Patria portátil

Jun 13 • Escenarios, Miradas • 4405 Views • No hay comentarios en Patria portátil

 

POR VERÓNICA BUJEIRO

 

Más que un sentido geográfico, para los mexicanos la patria es un estado de pertenencia. Y aunque siempre hay una dificultad intrínseca que nos impide ser específicos, pues somos más bien identidades forjadas a través del caos, quizá sea eso que llevamos en la boca, tanto en la lengua que percibe la expresión como un juego constante que pervierte los significados, así como en el gusto por acometer ese acto masoquista y placentero de comer chile, lo que realmente nos separe del resto. Ser mexicano es algo que se lleva en la lengua, más que en la gastada metáfora del corazón es la premisa en la que indaga el espectáculo escénico Desvenar del dramaturgo y director Richard Viqueira, en donde a través de la fabulación de usos y costumbres pasadas y presentes que giran alrededor del chile se intentan desentrañar los vericuetos de esa entelequia física y mental llamada México.

 

 

Richard Viqueira, un creador definido como el “kamikaze del teatro” quien tiene ya en su haber una trayectoria en la que el riesgo físico, la espectacularidad y un punto de vista original y subversivo han forjado un sello de estética personal, nos presenta esta pieza bajo la definición de un “mole escénico” como un platillo teatral en el que el espectador se enfrentará a una mezcla de ingredientes en donde se hace una apología al chile desde su origen vegetal, pasando por su uso culinario hasta topar con la repercusión cultural e histórica que funda un espacio simbólico que nos reúne e identifica.

 

 

La escena nos da la bienvenida con tres actores nos dan la espalda. En ellos podemos distinguir ciertas características del estereotipo que han creado a nuestra imagen y semejanza propios y extraños como es el pachuco o la Adelita, pero lo que dicen no nos conecta con una escena convencional. El tercero quien se delata no por lo visual, sino por la manera en la que expresa esa cruza conocida entre el inglés y el español, un dialecto aunado a nuestra riqueza lingüística, nos sitúa en un territorio en el que más que encontrar personajes somos enfrentados a voces que por el ritmo en el que se exponen suponemos que están poseídas por una lengua enchilada.

 

 

La dramaturgia está construida con un enfoque en lo sonoro y en la capacidad evocativa del teatro que toma al actor como un catalizador de la palabra y se estructura a partir de una serie de capítulos que nos van ubicando en diversos aspectos en los que el chile está involucrado.

 

 

El autor y director toma a dos personajes desterrados como el eje de su discurso dramático, para anotar un interesante punto sobre la identidad construida a la distancia, que centrados en el género masculino (el pachuco y el cholo, interpretados por Ángel Luna y el mismo Viqueira) se contraponen a lo femenino como una raíz inamovible, la Adelita (Valentina Garibay), fuerza sutil y violenta tan capaz de dar vida como muerte. La estética visual que elige el director se centra en los colores y la tipologías del lugar común como una zona en donde nuestra identidad queda plasmada en una reducción que nos hace asibles a los ojos extranjeros y con la que Viqueira juega a modo de parodia, pero también como reflejo de esa inexactitud que nos habita.

 

 

La corporalidad de los actores, especialmente la de Luna y Garibay, se presenta desde el arrojo, esa posición de orgullo y envalentonamiento que nos ocupa en ocasión de mentar patria y se condimenta con el carisma y buen desempeño vocal y musical de ambos. La actuación de Viqueira establece más que un contrapunto un elemento en permanente desequilibrio, tal como el cholo que interpreta, que sumado al conjunto funciona favorablemente en momentos y en otros desubica sin llegar a ser del todo un desatino, puesto que en todo mole hay condimentos inesperados que agregan carácter e indigestión a la mezcla.

 

 

La obra apela a ese horror vacui que nos caracteriza culturalmente hasta en lo sonoro saturándonos de ruidos, canciones, dichos, mitos, albures e información, pero bajo esa aparente anarquía subyace un entramado que curiosamente nos lleva por la misma curva dramática de sensaciones que experimentamos al estar enchilados. La obra arranca aguda, ocurrente y gustosa, recorriendo el placer, la fiesta, el orgullo y sus lindes para eventualmente descender en ese algo inherente al chile que es el dolor, una característica compartida y fiel a nuestra historia como nación.

 

 

El chile duele, igual que ser mexicano”, nos dice la obra y para demostrarlo el director basa la acción de uno de los momentos finales en la verdadera ingestión de un chile por parte de los actores, como un reto que les dificulta el habla y aporta un imprevisto, acaso no detectable por todos los espectadores, dentro de la situación, haciendo réplica y honor al objeto de su temática. Pero Desvenar nunca se corta las venas, ese otro lugar común de lo mexicano, pese a esa corriente interna de dolor. La obra se despliega en un tono lúdico y en ocasiones apela atinadamente a la nostalgia y a esa herida permanente que nos acompaña, abordando la autocrítica a lo mexicano sin establecer una polémica profunda. Su fuerte es sin duda el uso de la lengua hablada, cantada, receptora de sabores, pasiones y maltratos como eje de la acción escénica.

 

 

Al final de la obra desde luego nos queda un sabor de boca, pues el chile está integrado en nuestra cultura y vive entre nosotros a tal grado que rara vez ha sido objeto de una reflexión como la que Desvenar nos presenta. En los sabores y sensaciones que nos produce el chile reconocemos una casa, pero también es un vórtice por el que atraviesa nuestra configuración cultural y hasta sentimental. Llevamos la nostalgia y la identidad en la lengua. El chile es como una patria portátil. Un algo que definitivamente nos corre por las venas.

 

 

 

“Desvenar” escrita y dirigida por Richard Viqueira se presenta todos los martes en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico hasta el 4 de agosto.

 

*FOTO: Obra original de Richard Viqueira, Desvenar transita por la conciencia de la pertenencia a partir de los usos sentimentales de los mexicanos/Especial

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