Paseo de verdades con Rogelio Naranjo
POR EFRAÍN HUERTA
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De alguna parte de su Michoacán, Rogelio Naranjo vino a la Academia de San Carlos, a convertirse, de ser posible, en un pintor de la más cotizada categoría. Con el tiempo y varios ganchitos, se convirtió —fue posible— en el caricaturista más notable de esta época y en el más cotizado.
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De alguna parte del centro del país, yo vine a la capital dispuesto a entrar en San Carlos y estudiar todo lo necesario para hacerme un caricaturista al gran estilo del Chamaco Miguel Covarrubias. Alguna vez estuve a punto de llegarme hasta las oficinas donde Cabral y Manuel Horta hacían la revista Fantoche. No lo hice. Tampoco entré en San Carlos, pero sí he llegado a ser un mediano poeta y un regular periodista.
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No hace mucho, pensando en la rabieta que haría mi querido Carlos Monsiváis cuando lo supiera, le obsequié a Naranjo una colección de Fantoche (va a cumplir medio siglo de nacida y desaparecida en su número 99), que Cabral me había regalado en 1949. Encuadernada como es debido, esa revista será una joya.
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Con el tiempo, los libros con caricaturas de Naranjo serán también unas joyas invaluables, como lo son, por ejemplo, los grabados de Posada, de Díaz de León, de Gabriel Fernández Ledesma, muchas caricaturas de Andrés Audiffred, los óleos de Carlos Sánchez; recortes con los cabezudos retratos de Levine, los dibujos a lápiz de Marcos Huerta (cada dibujo le costaba media dioptría, si así puede decirse en física y en óptica) y, para no alargar la lista, estos dos dibujos a lápiz (18 x 14 cros.) que Pepe Revueltas hizo en 1944 y que tuvo a bien poner en mis pecadoras manos. (Sobre estos dos dibujos, nadie me quiere creer que existen. Mejor. Alguien se lo pierde).
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Una noche, me hizo gracia lo que me contó la ex esposa de un artista mexicano también prodigioso en la línea. En una exposición de Naranjo, y a escondidas de su entonces esposo, adquirió el doble retrato de García Márquez. Sus hijos se pusieron celosos, pero con el tiempo han comprendido que ella tenía razón. A ella le pareció maravilloso el plan de editar un montón de poemínimos, ilustrados por Rogelio. Ah, y ya en la intimidad, quiero contar que mucho antes de vernos frente a frente, Naranjo me dibujó de perfil y con el nobilísimo cuerpo de cocodrilo en busca de un estero poético. La noche en que nos vimos por primera vez, me trajo el original donde tira al pavimento a Carlos IV y me pone en su lugar, dignificando así, a nuestra manera, la dignidad de ese Caballito al que, como dijo Novo hace mucho, no lo dejan pasar los tranvías ni los camiones. Sobre El Caballito de Carlos IV, el poeta suicida norteamericano Hart Crane escribió unos versos de mucha malicia mexicana. Bueno.
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Esta es una abrumadora miscelánea —palabra que me apasiona— de todo cuanto ha hecho Rogelio Naranjo en su diario quehacer para diarios, suplementos literarios, ilustraciones, portadas, humor erótico de sana raíz, humor blanco, humor político, humor como el que nos dio en su libro Alarmas y Distracciones, pero en mayor cantidad y con una mira especial: un gran tiraje y precio al alcance de todos. Es lo que se espera. (Explico: miscelánea me apasiona, porque todos mis libros tienen, como dijo un crítico tamalero, de chile, de dulce y de manteca).
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Naranjo no es corrosivo a la manera de los que ansían que cada uno de sus cartones sea un editorial gráfico. Es directamente aplastante, como cuando satiriza a los gorilas centro y sudamericanos. Yo no conocí el retrato de “Cabo”, pero creo que donde está la ceiba sagrada con la hermosa cabeza de Pellicer, el mundo se detiene. Se detienen los ríos de poesía y la caricatura se agiganta.
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Avisado, sagaz, agujereante, Rogelio Naranjo es el infatigable crítico de una época. Este es un lugar común: crítico de una época. Pero en este caso, las palabras cobran una singular magnitud, una magia indefinible.
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Todo se sintetiza en una palabra con mayusculota: Arte.
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Prólogo de Efraín Huerta al libro Me vale madre, México, Ediciones de Cultura Popular, 1978.
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FOTO: El poeta Efraín Huerta y Rogelio Naranjo estuvieron unidos por una gran amistad. Huerta prologó un libro del cartonista, mientras que éste dedicó un cartón a “El Gran Cocodrilo”.
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