Novela de anécdotas
POR IRAD NIETO
El Dios de Darwin, última novela de Sabina Berman (México, 1955), vuelve a colocar en el centro de una trama a Karen Nieto, protagonista de La mujer que buceó dentro del corazón del mundo (2011). Autista y genial, solitaria, nerviosa, zoóloga convertida en bióloga marina, adoradora de los atunes que ahora protege y estudia, reacia al contacto con los seres humanos, Karen afirma vivir en el mundo de las cosas, fuera de las palabras, en un lugar que se llama realidad. Es aquí donde comienza la historia narrada por ella misma.
Sumergida en un punto del Atlántico, Karen bucea para encontrar y fotografiar unos puntos luminosos en círculo que llamará luciérnagas marinas y que propondrá para su incorporación en la Enciclopedia de la Vida, del doctor Edward O. Willis. Apenas sube a su barco, Karen enciende su computadora y recibe, de golpe, 15 mensajes con el título de “¡Urgente!” que se habían acumulado. En los correos se le informa de la desaparición de su amigo y compañero de la universidad, Antonio Márquez (Tonio), en una ciudad del Medio Oriente, adonde fue a trabajar para la Oficina de Derechos Humanos de la ONU. La Interpol sólo tiene dos indicios: un video en el que Tonio aparece rodeado de hombres con túnicas y pañuelos en la cabeza y un correo electrónico dirigido a Karen cuyo contenido es una fórmula, una clave o una ficha de catálogo que los detectives no logran descifrar, pero presumen se refiere a un texto de Darwin. Como destinataria del último correo enviado por Tonio, la Interpol solicita su colaboración.
Luego de descifrar la clave de su amigo, Karen viaja a Londres para visitar la abadía de Westminster, donde está la tumba de Darwin e indagar en los archivos del monasterio. Al descubrir la existencia de un documento póstumo de Darwin, su Autobiografía teológica, en la que el Gran Ateo narra su relación con su dios —la cual fue sustraída de los archivos—, Karen se ve envuelta en una intriga internacional religiosa, política y científica, en la que intervienen el Vaticano, musulmanes, judíos y ateos. Del contenido y la autenticidad del texto dependerá si la ciencia y la religión contraen nuevas nupcias o permanecen como mundos separados. La autobiografía, pues, deviene crucial para resolver la controversia ideológica que ha dividido a la humanidad entre creyentes y ateos.
Ya se ha escrito, a propósito de La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, que personajes como Karen Nieto y Christopher John Francis Boone —el joven con síndrome de Asperger protagonista de la novela El curioso incidente del perro a medianoche (2003), de Mark Haddon— ofrecen una mirada peculiar, descarnada, seca y contundente. Su incapacidad para la comunicación ordinaria que hemos desarrollado los humanos “normales”, atestada de códigos, gestos, etiquetas, figuraciones, tonos, chistes, metáforas y malos entendidos, les otorga una perspectiva distinta, ensimismada, más cercana a los hechos concretos que a la mera palabrería. Así, tanto en la vida cotidiana como en la literaria, ese tipo de personajes siempre representarán un cuestionamiento directo a nuestra soberbia racionalista, mediada por el discurso, y a ese sentimiento de seguridad que nos hace creer que el mundo está a nuestros pies: pienso, luego existo y existe el mundo.
En las primeras páginas de El Dios de Darwin Karen Nieto nos advierte:
“A mí las palabras me cierran la garganta del miedo. Esos trozos de sonido que forman en la retina imágenes que eclipsan la Realidad durante un microsegundo. / […] Las oraciones que forman las sucesiones de palabras ya me causan espanto porque tapan la Realidad durante segundos completos. / Y los relatos, formados por un flujo de oraciones, suelen llevarme al borde del pánico”.
Sin embargo, a pesar del pánico, el nerviosismo, el mareo y el cierre de garganta que le producen las palabras, según su advertencia, esta autista de alto funcionamiento decide, luego de recibir el mensaje urgente, hundirse por voluntad propia en la burbuja ruidosa del lenguaje, viajar a Berkeley, Londres y Sevilla, así como narrar al menos tres historias que la trama se encargará de vincular en cientos de páginas. ¿Por qué perderse en ese repentino mar de palabras y de relatos que tanto la agobian? ¿Por un afán de ayudar a encontrar a su amigo o por descubrir un secreto que incremente el conocimiento acerca de Darwin? Karen teme a las palabras porque eclipsan la realidad, pero como narradora es prisionera de aquéllas y, salvo cuando lo hace explícito, no parece demasiado incómoda. Con manías y repeticiones, se desenvuelve inverosímilmente muy bien en la burbuja del lenguaje, lo cual le resta consistencia, extrañeza y congruencia. Ella decide cuándo entrar y cuándo salir de las palabras: “Carajo, pensé. De nuevo hundirse en la burbuja del lenguaje. / […] Y así, con los ojos de la pantalla del celular fui deslizándome palabra por palabra fuera de Londres y de mi siglo para entrar en el relato de un mar soleado”.
Un “carajo” no basta. Habría sido más plausible que el personaje transmitiera al lector esa angustia, ese pánico por los códigos del lenguaje humano, que no vi por ningún lado, más allá de expresar molestia por los “primates hablantes” y por el infinito blablablá de las ciudades. La chica que “no da manos” cuando saluda le pide de repente a otro de los protagonistas, Franco (asistente y amante de Antonio Márquez), quien no es su amigo, que le dé las manos. Entrelazan sus dedos y, minutos más tarde, cuerpo contra cuerpo, ella lo rodea con sus piernas. Si Karen con su Asperger me parece un personaje poco convincente para esta historia que demanda entender ciertas normas de conducta y de lenguaje político y religioso, personajes como Antonio Márquez, cuya desaparición queda en el olvido, o Franco, un español que se convierte de la noche a la mañana, sin mayores explicaciones ni antecedentes, en un musulmán ortodoxo, o Sibelius, un enviado del Vaticano, parecen meras anécdotas para hacer avanzar una trama a la Código Da Vinci que, en ciertos momentos —como los de la estancia de Tonio y Franco en Medio Oriente y su posterior secuestro— se torna forzada, absurda, caricaturizada y llena de lugares comunes.
El personaje más interesante es el propio Darwin de la autobiografía teológica, él sí atravesado por conflictos que lo vuelven más humano, inseguro, titubeante, arrepentido y crítico con los equívocos que pudo haber creado su teoría de la evolución. Un hombre atravesado y deslumbrado por la naturaleza y la creación de dios, por la ciencia y los misterios que escapan a ella: “Yo negué que dios lo hubiera hecho todo en la Naturaleza, cada flor, cada animal, cada estrella, como un relojero meticuloso. Escribí en cambio que la Naturaleza misma había ido evolucionando a partir de sí misma, pero no negué a dios, una inteligencia suprema vigilante del proceso”.
Pienso que aquí estaba la verdadera historia de El Dios de Darwin, acaso con cien o 200 páginas menos. Valiéndose de la Autobiografía, El origen de las especies y El origen del hombre, todos de Darwin, Berman traza bien el tormento y las dudas de su personaje; consigue trasladarnos a los debates y preguntas de la época. Sin embargo, El Dios de Darwin, estructurada en capítulos muy breves y ligeros para la tranquilidad de los lectores que siempre tienen prisa, escritos con una prosa sencilla y veloz, menos profunda que la desplegada en su obra anterior, naufraga en sus intentos de ser un thriller y desemboca en una literatura anecdótica.
Sabina Berman, El Dios de Darwin, Destino, México, 2014.
* Fotografía: Este thriller se basa en la Autobiografía teológica y otros textos de Darwin / Especial
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