Pozole: teatro inconsistente
POR JUAN HERNÁNDEZ
Hay un tipo de teatro que parte de una idea interesante, pero no logra consolidarse en escena. Ese es el caso de Pozole o la venganza de los ana-crónidas, creación colectiva de la Compañía Festín Efímero, integrada por Guillermo Revilla, Héctor Iván González y Edgar Valadez, que se escenifica en el Teatro Sergio Magaña.
Una obra cuyo texto busca la dislocación del discurso, digamos, en la cuestión formal; sin embargo, el intento no llega a armar una historia consistente, que provoque reflexión, estremecimiento, empatía o, en el mejor de los caso, franca antipatía.
Por lo contrario, Pozole o la venganza de los ana-crónidas mueve a una apatía absoluta, apenas removida por el uso de ciertos elementos de la cultura de masas como: imágenes de la televisión y de algunos célebres “youtubers”, proyectadas sobre una pantalla (como telón de fondo), mientras se busca dar un efecto de transición entre escenas.
La autoría, la dirección y la actuación corre a cargo de Guillermo Revilla, Héctor Iván González y Edgar Valadez. Queda claro que no gozan del talento prestidigitador para conseguir una puesta en escena consistente. Si Pozole o la venganza de los ana-crónidas es la historia de tres hermanos y los problemas que arrastran a lo largo de su vida, lamentamos decir que el conflicto no se manifiesta con contundencia y profundidad (ni siquiera con la ayuda de Freud, cuyas citas son leídas para dar una guía a la puesta en escena y al espectador).
Tampoco resulta convincente el recurso del uso de la imagen de “Saturno devorando a su hijo”, de Goya, para respaldar la hipótesis del padre que engulle a los hijos por temor a que uno de ellos ocupe su lugar (¿idea freudiana?), evitando el curso del tiempo. La alegoría no alcanza a tener una eficacia en escena. La imagen del pintor célebre está de más; es impresionante en sí misma, pues se trata de una de las obras maestras de la plástica universal.
Lo que encontramos en la puesta en escena de Pozole o la venganza de los ana-crónidas es una serie de ocurrencias que se fueron tejiendo, eso sí, con una estructura coreográfica muy cuidada, en donde los actores tuvieron un manejo corporal rítmico, dentro de un trazo muy definido, en un montaje que por momentos pareció lindar con la comedia musical (como recurso distractor).
El humor negro, ácido, que requería la obra, no lo vimos por ningún lado. Apenas algunas referencias a la violencia, a la crueldad entre hermanos, a la idolatría al padre (al que aman y odian al mismo tiempo), la ausencia de la madre y el aislamiento de estos tres personajes que son sicópatas en potencia. Las ideas están ahí, son interesantes y pudieron dar mucho más si se hubieran desarrollado con coherencia y eficacia escénica, pero justo en este punto encontramos un insustancial planteamiento teatral.
Revilla, González y Valadez son actores que bajo una dirección verdadera pudieron dar mucho más de sí. El texto, en manos de un dramaturgo, quizá hubiera crecido hasta dimensiones trágicas memorables. Pero no fue así: los jóvenes creadores de teatro decidieron hacerse cargo de todo y dieron al traste con una obra que pudo ser un gran cuestionamiento sobre la contemporaneidad, las relaciones familiares y la tradición.
El recurso culinario como alegoría de la violenta escena final —poco verosímil e insustancial— definitivamente no logró su cometido. Ni siquiera con la referencia directa al suceso real de los cuerpos deshechos en ácido, en manos de un sujeto conocido como “el pozolero”.
La obra quedó inconclusa, inconexa, en manos de los tres actores, autores y directores. Insistimos: un director habría conseguido dar, a esta puesta en escena, una dimensión teatral estrujante, posibilitando el desarrollo del conflicto (de tinte freudiano) hasta llegar a la tragedia contemporánea de gran magnitud.
Se agradece la brevedad del espectáculo, eso sí. Pero nos queda claro que la urgencia de un teatro de pequeño formato, que aborde temas importantes sobre lo humano, en momentos que, debido a la crisis económica, el teatro de gran formato es prácticamente imposible realizar —a menos que se cuente con el apoyo institucional total—, no justifican la inconsistencia.
La obra no se salva ni con el uso de recursos de la cultura de masas que provocan la risa fácil y el entretenimiento que, aclaramos, no debe confundirse con humor negro. El humor ácido eficaz es uno de los recursos más difíciles de convocar en el quehacer escénico: requiere de un trabajo actoral profundo, de un timing y de un texto contundente, que Pozole o la venganza de los ana-crónidas estuvo muy lejos de ofrecer.
*FOTO: Pozole o la venganza de los ana-crónidas, creación colectiva de la Compañía Festín Efímero, con las actuaciones de Guillermo Revilla, Héctor Iván González y Edgar Valadez, escenografía de María María, asesora artística Alicia Laguna, asesor corporal Emir Meza, video de Marina España, voz del padre de Miguel Flores y fotografía de Ricardo Trejo y Gerardo del Razo, se presenta en el teatro Sergio Magaña (Sor Juana Inés de la Cruz 114, Santa María la Ribera), jueves y viernes a las 20:30, hasta el 11 de marzo/ Cortesía: Compañía Festín Efímero.
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