Pulse: danza trivial

Oct 18 • Escenarios, Miradas • 4391 Views • No hay comentarios en Pulse: danza trivial

 

POR JUAN HERNÁNDEZ

 

El grupo de arte electrónico Rhizomatiks, encabezado por el programador Daito Manabe, se asoció con la compañía japonesa de danza contemporánea Elevenplay, dirigida por la coreógrafa Mikiko, para crear el espectáculo Pulse, presentado en el actual Festival Internacional Cervantino, con resultados artísticos intrascendentes.

 

Las declaraciones de Manabe, en una conferencia de prensa realizada un día antes de la presentación de la obra en el Auditorio del Estado de Guanajuato, provocaron altas expectativas. Se pensó en un espectáculo dancístico de avanzada, que ofrecería una visión nueva sobre el modo de pensar, estar y hacer la danza; es decir, una muestra del quehacer coreográfico del siglo XXI.

 

No sólo no fue así, sino que Pulse se volvió una muestra más de la obsesión que la sofisticación de la tecnología actual ha causado en algunos artistas, que empiezan buscando en ella una posibilidad para enriquecer sus lenguajes artísticos y terminan haciendo una “estética” de la técnica a la que convierten en la protagonista de sus obras.

 

El problema de Pulse, en este sentido, radica en que la espectacularidad de la robótica, la luz láser y el diseño de un espacio virtual proyectado sobre una pantalla, dejan de sorprender en los primeros diez minutos, en los que se ha entendido la fórmula y esta se repite hasta el cansancio a lo largo de casi una hora.

 

Si hubiera necesidad de definir este espectáculo no entraría siquiera en la clasificación de danza multimedia, quizá una danza electrónica, cuyos elementos los hemos visto mejor realizados en otros circuitos de expresión, netamente comerciales, como son los conciertos masivos de cantantes o grupos de rock de renombre internacional.

 

Las posibilidades espectaculares de la tecnología, sin embargo, no alcanzan a sostener un discurso artístico. Si el objetivo de esta obra, traída al FIC por el país invitado (Japón), fuera crear un discurso crítico sobre el vasallaje de la civilización al uso de la tecnología, podría tener sentido; sin embargo, la exposición de las herramientas en escena tienen la intención única de crear imágenes que caen en el campo del diseño gráfico computacional.

 

No subestimamos el talento de los ingenieros, matemáticos y diseñadores que trabajaron en la creación de los robots, el diseño lumínico y la creación del espacio virtual proyectado en una pantalla, jugando con formas geométricas y coloridas. Seguramente este tipo de recursos, ampliados, serían mucho más apreciados en la inauguración de una olimpiada, pero en el espacio de la danza lo que provocan es que el elemento central de esta disciplina artística, el bailarín, desaparezca.

 

El vasallaje de la danza a la espectacularidad de la tecnología la debilita como una de las formas de expresión humana primigenias, poderosas porque contienen en los cuerpos de los bailarines al mundo. En la danza el bailarín es un generador de vida y consigue que aquello existente pero irrepresentable aparezca, como una epifanía, en escena.

 

Eso: hacer presente lo ausente, traer al mundo de lo tangible lo que sólo experimentamos a través de las emociones, es una de las mayores proezas de la danza. En este caso, los artistas de Elevenplay renuncian al poder de su lenguaje para ceder el espacio al lucimiento de la tecnología.

 

Cierto es que la humanidad vive y se relaciona a través de una tecnología que ha cambiado el modo de percibir el mundo y de estar en él. Del cambio generado en la civilización actual por este factor tecnológico se han hecho estudios críticos, uno de ellos, sobresaliente por su claridad y brillantez, es el del escritor Mario Vargas Llosa, en La civilización del espectáculo, en donde habla sobre la trivialización del arte en una época en la que todo debe ser espectáculo y entretenimiento fácil.

 

Pulse, de Elevenplay y Rhizomatiks, no es una obra interdisciplinaria, es una pieza en donde la danza se somete a las necesidades de un grupo de ingenieros, diseñadores, matemáticos y arquitectos que desean mostrar el talento que tienen en los campos que dominan.

 

El arte coreográfico se empobrece cuando deja de utilizar a la tecnología como una herramienta para potenciar su lenguaje, y el resultado, cuando esto ocurre, es desastroso para la danza. En definitiva, la “sociedad” creativa del grupo de arte electrónico Rhizomatiks y la compañía de danza contemporánea Elevenplay no ofreció buenos frutos, al menos no en esta ocasión, cuando tenían la misión de representar a su país, Japón, en uno de los festivales más importantes de América Latina.

 

*Fotografía: Presentación de la compañía de danza Elevenplay / Cortesía FIC.

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