Penderecki en México
LUIS PÉREZ SANTOJA
¿Qué significó la nueva visita a México de Krzysztof Penderecki? (pronúnciese penderetzqui) ¿Qué motivó a tantas personas a asistir a sus conciertos?
En 1959, durante el concurso de composición del Otoño de Varsovia, el jurado eligió las tres mejores obras y, al abrir los sobres anónimos, resultó que las tres habían sido enviadas por el mismo desconocido joven de mesiánico nombre. Las obras de Penderecki fueron Strofen, Emanaciones y Salmos de David. Pero, hasta el estreno de las impresionantes Treno por las víctimas de Hiroshima y Pasión según san Lucas, el nombre del autor recorrió el mundo convertido en una figura de la vanguardia musical como no sucedía desde la “consagración” de Stravinsky.
De repente, a fines de los setenta, aquel enriquecedor de la vanguardia fue transformando su estilo, eliminó los asombrosos recursos y efectos y adoptó intervalos y métricas que hacían su música más tradicional y melódica, ante el desconcierto de las vanguardias recientes.
Esta no fue la primera vez que Penderecki ha estado en México. En febrero de 1974, la OSN estrenó en México la Pasión según san Lucas, en un inolvidable concierto dirigido por Jerzy Katlewicz. Al concluir la estremecedora obra, apareció el compositor, quien había supervisado los ensayos. La clamorosa ovación fue casi más emotiva que la obra misma; el público había “enloquecido” como si se tratara de los venerados Mozart o Beethoven. (En 1984, la OFUNAM también hizo la Pasión, en otra memorable versión dirigida por Eduardo Díazmuñoz).
Desde 1998 Penderecki ha venido en varias ocasiones: como director de la Sinfónica de Xalapa (Concierto número 2 para violín) y de la Sinfónica Nacional (Concierto número 2 para violonchelo). Posteriormente, dirigió en la Sala Nezahualcóyotl a “su” orquesta polaca, Sinfonia Varsovia.
Ahora, Penderecki regresó para dirigir a la OFUNAM, en dos conciertos formales de la primera temporada 2014. Con una promoción muy eficaz, el resultado fue ideal: sala llena en ambos conciertos, como si se tratara del repertorio más popular.
Penderecki nos permitió escuchar dos obras suyas relativamente recientes: Chacona para cuerdas, sentida pieza de su Réquiem polaco, de carácter más nostálgico que fúnebre y que remite a ciertas partituras para cine. La Sinfonietta número 2 para flauta y cuerdas es una obra más importante, de mayor complejidad conceptual y con una áspera abstracción y un introspectivo final. El flautista italiano Massimo Mercelli interpretó también una obra que, aunque desconocida, no fue una aportación importante. El Concierto para flauta del músico bohemio F. X. Pokorny es lo que podía esperarse de un contemporáneo de Mozart y Haydn: un encantador ejemplo del rococó en boga, con el oficio creativo pero sin el genio de aquellos. Tal vez el solista importado fue poco justificado, ya que, como en sus anteriores visitas con la OFUNAM, pasó sin pena y sin gloria, ante la indiferencia general. Si el deseo de Penderecki era que se escuchara su versión con flauta de la Sinfonietta, con tiempo nuestros flautistas habrían cumplido mejor el cometido, no digamos la versión con clarinete, con Manuel Hernández de la OFUNAM, un solista del más alto nivel.
Elegir la Séptima sinfonía de Dvořák demuestra la inteligencia de Penderecki, al no buscar el aplauso fácil, ni el ensayo “resuelto” con la orquesta, eligiendo la que para muchos es la mejor sinfonía del autor, pero con la que el primer objetivo debe ser “hacer música”. Y vaya que se lució en grande logrando un expresivo fraseo y musicalidad en una OFUNAM que lo respetó, lo siguió y le respondió con toda su capacidad interpretativa, ratificando que ha alcanzado su más alto nivel de los últimos tiempos. Bajo su granítico marcaje —sin batuta—, la OFUNAM lució una bella homogeneidad entre sus secciones, muestra del compromiso y del intenso trabajo; valga mencionar el logro de la sección de violas, tal vez la parte más difícil en estas obras y el compacto coro de metales, que nunca “gritó” la música para lograr la sonoridad pedida por Penderecki.
Para el primer concierto, se sentía una especial expectativa en el público conformado por músicos, algún funcionario, varios reconocidos intelectuales, un crítico de música (dos, si me consideran el otro) y, sobre todo, por melómanos, tanto los adeptos a las expresiones más avanzadas, como los que por décadas han sabido de la existencia de Penderecki, independientemente del gusto (“era el músico de vanguardia para quienes rechazaban la música nueva”). Por ello, la recepción al magistral músico fue muy calurosa; los aplausos a sus obras, nutridos y la ovación final, a la que se unió la de la OFUNAM, interminable.
En algunos quedó la sensación de escuchar a un gran director, más que a un legendario compositor de un tipo de vanguardia que se fue quedando atrás, en el tiempo y la memoria; esta visita de Penderecki debe hacernos meditar en las escasas ocasiones en que nuestras orquestas tocan su música (OFUNAM misma, desde los tiempo de Ronald Zollman) o la música contemporánea internacional. Si lo complementamos con las limitadas opciones para estar al día en música mediante grabaciones, entenderemos el desinterés y la incomprensión persistentes al escuchar música que trascienda las creaciones atonales ¡de inicios del siglo XX! Sin embargo, es importante asumir el sorprendente triunfo de público que tuvo la presencia con la OFUNAM de este músico icónico y carismático. Que la experiencia se vuelva aprendizaje y decisión.
*Krzysztof Penderecki, compositor y director polaco/ESPECIAL.