Octavio Paz: el anacronismo de la vanguardia
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A veinte años de la muerte del Nobel mexicano, estos ensayos discuten la vigencia de la obra paciana, creadora de un método y categorías universales sobre estética, historia y modernidad
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POR HUMBERTO BECK
Los signos vitales: anacronismo y vigencia de Octavio Paz, de Armando González Torres, es una sugerente colección de ensayos que explora las diferentes dimensiones y los variados mecanismos y modos de supervivencia de una obra literaria. Las reflexiones de González Torres a este respecto son valiosas, por supuesto, en relación a Octavio Paz, el autor que es el tema de su estudio, pero también son significativas más allá de este caso emblemático, porque aportan elementos para pensar la posteridad cultural y literaria en general, y, en especial, dentro de las condiciones de la modernidad estética.
De manera oblicua, los ensayos de este libro exploran el hecho de que el porvenir literario en las circunstancias modernas —dadas las particulares coordenadas temporales de la modernidad, en oposición a las del tiempo de la antigüedad o del tiempo de la tradición— está sometida a importantes complejidades e incluso a ciertas contradicciones. El caso de Paz resulta particularmente significativo para pensar estas contradicciones, debido tanto al contenido de su obra —en la que la modernidad ocupa un lugar central— como a la naturaleza de su figura pública como escritor.
Octavio Paz fue considerado, como afirma González Torres, un clásico en vida. Pero ¿qué sucede con un clásico de este tipo a 20 años de su muerte? Si, como sugiere el título de la obra, este clásico tiene “signos vitales”, esto quiere decir que está vivo, pero su vitalidad se manifiesta de maneras diversas y a veces divergentes entre sí: este clásico está vivo mediante su vigencia, su continua relevancia para el presente, pero también, y esta es la dimensión de complejidad que suele acompañar a la modernidad estética, también está vivo mediante su anacronismo, es decir, su disparidad respecto a las inquietudes de nuestros tiempos.
Una de las principales contribuciones de Los signos vitales a esta discusión es su enfoque en el corpus de obras pacianas sobre poética y poética comparada, un corpus que comienza en El arco y la lira, pasa por Los signos en rotación y Los hijos del limo, y concluye en La otra voz. Como señala el autor, fue a través de estas obras que Paz se integró al canon de la reflexión sobre la modernidad estética, inaugurado por Baudelaire a mediados del siglo XIX. En obras como Los hijos del limo, Paz continúa a Baudelaire en sus reflexiones sobre el significado de la modernidad y acerca de las relaciones entre el tiempo de la estética y el tiempo de la historia.
Pero mediante estas obras, Paz también va más allá. Al ser precisamente un autor hispanoamericano el autor de estas reflexiones, un autor que está pensando desde su condición de poeta mexicano y poeta en español, Paz contribuyó a la “ampliación del espacio literario mundial”. González Torres identifica la principal herramienta de Paz para la ampliación de este espacio en la creación de un “aparato crítico… para ordenar y proyectar universalmente la poesía hispanoamericana”.
Es necesario no olvidar que Paz fue uno de los escasísimos autores de la prosa de ideas en español que lograron ser aceptados plenamente como contemporáneos de las culturas en otras lenguas. Además de Ortega y Gasset y, ocasionalmente, Unamuno, sólo a Paz se le suele encontrar citado por pensadores de otros idiomas, no sólo como experto de su particularidad, es decir, como experto de “lo mexicano”, sino como pensador de categorías universales, como las relaciones entre la poesía y el tiempo histórico o la naturaleza antropológica de la modernidad. En este sentido, el trabajo de Paz se inserta no sólo en la genealogía de Baudelaire, sino en una genealogía hispanoamericana iniciada en México por autores como Jorge Cuesta y sus estudios sobre el “clasicismo mexicano” o Alfonso Reyes y sus llamados a expandir la “inteligencia americana”. Perteneciente a esta doble genealogía a la vez mexicana y cosmopolita, con la obra crítica de Paz, como afirma González Torres, “la metrópolis fue expandida por la periferia”.
Esta observación arroja una luz valiosa sobre el método crítico de Paz, que actúa, me parece, de manera analógica, es decir: que está estructurado por dos analogías, ambas relacionadas con una circunstancia de marginalidad que debe ser trascendida: por un lado, la marginalidad de la poesía respecto a las inquietudes de su siglo, el siglo XX, y, por otro lado, la marginalidad de la cultura mexicana e hispanoamericana con respecto a la cultura europea.
Desde muy pronto en su carrera literaria, Paz se dio cuenta de la naturaleza secundario o accesoria del acto poético en la modernidad, así como de la verdad de su condición de escritor mexicano, es decir, de no convidado o llegado con retraso al banquete de la civilización. Así, una buena parte de la obra ensayística de Paz representa un intento por responder a dos preguntas que son en realidad la misma, vinculadas ambas con esta condición de soslayo o excentricidad: ¿Cómo situar a la poesía mexicana y, más en general, a la poesía en lengua española en el universo de la poesía moderna y a la cultura mexicana en el mundo? Es con respecto a esta doble situación de estar en los márgenes que resurgen, precisamente, las dos categorías a partir de las cuales Los signos vitales nos proponen leer el presente y el porvenir de la obra de Paz: su vigencia y su anacronismo.
Las aristas del tema son muchas, pero una de ellas resulta particularmente sugerente: la relación de Paz con el surrealismo, un vínculo marcado por un tremendo anacronismo. Paz llegó tarde, bastante tarde, a la poética surrealista, que era, ya de por sí, una vanguardia tardía, surgida más bien en el ocaso de las vanguardias históricas. Cuando Paz se encontró con el surrealismo, este era ya en buena parte un movimiento perteneciente a la historia de la literatura. Paz, sin embargo, escogió al surrealismo como la poética tutelar de sus años maduros, usándola como uno de los principales influjos detrás de sus poemas mayores, notablemente Piedra de sol. González Torres aporta importantes apuntes para responder a una pregunta esencial: ¿es el surrealismo de Paz una mera antigualla o, en realidad, un anacronismo productivo y creador?
Este punto se vincula con otro hallazgo: el establecimiento de un inesperado, pero revelador paralelismo entre Paz y un autor que en muchos sentidos fue su némesis: el novelista chileno Roberto Bolaño. Como es sabido, Paz fue probablemente el principal objetivo de las diatribas de los infrarrealistas, el movimiento de vanguardia creado por Bolaño y el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro, recreadas en la novela de Bolaño Los detectives salvajes. Más allá de las diatribas, González Torres imagina los posibles temas en una conversación imaginaria entre estas dos figuras de la literatura hispanoamericana, asuntos como “la literatura como divisa vital”, la “común vena polémica” de ambos espíritus, o la “importancia del exilio” para ampliar la relación con la propia herencia.
A la luz del vínculo de Paz con el surrealismo, creo que se puede sugerir un tema adicional de conversación: tanto el caso de Paz como el de Bolaño son ejemplos de relaciones extemporáneas, pero provechosas, con las vanguardias históricas. Paz y Bolaño representan así, cada uno, una cierta versión del anacronismo de la vanguardia. Por un lado, el infrarrealismo de chileno, que asume la vanguardia como un performance, una suerte de escenificación y lamentación ritual del agotamiento del espíritu de la ruptura, en una postura estética que lo acerca a ciertas corrientes del arte contemporáneo. Por otro, el surrealismo del mexicano, que recupera una poética pasada para convertirla en elemento de su práctica literaria, en un intento de convertir al surrealismo en una suerte de clasicismo moderno o una modernidad clásica.
A veinte años de la muerte del poeta, y más de medio siglo de la escritura de los poemas, ¿cómo considerar entonces la poética surrealista de Paz, ese curioso acto de extemporaneidad? ¿Como un mero desfase histórico? ¿O como una contribución a la transformación del surrealismo en una categoría estética atemporal, al lado de “lo bello”, “lo trágico” o “lo sublime”? A esta pregunta habría que agregar: si Paz representó un eslabón en el proyecto enunciado por Reyes y Cuesta sobre la construcción del lugar de la cultura mexicana en lo universal, ¿cuál es el paso siguiente en ese proyecto?
Lo que distingue a los clásicos, decía Borges, es que crean su propio tiempo. ¿Creó la obra de Paz su propio tiempo? ¿Existe ya acaso algo parecido a una temporalidad paciana en la cultura hispánica o mexicana? Para responder a estas y otras preguntas, Los signos vitales resulta un libro indispensable.
FOTO: Armando González Torres, Los signos vitales: anacronismo y vigencia de Octavio Paz, Libros Magenta, 2018, 144 pp.
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