“Nos falta levantar la mano; lo lésbico ha quedado relegado”

Jun 24 • destacamos, principales, Reflexiones • 1329 Views • No hay comentarios en “Nos falta levantar la mano; lo lésbico ha quedado relegado”

 

Activista y una de las voces de las Musas de Metal, red de apoyo para personas LGBT+, Judith Flores consigna los avances y pendientes en la lucha por los derechos

 

POR JUDITH FLORES
Siempre me di cuenta, pero también la gente siempre me hizo sentir diferente. Desde la primaria me buleaban por mi fisonomía, no era la típica niña femenina de cabello largo, trencitas, zapatitos y vestidito. Siempre fui más lo que llaman “tomboy” o “machorra”. Mi mamá me decía: “Eres una machorra”. Sí, ni modo, esa soy yo. Esa diferencia la sentí desde niña, pero darme cuenta de que me gustaban las mujeres y que mi orientación era lésbica fue hasta 1987, ahí fue más claro para mí.

 

Cuando entré a la universidad para estudiar periodismo, en la ENEP Acatlán, empecé a reconocerme más. No hubo éxito. Sólo fue un periodo de exploración porque la amiga, o la entonces pretendiente, era buga y por supuesto que no hubo respuesta. Para esa época, todavía no generaba mi discurso completo, fue darme cuenta de qué estaba pasando conmigo; empecé como bisexual. Terminé mi proceso de reconocimiento y entendimiento 10 años después.

 

La represión, el temor y la aceptación social eran muy distintos en esas fechas. Desde 1997 me sumé al activismo porque era mi manera utópica de generar un cambio; en ese entonces formaba parte de un grupo bisexual, que en realidad éramos nueve gays y tres lesbianas, pero íbamos con esta bandera porque no nos atrevíamos a salir por completo, y participamos en la primera semana de diversidad sexual del Distrito Federal. A mí lo social siempre me ha gustado, por eso estudié periodismo, por la idea de ayudar: ¿cómo? No lo sé. Pero tengo la certeza de que si cada uno pone su granito de arena, podemos impulsar un cambio.

 

Había un afortunado boom de organizaciones civiles para la comunidad LGBT+, pero con la llegada del gobierno de Vicente Fox, en el 2000, padecieron un declive drástico: les cortaron los suministros internacionales y muchas organizaciones tuvieron que parar sus programas y proyectos de apoyo. Llegaba ayuda para las personas con VIH seropositivas: medicinas, así como paquetes de condones para hombres y mujeres que se distribuían gratuitamente. Ese mismo año conocí a quien sería mi primera mujer en forma, fue algo circunstancial, la conocí en una de las primeras campañas de candidatos LGBT+ para diputaciones plurinominales, era una camada de líderes como Enoé Uranga, Arturo Díaz y Patricia Mercado.

 

Meses después me fui a Nueva York como indocumentada, trabajé en cafeterías, pizzerías y hasta de niñera. Pero no me aparté de la labor social, participé en distintos grupos LGBT+, en especial en uno de mujeres lesbianas latinas. Además, una amiga y yo creamos una red de apoyo a migrantes que permitió la modificación de una ley local de la ciudad en favor de los vendedores ambulantes, una ley que no se modificaba desde 1920. Logramos que tanto los vendedores como sus “carritos” tuvieran acceso a una licencia, lo que les permitía protegerse ante el abuso de policías, la mayoría también latinos, que con toda la saña del mundo les tiraban su mercancía con tal de que no vendieran. Por ser indocumentada, no pude entrar a la nómina de esta organización civil, pero nunca dejé de participar.

 

Regresé a México en el 2012. Me sorprendió enormemente encontrar en la inanición a muchas organizaciones civiles LGBT+. Fue un cambio tan drástico, teníamos una representación civil fuerte, activa y combatiente. La gente se ha vuelto más desconfiada, ya no creen en la lucha social, precisamente por toda la bola de campañas de tergiversación y fake news; cuando realmente estos esfuerzos le han dado mucho avance al país, pero se nos olvida: no hay memoria histórica.

 

Como ciudadanos, necesitamos entender que es importante nuestra participación para cambiar nuestra realidad, y eso requiere que nos preparemos y que seamos críticos. Aunque también es vital construir políticas públicas que nos permitan mejores condiciones de vida a las personas de la comunidad lésbica, el Estado debe asumir esa responsabilidad.
Necesitamos que en el sector Salud haya mayor sensibilidad respecto a la atención de las lesbianas. Por ejemplo, que las enfermeras tengan mayor sensibilidad: antes, durante y después del parto porque son comunes las actitudes lesbofóbicas. Sería oportuno elaborar campañas de concientización enfocadas al personal médico para que no haya más burla, escarnio, ni discrminicación en el momento en que se enteran que están atendiendo a una mujer lesbiana y no a una cis; no es nada especial, sólo queremos ser consideradas como personas.

 

A las mujeres, en general, lo que nos distribuyen como métodos anticonceptivos y protección contra las enfermedades de transmisión sexual sólo son condones femeninos y masculinos, con todo y que muchos hombres se resisten brutalmente a usarlos; sin embargo, también es importante que se proporcionen diques dentales, que las lesbianas nos podamos proteger. Así como está la Clínica Condesa debería existir una para la atención específica de mujeres lesbianas y que nos puedan acompañar en el cuidado físico y psicológico; afortunadamente hay estos espacios para la población trans y gay, pero también nosotras lo necesitamos.

 

A nivel federal, a las mamás lesbianas no se les permite registrar a sus hijos con sus propios apellidos, hay Registros Civiles donde todavía piden a un hombre, un papá, para poder ejecutar el trámite. Es cierto que en los derechos LGBT+ estamos en otra realidad respecto a los de hace unas décadas, hay que reconocerlo, pero aún hay varios detalles sin resolver, que a los diputados y senadores les falta empujar con firmeza.

 

También hay que empujar a que las autoridades nos den las bases para tener acceso a una vivienda digna, que haya programas para que las personas LGBT+ puedan tener créditos accesibles. La organización Xochiquetzal lleva años trabajando para que nuestra comunidad también tenga las oportunidades de una vivienda digna, pero ha sido muy difícil.

 

Hay un alto porcentaje de personas LGBT+, que como no se casan o no viven de forma tradicional, se les carga el cuidado de los abuelos o los padres mayores, como si nosotros fuésemos los únicos responsables de procurar a este sector vulnerable, se delega esta responsabilidad, en especial a las mujeres lesbianas. Quizá, una propuesta sería crear una red de espacios de apoyo a la vejez, pero también de ayuda a las personas que deben cuidar a sus mayores.

 

En los últimos años ha habido un repunte del feminismo, de las marchas, del movimiento trans, pero la cuestión lésbica ha quedado relegada, parece que no hemos podido levantar bien la mano para ser parte del cambio. Cada quien tiene su propia lucha, y eso no está mal, porque cada uno sabe muy bien lo que necesita. Quizá, a la población LGBT+ le hace falta unidad; cada año siempre es la misma batalla, se pelean hasta con las cacerolas en la organización de la marcha del Pride, hay peleas hasta un minuto antes de que empiece el evento. Lamentablemente seguimos repitiendo algunos temas y errores que se vienen arrastrando desde la década de los 70, pero hay que seguir incidiendo a nivel ciudadano y de políticas públicas.

 

A pesar de todas las barreras que nos faltan por sortear, me da alegría ver que cada vez más las mujeres nos atrevemos a expresarnos libremente en la calle. Las marchas feministas, que han sido tan nutridas y que han desbordado las plazas, gran parte de esa población también son chicas lesbianas. Es muy positiva la representación LGBT+ en los Congresos. La mayor parte de los cambios en el mundo han sido gracias a los movimientos sociales, no dejemos que eso cambie.

 

Actualmente participo en Musas de Metal, un grupo de mujeres gays que trabaja por los derechos humanos y defendemos el respeto de las identidades. Tengo 54 años. Me siento muy libre. No me escondo. No vivo con miedo. En mi familia lo saben abiertamente. A trabajar.

 

 

 

FOTO: Judith Flores ha sido activista desde 1997. Crédito de imagen: Germán Espinosa /El Universal

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