Shortland, basado en la novela The Dark Room de Rachel
Seiffert
Música: Max Richter
Fotografía: Adam Arkapaw
Reparto: Saskia Rosendahl, Kai Malina, Nele Trebs, Ursina Lardi
Producción: Australia-Alemania-Inglaterra, 2012
*Fotografía: La película es protagonizada por Saskia Rosendahl en el papel de Lore/Especial