Paz González y la antivictimización migratoria
Al sentirse desplazada por su familia, a la que envía remesas desde Chile, una empleada doméstica decide reinventar su identidad y explorar facetas desconocidas de su deseo
POR JORGE AYALA BLANCO
En Lina de Lima (Chile-Perú-Argentina, 2019), arrasador debut de la autora total feminista chilena temuquense de 38 años María Paz González (documentales medios y largos previos: Antes que todo 05, Hija 12, Propaganda 14), la soñadora y aún atractiva matrona limeña de 35 años Lina (Magaly Solier la internacionalizada superestrella peruana de Madeinusa y La teta asustada) se ha sacrificado durante la última década trabajando como empleada doméstica en Santiago de Chile, distante del esposo que ha debido relevar en el sostenimiento del hogar, enviando con puntualidad sus remesas monetarias a casa, dejando encargada a su vieja madre ignorante (Domitila Castillo) del cuidado de su hijo ahora púber Junior (James González), asistiendo a fiestas con su masajista prima homóloga Alicia (Lucila Cartasegna), concertando citas románticas a través de una aplicación móvil ad hoc y, al fungir como ama de llaves llena de iniciativas, sabiendo lidiar con otros difíciles empleados abusivos y ganándose la plena confianza y el respeto de la opulenta pareja divorciada de doña Betty (Betty Villalta) y don Manuel (Sebastián Brahm), éste a punto de inaugurar una nueva mansión dotada de piscina para supuesto disfrute de su semiabandonada hija preadolescente Clara (Emilia Ossandon), quien sin embargo detesta nadar y mantiene una divertida relación cómplice con esa cálida migrante Lina que hoy en día, como todas las Navidades, se dispone a viajar al empobrecido Perú nunca olvidado, pero de pronto la sencilla extranjera entra en crisis, al descubrir por internet que su exmarido acaba de procrear un bebé con otra mujer y que su hijo egoísta sólo le pide regalos excéntricos pero ya tiene novia, sin comentarle nada a ella, pues ni siquiera la pela, orillando a la solitaria Lina a suspender a última hora su rutinario viaje anual omnicompensatorio y a improvisar el festejo navideño al lado del miembro más excluido de toda su pensión, un cierto afrotrabajador Maurice (Herode Joseph) a quien ha contratado para el repintado de la magna piscina ajena en proceso, sin que el hombre pueda hablar ni entender vocablo alguno en español, aunque pudiendo acceder juntos, por un momento, a una posible, inusitada y providente antivictimización migratoria.
La antivictimización migratoria hurga en la personalidad de una migrante mestiza que, sin saberlo ni temerlo, está en busca de su identidad y de su emancipación mental y emotiva, pero todo ello en función de lo que ya tiene, lo que ha logrado conquistar literalmente a pulso, una vida propia y un ejercicio de su sexualidad, esa empleada doméstica jamás humilde que goza del respeto de sus patrones y de sí misma sin lastre de puritanismo criollo latinoamericano, que se da el lujo de tener una relación maternal burlona con la preadolescente Clara casi subversivas pero mutuamente gratificantes, que asiste a fiestas para brincotear y liga a través de una app como cualquier clasemediera, que satisface sin cortapisas sus deseos inmediatos sin estar emparentada con la chilena madura Gloria (Lelio 12) ni con la desinhibida trans de Una mujer fantástica (Lelio 17) si bien perteneciendo acaso a la misma cepa gozadora de ellas, que usa un juguete infantil cual consolador de emergencia, que recibe visitas nocturnas para sudar a gusto, que tiene fantasías eróticas y gusta de satisfacer las ajenas con alguna postura inhabitual, que se hace masajear paralésbicamente por su prima alter ego (“¿Te doy brasileño?”), que se las ingenia para contratar como pintor de alberca al afrosemental monolingüe de súbito personalizado, que es capaz ¡oh prodigio! de bromear en secreto consigo misma al soltarle de sopetón un “¿Quieres que te la chupe?” botada de risa consciente porque el tipo no comprenderá ni palabra.
La antivictimización migratoria visualiza por añadidura las fantasías musicales de la heroína como si se tratara de la friegapisos Simone Signoret de la brechtiana Ruda jornada para la reina (Allio 73), auténticas visiones subjetivas entre onírico-surrealistas y travieso-satíricas que irrumpen sin aviso posible y donde Lina se ve a sí misma como la superhembra sensual que se ignora pero que es a cabalidad, metamorfoseada con atuendos espectaculares como en Ópera de Tres Centavos, cantando y bailando o lanzándose de clavado dentro de secuencias de comedias musicales hollywoodenses reducidas al absurdo, tan blasfema cuan dulce y enérgicamente convertida en robusta Virgen María rodeada de escolapios angelicales, en Reina aborigen del Imperio Inca, en dama irresistible de vestido refulgente (que conserva en alguna de sus incursiones nocturnas), al ritmo de jazz, salsa o cumbia peruana, emulando coreografías en flor de Busby Berkeley o exclusivas de la hermosa vedette sirena Esther Williams en La hija de Neptuno (Buzzell 49), llegando a crear una suerte de estructura o dimensión narrativo-reveladora en paralelo.
La antivictimización migratoria traza así tan amorosa cuan parcamente el retrato (¿autorretrato?) de una mujer sudamericana en llamas, en pálidas flamas interpretativas-representativas y a fuego lento pero seguro merced a la poderosa fotografía pétrea de Benjamín Echazarreta y a la edición escueta de Ana Remón, una peruana prodigiosa creada y erigida cual rara avis vivaz y fehaciente, rumbo a una resiliencia de crecimiento postrumático emotivo de ave fénix que resurge y se recupera para situarse en un punto superior al que lo precedía (según el esquema de la psicóloga australiana Louis Harms) y definida antes que todo como vehículo de un desafío múltiple, un reto sostenido contra toda complacencia victimológica, anticaritativo al tiempo que hipercaritativo familiar y erótico, antilastimero, anticonmiserativo, irreligioso marginal, siendo profundamente esperanzado y con fe en todo lo creado.
Y la antivictimización migratoria sobrevive en la figura de esa Lina que emerge cierta mañana con una nueva identidad: la única posible en un exilio incólume y digno.
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