Nuestra labor es criticar, no adular: por la libertad académica en el CIDE

Abr 9 • destacamos, principales, Reflexiones • 4634 Views • No hay comentarios en Nuestra labor es criticar, no adular: por la libertad académica en el CIDE

 

La imposición de autoridades, la asfixia presupuestal y la amenaza a la libertad académica ha generado una crisis al interior del CIDE. Este testimonio es también un llamado urgente por la autonomía

 

POR LORENA RUANO
En los últimos meses, en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) se ha suscitado un conflicto entre su comunidad y la directora general de Conacyt, quien decidió imponer de manera ilegítima e ilegal a las autoridades actuales. Pero éste no es el único problema que enfrentamos: hay también una grave situación de asfixia presupuestal que pone en riesgo la continuidad de las actividades sustantivas del CIDE y, hace unas semanas, hasta de la salud de su comunidad.

 

El CIDE es una institución de excelencia, uno de los centros de investigación en ciencias sociales más prestigiosos, no sólo de México, sino de América Latina. Es también uno de los Centro Públicos de Investigación adscritos al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) más grandes, en cuanto a personal, programas docentes y, antes, recursos propios.

 

En lo personal, es la institución que me permitió desarrollar mi carrera académica y docente desde hace más de 20 años, con estándares de calidad internacionales. El CIDE nos ha dado oportunidades a muchos, y eso es lo que ahora está en peligro. Cuando terminé mis estudios de licenciatura, el CIDE me contrató en un programa de formación de profesores que me apoyó para hacer mis solicitudes de posgrado. Gracias a eso, me fui a la Universidad de Oxford donde estudié y trabajé seis años. Sin esa ayuda, no sé si lo hubiera logrado. Al terminar mi doctorado, las oportunidades laborales se me abrían en Europa, pero el CIDE abrió una plaza a concurso, y era una opción tan atractiva, que decidí tomarla porque podría tener mayor incidencia y trabajar por mi país, además de volver cerca de mi familia. Tristemente, hoy el CIDE está perdiendo ese atractivo para los jóvenes investigadores. Yo, hoy, no volvería, me quedaría fuera, por dos razones: económicamente, la asfixia presupuestal y la austeridad han hecho que la remuneración ya no sea competitiva; pero más grave aún, están en peligro la libertad académica y de expresión.

 

El CIDE no es autónomo, pero a lo largo de las últimas dos décadas fuimos construyendo una reglamentación interna robusta, para asegurarnos de que las decisiones se tomaran por cuerpos colegiados y con criterios académicos. Eso le daba seriedad y solidez institucional, misma que nos permitió alcanzar esos altos estándares internacionales de calidad que tanto nos enorgullecen y que les abren las puertas a nuestros estudiantes. Hoy hay egresados nuestros en todas partes, incluyendo el gabinete presidencial actual. Esas reglas son las que garantizan también nuestra libertad académica y de expresión, pero hoy están en entredicho. Por eso necesitamos autonomía ya.

 

¿Por qué el nombramiento del director es ilegítimo? Después de que Conacyt orilló a nuestro antiguo director a renunciar, no nos hizo gracia que nombrara a alguien externo como director interino: el señor José Antonio Romero Tellaeche. Sin embargo, lo aceptamos porque estaba entre las atribuciones de Conacyt, y le dimos el beneficio de la duda, pensando que como era profesor de El Colegio de México, un académico como nosotros, quizá funcionaría y hasta podría mejorar la relación con Conacyt. Pero, en menos de tres meses, lejos de resolver los graves problemas financieros que enfrenta el CIDE —a los que me referiré más adelante—, Romero dilapidó la poca legitimidad que tenía. Primero, destituyó a dos colegas de puestos directivos, atentando contra la libertad de expresión, en el primer caso, y torpedeando a los cuerpos colegiados que deciden sobre la permanencia de los investigadores en el centro, en el segundo caso. Quería echar a algunos colegas por razones no académicas. Ya como candidato a director, presentó un programa de trabajo que era un insulto a la comunidad: despreciaba a los estudiantes y egresados, calificándolos de “esponjas” y acusándolos de ser incapaces de atender los problemas del país. A nosotros los investigadores nos acusó de “prostitución académica”. Más grave aún: mostró ignorancia por la institución, prejuicio, desinterés y franca incapacidad, además de un talante autoritario inaceptable. ¿Qué clase de persona hay que ser para aferrarse a un puesto a pesar de que la comunidad entera se ha manifestado en contra en más de cinco ocasiones en las calles de la Ciudad de México? Ciertamente no es una persona de talante democrático que garantice la libertad académica.

 

¿Por qué digo que su nombramiento fue ilegal? Porque, en la auscultación interna que hace Conacyt durante el proceso de designación del director, fue reprobado por la comunidad académica y de trabajadores, frente al otro candidato, un morenista, Vidal Llerenas. Aun así, un Comité Externo, enteramente nombrado por Conacyt, plagado de conflictos de interés, decidió nombrarlo, a pesar de que, al momento de sesionar, escuchaban los gritos de estudiantes, profesores y trabajadores, que nos manifestábamos afuera de las oficinas de Conacyt con la consigna: “un dictador no será mi director”. Pero más grave aún, cuando llegó el turno de que el Consejo Directivo del CIDE, compuesto por distintas dependencias del Estado mexicano, ratificara su nombramiento, la directora de Conacyt no los dejó votar, en violación al reglamento y a la costumbre de nombramientos anteriores. Protestaron los representantes del Instituto Nacional Electoral (INE) y de la Secretaría de Energía (SENER). Se levantó la sesión ante el desconcierto de los asistentes. El resultado: a la fecha, no existe el nombramiento formal por escrito. Las acciones de ese director, hoy por hoy, legalmente, no están respaldadas.

 

Después, Conacyt, empeñado en tratarnos como colonia, impuso a otro externo, ahora como Secretario Académico, Jordy Micheli. Como eso no estaba permitido por el Estatuto General del CIDE, que exigía que fuera alguien que llevara al menos tres años en la institución, Conacyt convocó a la Asamblea de Socios y reformó el Estatuto, ¡violándolo!, pues dicha reforma no fue presentada ante el Consejo Académico (máximo órgano colegiado interno) como señala su artículo 48. El Colegio de México, que votó en contra junto con Secretaría de Energía (SE), publicó un comunicado en el que externó su preocupación y propuso un diálogo que nunca se dio.

 

¿Por qué digo que vivimos en la asfixia presupuestal? Además de la austeridad republicana y la ley de remuneraciones que, desde finales de 2018, eliminaron de un plumazo nuestros derechos laborales —por eso se fundó el sindicato—, la desaparición de los fideicomisos de ciencia y tecnología tiene ahorcado al CIDE. El CIDE tenía un fideicomiso, el más importante de todos los CPI, con más de 300 millones de pesos, dinero que los investigadores fuimos nutriendo con proyectos de financiamiento externo a lo largo de 20 años. Ese dinero se usaba para investigación, becas, infraestructura, colaboración internacional y, con lo que quedaba de overhead, se pagan estímulos a la productividad a los trabajadores académicos, de desempeño docente y de publicaciones. Esos recursos, que eran de terceros o propios, volvieron al CIDE a una cuenta en donde permanecen congelados desde hace un año, porque Conacyt no ha querido aprobar las reglas de operación. El señor José Antonio Romero Tellaeche ha sido incapaz, en ocho meses que lleva en el puesto, de resolver eso. Sin esas reglas no podemos usar los recursos. Sin ellos, el CIDE no es viable financieramente. Además, la directora de Conacyt anunció que no se cobrarán colegiaturas (a pesar de que casi todos los estudiantes estaban becados parcialmente), pero sin otorgar recursos para cubrir ese hoyo presupuestal, ni tampoco dar una orden por escrito.

 

¿Cuáles son las consecuencias hasta ahora? Primero lo positivo: se generó un ambiente de unidad y solidaridad entre la comunidad como nunca antes existió, entre estudiantes, investigadores y trabajadores. Por lo demás… están detenidos casi todos los programas de educación continua (diplomados y cursos cortos), así como los proyectos con financiamiento externo en los que los trabajadores llevamos un año sin cobrar a pesar de haber hecho el trabajo; los estímulos por publicaciones se deben desde octubre de 2021, y no hay recursos para pagar los de docencia más allá del semestre en curso; ni siquiera sabemos si llegará completa la quincena y a tiempo. La semana pasada, más de 110 personas resultaron intoxicadas en el comedor por e.coli ante la falta de recursos para controlar la calidad de los alimentos. La biblioteca no puede actualizarse, y hemos perdido acceso a numerosas bases de datos.

 

Y lo más grave: la gente se está yendo. De diciembre a la fecha, contabilicé más de 20 integrantes de la comunidad que se han ido, jubilado, pedido licencia o sabático, buscando refugio en otras instituciones mexicanas o del extranjero. Sé de muchos más que lo harán en los próximos meses. El talento de calidad internacional es muy móvil. Como sabemos, en la ciencia y la educación superior, lo más importante es el capital humano. Lo estamos perdiendo a un ritmo acelerado. Los postulantes a los programas docentes son muchos menos este año… Cuando los hijos de mis amigos me preguntan en corto si deben intentar estudiar en el CIDE no sé qué contestarles. Sé a qué CIDE ingresarían, pero no de cuál egresarán, ni qué valor va a tener su título, con la marca CIDE, en cuatro años.

 

El ambiente es de tensión y de tristeza ante derechos laborales y libertades que se violan sin empacho; demandas estudiantiles de participación no atendidas. Personas extrañas aparecen, contratadas sin haber hecho concurso de ingreso, que nos espían e intimidan. Hay incertidumbre por no saber cómo serán evaluados los colegas, ni por quién, ni con qué criterios. Y todo esto, después de habernos esforzado al máximo por mantener nuestras clases y nuestras investigaciones en medio de una pandemia mundial, rodeados de muerte, recortes y temor.

 

En lo personal, siento un dolor profundo, desconcierto y enojo ante la destrucción sin sentido de una institución a la que le invertí 20 años de mi vida profesional, donde participé en la redacción de reglamentos, estatutos, criterios, curricula docente. Y todo esto, ¿por qué? Porque quieren y porque pueden. Porque tienen el poder. Porque tenemos otros datos y nuestra labor es criticar, no adular. Porque consideramos que nuestra labor es educar, con los mejores estándares y los más recientes conocimientos, no adoctrinar. Y la propuesta de Ley de Humanidades, Ciencia, Tecnología e Innovación que están presentando también la van a pasar así: porque quieren y porque pueden.

 

Esta es una adaptación de la conferencia impartida por la investigadora en el foro Ciencia y educación superior en México: momento crítico, que se llevó a cabo en la Cámara de Senadores el 28 de marzo del presente año.

 

FOTO: Protestas de la comunidad estudiantil del CIDE en contra de las autoridades impuestas ilegalmente por la dirección del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)/ Archivo EL UNIVERSAL

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