Paul Schrader y el límite redentor

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Al darse cuenta que ambos tienen un enemigo común, un misterioso jugador de póker profesional con un pasado traumático tomará por aprendiz a un joven que busca vengar la destrucción de su hogar

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En El contador de cartas (The Card Counter, EU, 2021), secreto opus 22 del reivindicado autor total excerebro de Martin Scorsese (Taxi Driver 76) y teórico del cine trascendental de 75 años Paul Schrader (Chantaje mortal 78, Mishima 85, Manos milagrosas 97), el misterioso expresidiario y excustodio carcelario jugador de póker William Tell (Oscar Isaac genial sin mover ni un músculo de su rostro) resulta imbatible gracias a la habilidad para contar cartas que desarrolló desde adolescente problemático cuando solía sentirse felizmente protegido en el confinamiento, pero prefiere mantener un perfil discreto al viajar de ciudad en ciudad (Atlantic City, Delaware, Las Vegas), en moteles, y de casino en casino, sin motivo aparente, ni deseo de enriquecimiento, sino sólo para “pasar el tiempo”, huyendo y escondiéndose de sí mismo y de su traumatizante pasado, diluyéndose entre la picardía pobrediablesca de algún viscoso Slippery Joe (Bobby C. King), retirándose a la mitad de la hazaña, participando en torneos de póker, dejándose abatir a última hora por algún euforizante pelele patriotero disfrazado de bandera patria Mr. USA (Alexander Babara), resistiéndose a la irrefrenable atracción sensual ejercida por la corpulenta afrohembraza financiera de apostadores La Linda (Tiffany Haddish carismática) a quien está destinado a contratar y a querer pese a sí mismo, y asistiendo a una conferencia didáctica del inhumano exalcalde-excruento interrogador carcelario John Gordo (Willem Dafoe repelente), su espantable semejante, su hermano cual verdadera efigie de Dorian Gray, donde nuestro itinerante jugador compulsivo va a toparse con el desquiciado chavo Cirk (Tye Sheridan) ebrio de vengar a su padre mentalmente destruido por el Gordo y causante de la huida materna, por lo que el impredecible William lo arrastrará como aprendiz por media nación, condicionando su cópula con La Linda a la visita del chico a su odiada madre, e incluso pierda su libertad al abrogarse la venganza bárbara contra su extorturador en jefe, cuando el infeliz Cirk haya fracasado tras estrellase sin remedio contra el límite redentor.

 

El límite redentor hace a su manera extrema de thriller intangible un retrato del alma estadounidense actual, su lucha, sus contradicciones internas, su miseria, su pudrición, su grandeza pese a todo, mediante los avatares repetitivos hasta la náusea existencial de ese contador de cartas incomunicado y ajeno a sus propios sentimientos, tan enloquecido por su klossowskiana abstinencia erótica como el incipiente actorcete que abría la caja de Pandora del sexo de Auto-focus (Shrader 02) y tan atormentado por sus crímenes pretéritos como el sacerdote Ethan Hawke de El reverendo (Schrader 17), ese camusiano-dostoievskiano extranjero al mundo que considera el peregrinar por las mesas de juego como una condena y una irrevocable forma del confinamiento acaso excelso, ese héroe propenso a la asunción de la culpa del otro cual extraño en el tren de Patricia Highsmith-Alfred Hitchcock (Pacto siniestro 51), ese testigo a la vez víctima y verdugo de una atroz aclimatación de la tortura introyectada y extrovertida a la vida civil acreditada como normal y regular, común y corrientemente vesánica.
El límite redentor lleva hasta sus últimas consecuencias el estilo trascendental, esa paradigmática y al parecer irrepetible expresión lindante con la perfección y el misticismo perfecta tal como definida teórica y precoz e intuitivamente a los 26 años por el propio Schrader en su libro El estilo trascendental en el cine (Ozu, Bresson, Dreyer), aquella depuración formal y aquella subrepticia-sofrenada intensidad de emociones casi geométrica y de austeridad martirizada, donde lo Trascendental se convertía en una forma de vivir (Ozu), de morir (Bresson) o de residir en ninguna parte (Dreyer), pero alcanzando en los tres casos una máxima tensión entre lo que se veía y lo que se ocultaba, merced a una puesta en escena se reducía a líneas de fuerza jamás desencarnadas, todo lo que ahora consigue en su obra maestra el realizador, conjuntando una sensación de libre voluntad con la íntima tiranía de algo predeterminado o predestinado.

 

El límite redentor acomete entonces una serie de secuencias inolvidables que bordean la supremacía artística, llevando a sus confines las mutaciones del lenguaje cambiante que emplea, a modo de un paseo a lo largo y a lo ancho de la Historia del cine, con fotografía de Alexander Dynan sobria hasta la severidad y edición de Benjamín Rodríguez hijo que mezcla sin piedad abiertísimos planos desolados y narrativos planos agudamente observacionales o descriptivo-pulsionales, potenciando así el absurdo proceso de forrado insonorizador-germenofóbico de los muebles del motel mediante las sábanas transportadas como único equipaje para ese maniático ritual de aislamiento cósmico-mundano, los brutales flashbacks alucinatorio-oníricos de las torturas en Abu-Ghraib en reptante plano secuencias con monstruoso gran angular, la salida de los amantes a una ebullente feria-lluvia de lucecitas cual imágenes excéntricas del más excedido FEKS-Kozinsev para acabar enmarcando y valorando un simple roce de manos, el destrozamiento entre Gordo y Will tras un mínimo laberinto fractal que dura toda la noche en campo vacío e irónica música soul tardía de Robert Levon Been hasta el advenimiento del resplandor solar.

 

Y el límite redentor desemboca finalmente en la reunión de los amantes, o de la gracia divina y el réprobo, o del alma purificada y el maculado espíritu si se quiere, en la secuencia culminante del locutorio confesional tomada del Pickpocket de Bresson (59) y ya glosada en El gigoló americano del mismo Schrader (80), pero en total silencio y dejando que hablen sublime-celestial-malignamente A través de un vidrio oscuro (Bergman 61) las uñas-garras de La marca de la pantera (Schrader 82) y las de pronto delicadísimas yemas de los dedos de un abyecto ser humano demasiado humano.

 

FOTO: Oscar Isaac protagoniza el thriller de venganza El contador de cartas /Crédito de foto: Especial

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