Poesía épica: la búsqueda de la inmortalidad

Ago 7 • Reflexiones • 2783 Views • No hay comentarios en Poesía épica: la búsqueda de la inmortalidad

 

La Epopeya de Gilgamesh es el poema extenso más antiguo que se conoce, y relata el drama humano por alcanzar la inmortalidad y las proezas que el héroe tiene que atravesar para lograr su cometido

 

POR RAÚL ROJAS
Se ha dicho que toda filosofía tiene su origen en el dilema de la mortalidad humana. A diferencia de cualquier otro animal, la razón nos hace conscientes de lo transitorio de nuestra existencia. Sea esto cierto o no, lo curioso es que el poema extenso más antiguo que se conoce en la literatura, la llamada Epopeya de Gilgamesh, se desenvuelve precisamente alrededor de esta temática, es decir, la vía para alcanzar la vida eterna. El poema épico surgió, fragmento por fragmento, como compilación de las proezas del mítico rey Gilgamesh, quien se cree gobernó la ciudad sumeria de Uruk en el siglo 28 o 27 antes de nuestra era, pasando a convertirse en deidad en los siglos posteriores. Se piensa que la mayor parte de la leyenda de Gilgamesh fue transcrita gradualmente hace unos 4 mil años. Ya en tiempos babilónicos, un escriba llamado Sîn-lēqi-unninni reunió todos los relatos, con un inicio y un fin, y esa es la versión que ha llegado hasta nosotros. La disposición del texto ha provocado debates y reparos, ya que del poema existen diversas transcripciones, en varios idiomas, con diferentes traslapes. Es como con los evangelios bíblicos: al reunir las diferentes partes hay muchas maneras de combinarlas.

 

La Epopeya de Gilgamesh es un texto fantástico, aunque lo tengamos que leer traducido. El poema fue escrito en acadio, que era la lingua franca utilizada para comunicarse en el Medio Oriente y con los egipcios. Los versos originales deben haber sido compuestos en el lenguaje sumerio. Después de la versión en acadio, el poema fue transcrito en el lenguaje de los babilonios. En vez de papel, sumerios y babilonios utilizaban tabletas de arcilla, que grababan utilizando la escritura cuneiforme. Miles de pedazos de tabletas mesopotámicas han quedado dispersos por muchos museos del mundo, desde que los europeos se dedicaron a coleccionar la historia de sus colonias. Por eso las primeras traducciones del poema al inglés comenzaron a aparecer después de que George Smith, un joven asistente en el Museo Británico, lograra descifrar las primeras tabletas entre 1870 y 1872. Fue una sensación: Smith encontró la descripción del Diluvio Universal en una tableta que antecede a las historias bíblicas. Para Smith y sus contemporáneos eso demostraba la veracidad de la Biblia. Yo sacaría la conclusión opuesta, pero eso no viene al caso ahora.

 

La Epopeya no es muy larga, consiste en algo así como 3 mil 600 versos o líneas, con algunos fragmentos que se han extraviado. Se puede leer en una mañana, de corrido. El lenguaje y la presentación recuerdan a Homero, a su Ilíada y Odisea, pero siglos antes del bardo griego. También aquí se trata de relatar hazañas de héroes míticos, semidioses, que combaten contra monstruos extraordinarios. Los héroes de la Epopeya buscan la gloria que los hará inmortales, y pasan por pruebas, tan o más arduas que las que tuvo que sufrir Odiseo. En el poema los dioses combaten del lado o en contra de los humanos, los apoyan o los condenan. La frontera entre lo profano y lo sagrado es muy porosa, como en la mitología griega.

 

El mismo Gilgamesh, “aquel que fue sabio en todos los asuntos”, es el mejor ejemplo. Es hijo del rey Lugalbanda y de “la augusta vaca salvaje”, la diosa Ninsun. Tiene dos tercios humanos y un tercio divino. Es un gigante de más de cinco metros de altura y gobierna con mano férrea a su ciudad. El pueblo se lamenta de las atrocidades que comete Gilgamesh, quien no “respeta a la mujer prometida, ni a la compañera de su esposo”. Los atribulados dioses reciben las quejas. Anu, el señor de los dioses, conmina a Aruru, la Diosa del Nacimiento y quien creó a la humanidad, para que intervenga. Aruru forma del barro a Enkidu, un gigante destinado a luchar contra Gilgamesh para acabar con su soberbia.

 

Pero Enkidu, una especie de Adán, vive entre las fieras y come lo que ellas, hasta que una sacerdotisa del templo de Ishtar lo va a buscar, enviada por Gilgamesh. Enkidu yace con ella “durante siete días y siete noches”. Las bestias, que eran sus iguales, ya no reconocen a Enkidu, ha perdido su pureza, pero a cambio ha ganado “la sabiduría”. Así, transformado en un ser civilizado, pide lo lleven a donde se encuentra Gilgamesh para desafiarlo. Entretanto el rey ha tenido varios sueños y su madre, la diosa Ninsun los interpreta: llegará alguien que habrá de salvarlo.
Enkidu y Gilgamesh se enfrascan en una lucha titánica que “hace temblar las paredes de piedra”. Al final Gilgamesh vence a Enkidu, pero ambos se reconocen ahora como hermanos. Es más, Enkidu se convierte en el guardián y asistente de Gilgamesh, que después del combate decide salir a consumar proezas que glorificarán su nombre. La primera de ellas es vencer a Humbaba, el monstruo que resguarda el sagrado Bosque de Cedros. Cargados cada quien con 600 libras de corazas y armas salen al combate, ya que “será solo por hechos gloriosos que mi renombre será eterno”. En el trayecto Gilgamesh sueña sucesivamente que lucha contra una montaña, leones y un toro. Es Enkidu quien le asegura que esos sueños auguran su victoria.

 

Durante el combate, además, Gilgamesh no está solo. El dios Shamash desata vientos, lluvias y ciclones que ciegan a Humbaba. El combate es épico, la montaña Líbano se parte en dos. Enkidu combate al lado de Gilgamesh, quien acaba con Humbaba. Pero el monstruo agonizante logra maldecirlos: Enkidu morirá antes que Gilgamesh, “quien tendrá que enterrarlo”.

 

De regreso en Uruk, Ishtar, la diosa del amor y la fertilidad anhela al Gilgamesh triunfante. Le dice: “Sé mi esposo, concédeme tus frutos Gilgamesh, sé mi marido y yo seré tu esposa”. Sin embargo, Ishtar tiene por costumbre hechizar y maldecir a sus amantes, por lo que Gilgamesh la rechaza. Para vengarse, Ishtar recurre a Anu, señor de los dioses, y le exige que envíe al Toro de los Cielos a aniquilar a Gilgamesh. El Toro bebe del Éufrates y hace bajar su nivel, parte la tierra con cada patada y ataca primero a Enkidu. Éste lo puede sujetar de la cola y, así atrapado, Gilgamesh lo liquida con su espada. Apenas completada la hazaña es el turno de Enkidu de soñar: ve a los dioses decidiendo su muerte por haber participado en la inmolación del Toro de los Cielos. Poco después cae enfermo y fallece después de varios días. Gilgamesh hace grandes ofrendas a los dioses durante los ritos funerarios.

 

Después de sus dos hazañas, es decir, terminar con el ogro Humbaba y el Toro de los Cielos, Gilgamesh piensa que es merecedor de la inmortalidad, pero Siduri, Diosa del Vino, le indica que tiene que buscar a Utnapishtim, el único hombre inmortal. Gilgamesh parte, pero primero tiene que entablar una carrera contra el sol y además debe cruzar las Aguas de la Muerte. Una sola gota salpicada en la piel resulta mortal.

 

Muchos pueblos, también los asirios y babilónicos, creían que el sol al ocultarse regresaba por un camino subterráneo hacia el lado opuesto de la tierra, para producir un nuevo amanecer. Gilgamesh entra en ese túnel mítico y tiene que cruzarlo antes de que el sol, a sus espaldas, lo pueda rebasar. Lo logra y busca entonces la manera de cruzar las Aguas de la Muerte con la ayuda del timonel Urshanabi. Por fin llega a la distante morada del inmortal Utnapishtim, quien le explica que los dioses, agobiados por el pecado humano, decidieron aniquilar a todos desatando un diluvio. Advertido por uno de los dioses, Utnapishtim construyó una gigantesca arca para salvar a todos los animales y personas que pudo llevar a bordo. El arca encalla después de varios días en una montaña. Claro que reconocemos de inmediato la historia del arca de Noé, casi al pie de la letra, teniendo en cuenta la diferencia de siglos y de dioses. En la Epopeya, el dios de las Tempestades alaba a Utnapishtim, que ha obrado bien, y le confiere a él y a su esposa la inmortalidad: “serán iguales a los dioses” y vivirán lejos de los mortales, “ahí donde las aguas nacen”.
Gilgamesh, quien aspira a la inmortalidad, le pide a Utnapishtim interceder por él. Sin embargo, Gilgamesh fracasa en las dos pruebas que se le asignan. No puede dejar de dormir por seis días y siete noches, ya que el sueño finalmente lo vence, y no puede preservar una planta mágica que cura todas las dolencias, porque se la roba una serpiente. Ya de regreso en Uruk, Gilgamesh se consuela pensando que gobierna a una ciudad grandiosa. Se alegra.

 

Hasta ahí la versión clásica de Gilgamesh. En algunas ediciones modernas se han agregado leyendas adicionales contenidas en tabletas confeccionadas en diferentes épocas y lugares. No es lo importante para esta reseña. Más importante es destacar varios puntos.

 

Obviamente, la Epopeya es un ejercicio de glorificación de un ser mítico, el rey Gilgamesh, cuyos defectos originales nunca son resueltos, pero cuya ambición desmedida lo lleva a combatir monstruos con el único objetivo de hacer inmortal su nombre. Pero mejor que ser inmortal de nombre, es ser inmortal completo. En la primera parte de la leyenda Gilgamesh busca lo que todos los soberanos, la fama. En la segunda parte busca sentarse al lado de los dioses, lo cual ya no será posible.

 

Los puntos de contacto con el Antiguo Testamento son notables. Utnapishtim es el Noé que construyó el arca, misma que naufragó también en una montaña. Noé vivió, según la Biblia, 950 años. Debe haber muerto de puro aburrimiento, ya que, como plantea Pascal Mercier en el Tren de Noche a Lisboa, en la eternidad no pasa nada, cada día es como el anterior. Casi mil años es lo que más se acerca a la inmortalidad. El gigante Enkidu se asemeja a Adán, creado del polvo e inocente, inocencia que pierde debido a una mujer y por haber probado del “árbol del conocimiento”. Si todas estas historias tienen un origen anterior a asirios y hebreos, o quien le copió a quien, es algo que los especialistas todavía debaten.

 

Muy interesante para mí es también la numerología babilónica. Todo ocurre siempre en grupos de siete. Enkidu se une con la sacerdotisa siete días y siete noches, Humbaba tiene siete capas encantadas que lo protegen, cuando el Toro de los Cielos desciende se darán siete años de flacas cosechas, Gilgamesh vela siete noches a Enkidu, el arca de Utnapishtim tiene siete niveles, Gilgamesh debe resistir el sueño siete noches, etc. Aparentemente el siete tenía un significado mágico en la cultura babilónica. Pero también en la Biblia: nuestra semana es de siete días porque corresponde a los días de la creación, a Noé se le ordena llevar siete pares de cada animal al arca, a siete años de abundancia siguen siete años de hambruna en los sueños del faraón, el candelabro judío, la Menorá, tiene siete brazos, etc. Se ha especulado mucho acerca del papel del número siete en la cultura babilónica, pero es evidente que todos los pueblos de la región compartían ciertas creencias.

 

Hoy no se quieren y el Medio Oriente es un polvorín, pero como la Epopeya de Gilgamesh evidencia, todos estos pueblos son hermanos y primos con un legado cultural común que trasciende, quizás, sus diferencias. Ahí estaban todos, entremezclados, cuando la literatura estaba apenas siendo inventada para capturar las historias de los humanos y de sus dioses en tabletas de arcilla cocida que han resistido el embate de los siglos.

 

FOTO: Efigie de Gilgamesh que adornaba el palacio de Sargon II, en Dur Sharrukin, Asiria, actual Irak; ahora es posible verla en el Museo del Louvre/ Crédito: Especial

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