Philippe Garrel y el amor efímero
Cinta del experimentado cineasta francés Philippe Garrel es la historia de Jeanne, una joven que luego de una ruptura amorosa se refugia en casa de su padre. Ahí conocerá a la amante de éste, con quien entablará una relación de complicidad
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POR JORGE AYALA BLANCO
En Amante por un día (L’amant d’un jour, Francia, 2017), irresistible opus 28 del excéntrico nuevaolero tardío de 69 años Philippe Garrel (El niño secreto 79, Los amantes regulares 05), con guión suyo en colaboración con Caroline Deruas-Garrel y Arlette Langman más el inevitable veteranísimo Jean-Claude Carrière, la frágil veintitresañera de figura desaliñada Jeanne (Esther Garrel confirmando el intimista familiarismo básico del realizador) se siente arrojada a la calle por su amante y se refugia llorosa en el pequeño depto de su sensato padre cuarentón maestro de filosofía Gilles (Éric Caravaca) que ha establecido una discreta pasión fija al lado de su hermosa alumna lanzadaza con largos cabellos lacios y barbilla partida Ariane (Louise Chevillette) de la misma edad que la inconsolable chava en ruptura, por lo que ambas, tras un primer rechazo mutuo entre apaciguador y visceral (“Lo superarás”/“A fin de cuentas no eres gran cosa, mi madre era más bella”), deben convivir y de pronto entablan una estrecha amistad cómplice, salen a bailar a rehabilitadores antros juntas y hasta comparten secretos inconfesables al estricto varón con quien cohabitan, solapándose un conato suicida de Jeanne a punto de tirarse por la ventana, ciertas subrepticias fotos para revista porno de Ariane tomadas en una urgencia económica, varios telefonemas de mudo jadeante a la indecisa Jeanne con los que intenta reconquistarla su examante Matéo (Paul Toucang) por fin mostrado al volver a la carga, e incluso se cuentan entre esos secretos algunos encuentros alternos de la antojadiza Ariane con jóvenes galanes de ocasión, como un barbilindo chavo ligador de bar con cigarrillo insinuante (Raphaël Naasz), o el pasivo estudiante Stéphane (Félix Kysyl) que inicialmente estaba destinado a su amiga, esa hija de nuestro maduro profe Gilles que, al cachar a su amante copulando en un corredor escolar, la deja proseguir y luego la recibe en su hogar con una bofetada, se larga a reflexionar deambulando por la noche cual acostumbra y al final toma su decisión radical, le guste o no también él sujeto a los dictados del moderno amor efímero.
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El amor efímero oscila de la posesiva Jeanne a la narcisista Ariane y al grave Gilles, según comienza a ponderarlo la seca voz narradora de Laetitia Spigarelli cual mero asentamiento de memorables datos precisos a lo Truffaut, en los vaivenes involuntarios y el entrechocar seco inevitablemente asumido con sus devastadoras consecuencias, la anacronizante fotografía virtuosística en blanco/negro de Renato Berta al borde del más acendrado y depurado realismo irrealista, la música de Jean-Louis Aubert a veces autodegradada a sencillos pianazos contundentes a modo de puntos y aparte ritmados con largos agresivos espacios en negro muy bien dosificados por la cerebral edición de François Gedigier, todo lo cual entronca y expande, a no dudarlo, el inimitable estilo personalísimo y coloquial de Garrel, anclado en difíciles e inestables y mutantes impulsos instantáneos, esos desazonantes nexos interpersonales que ha cultivado el sutil cineasta a lo largo y lo ancho de su extensa carrera lisa y laminar, hoy considerada tan importante como las de Resnais o Rohmer para el cine amoroso francés, sean Los amantes regulares zarandeados por Mayo 68, la desdicha entre parejas en Un verano ardiente (11) o el amasijo de gestos del autoabandono a Los celos (13).
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El amor efímero se consuma en una serie de súbitas intensidades llenas de humorística melancolía jamás bufonesca y con secuencias tan inesperadas cuan inolvidables como el aplastante top-shot inaugural de los amantes en la escalera corriendo en pos de un lugar a solas por los pasillos pannings de ida y vuelta, la impetuosa cópula de pie en el cuarto de enseres de limpieza siempre desde la perspectiva del goce femenino, la persistencia de la ventana translúcida aún en campo vacío cual perpetua tentación suicida, el post coitum animal triste de los vencidos amantes luminosos antes de que Ariane deje su remordido recado escrito con lápiz labial sobre el espejo del baño: “Nunca más”, el antológico baile de hipersensuales parejas en ciernes dentro de los cerradísimos planos del antro con canción-poema del primer Houellebecq, la aceptación meramente intelectual de los ridículos contenidos relacionales del concepto de fidelidad con excepción de la fidelidad a los recuerdos y a los detalles.
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El amor efímero no se presenta exacto aquí como el amor líquido que codificaba el sociólogo polaco de la posmodernidad desnuda Zygmunt Bauman, ni una simple excitación erótica, sino como un redivivo amor galante muy clásico, torturante, doloroso e imperturbable, y a la vez un permitido amor-infatuación volátil, cruel, implacable y muy moderno (tan moderno como les gusta sentirse a todos los seres humanos mientras están vivos, diría el gran cinedemiurgo Ophüls en El placer 52), que remite hasta los Juegos del Amor y del Azar a lo Marivaux, al tiempo que hurga y define a nuestra sociedad-civilización actual del sexo enardecido como un campo de batalla informulado, sin el cinismo vitriólico houellebecquiano y colateral a la abstracción discursiva de los lenguajes deshechos y de las prácticas desmoronadas de Godard, un ultierotizado campo de batalla erosionante de cualquier constancia y cristalización/descristalización amorosa (Stendhal) o seguridad preestablecida, basándose en la paradoja y en el enfrentamiento constante, ese inevitable enfrentamiento con la relación misma, con los deseos inaplazables, consigo mismo y con cualesquiera compromisos afectivos efectivos o mínimamente emocionales previamente contraídos.
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Y el amor efímero compromete al ser en el espectáculo de la vulnerabilidad de sí mismo y de sus relaciones, a través de los lamentables otros, esa demolida demoledora pareja de los chavos Jeanne y Matéo de nuevo en abrazo efusivo porque, excluido por ahí el lamentable Gilles, también para ellos “La eternidad no se detenía”.
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FOTO: Amante por un día, con Éric Caravaca, Esther Garrel y Louise Chevillotte, se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 19 de abril. / ESPECIAL
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