¿Punto y aparte o punto y seguido?

Abr 11 • Conexiones, destacamos, principales • 4297 Views • No hay comentarios en ¿Punto y aparte o punto y seguido?

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La epidemia de Covid-19 ha paralizado la vida diaria en el mundo. Uno de nuestros casos más cercanos es España, que en la segunda semana de abril ya acumulaba la mayor cantidad de defunciones. Este escritor mexicano radicado en Madrid comparte su panorama de lo que se vive en la capital española

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POR DAVID TOSCANA
Madrid. A Madrid se le conoce por ser una ciudad bulliciosa. Ahora guarda silencio. Sin el ruido de la calle, sin el murmullo que provocan los autos noto que son delgadas las paredes de mi departamento, que aquí se llama piso. El vecino de la derecha ve la tele todo el día. Abajo hay una muchacha que canta canciones en inglés, pero no sabe inglés, por eso sólo grita las palabras más obvias: love, heart, me, you, beautiful y otras cuantas. La pareja de arriba se pelea. “¡Coño!”, dicen una y otra vez. También dicen “joer”. Más abajo un pianista ensaya y ensaya un pasaje errando siempre la misma nota como en aquella caricatura de Sam Bigotes. Otro vecino tose y tose.

 

Llegan las ocho de la noche y salimos a los balcones a aplaudir. Todos menos el vecino de la tele, pues la programación no hace pausas para los aplausos. Estos quince días dan para medir el tamaño de la tragedia y aquilatar el esfuerzo del personal médico, que aquí llaman “sanitarios”. Así pues, se aplaude a los sanitarios. Los héroes de este momento.

 

Ahí, cuando aplaudo en el balcón, me siento madrileño. Quisiera serlo.

 

Mis amigos me escriben desde México para saber cómo estoy. Bien, gracias. Pero la miasma se mueve y ha llegado a México. Ahora yo les escribiré para saber cómo están.

 

El día se vuelve amable cuando llega por Whatsapp el “Cuentínimo para la cuarentena”, de Jorge F. Hernández. Son cuentos deliciosos narrados por él mismo. El de hoy lo guardo para la cena. Lo escuchamos con una copa de vino. Racionamos el vino. Antes era una botella diaria. Ahora es una copa.

 

La alacena está surtida. Yo solía hacerle burla a mi mujer: “Te preparas para un cataclismo nuclear”. Ella es polaca, y me dice: “Viví en el comunismo. Hay que estar siempre preparados”. Gracias a eso hemos podido responder a un frecuente cataclismo: a los amigos que caen de improviso. A veces hasta quince. Y hay comida y bebida para todos. Ahora el reglamento les impide venir. Lo tenemos todo para nosotros. Preferiríamos compartir.

 

Acá en Madrid llevamos quince días en cuarentena. A algunos les crea mucha ansiedad. Los sicólogos enlistan los trastornos mentales que pueden brotar o agravarse por el encierro. A los escritores no nos viene mal el claustro. Es meramente emular a Montaigne. Cierto es que las finanzas se desmoronan, pues la cultura es lo primero que cae. Me han cancelado cursos, presentaciones, publicaciones. El semanario en el que publico se ha vuelto quincenal. Le envié a mi casera una nota publicada en estos días por Carlos Rubio Rosell: “El día en que Gabo no pudo pagar la renta”. No he tenido respuesta. Me siento personaje de Dostoyevski. Eso me conforta.

 

La vida de un habitante cuya obligación es no contaminar ni dejarse contaminar es simple y hasta frívola, mientras se mantenga la salud. El drama se desarrolla fuori le mura.

 

Ahora que en España hace falta un cid Campeador, los españoles se dan cuenta de que tienen un gobierno asustadizo, poco ilustrado, con pobre visión de Estado y sin unidad. Tienen una realeza que trabaja para la revista Hola. Como muchas democracias en tiempos de paz, la capacidad se ha ido diluyendo. Se llega al poder sin ideas ni carácter, pero con un buen equipo de imagen, buenos escritores de discursos, ropa de diseñador. En la era del espectáculo no hacen falta ideas propias sino encuestas. Los gabinetes no se forman según los talentos, sino de acuerdo con cierta mezcla de amiguismo, alianza y, sobre todo, equidad de género. Así las cosas, el ahora relevantísimo puesto de Ministro de Sanidad lo ocupa un irrelevante filósofo, cuyos aristotélicos conocimientos de medicina datan de hace dos mil quinientos años.

 

Mientras tanto, la realeza se enloda con escándalos de corrupción y pleitos familiares.

 

El descontento de los españoles con su gobierno, tanto el democrático como el hereditario, es mayúsculo. Los políticos han salvado el pellejo porque la propia naturaleza de la crisis evita que se reúnan multitudes, y así no puede tomarse la Bastilla; pero las exigencias de destitución, de pedir cuentas penales, corren por millones en las redes sociales. Y ante tal presión, en vez de reaccionar con altura, los políticos siguen haciendo política. Derecha se pelea con izquierda, mientras que la debilucha izquierda se deja llevar por los comunistas de caviar. Chavez’s blues. Lenin blues.

 

Pero cuando a esos políticos de izquierda les asalta el virus, no van a esos hospitaluchos de campaña donde no existen los mínimos estándares, donde los médicos se visten con bolsas de basura, no, ellos tienen sus clínicas privadas. “Hay tantos izquierdistas de caché ingresados en la Ruber que ya la llaman Ruberlingrado”, escribe un médico. “Y allí, en Ruberlingrado, me imagino que estarán pensando y discutiendo la forma de dimitir. De dimitir, cabrones. De dimitir. Que no es un nombre ruso dimitir, sino la única acción honorable que le queda a un irresponsable cuando se ha demostrado sobradamente su irresponsabilidad.”

 

Morirse de este virus queda muy lejos de aquellas muertes literarias por tuberculosis, en las que se estaba rodeado de familiares, se hacían reflexiones sobre la existencia y hasta se bebía una última copa de champaña. Hoy se muere entre desconocidos. Un desconocido se lleva el cadáver. Si es en Madrid, lo apilan con otros en un transporte militar para llevarlo al Palacio de Hielo, un centro comercial con pista de patinaje que gracias a sus bajas temperaturas hace las veces de una gran morgue en tanto los cuerpos esperan su turno para ser cremados. Los hornos de cremación trabajan al tope, pero cada muerto debe esperar su turno en una larga fila. No hay, por supuesto, ceremonias luctuosas ni entierros en cementerios.

 

Y comienzan a surgir otras inquietudes sobre la salud. De acuerdo, me quedo en casa; no me contamino. ¿Pero qué pasa si me rompo una pierna? ¿Si me da peritonitis? ¿Si tengo dolor de muelas? ¿Si se me desprende la retina? ¿Se puede importunar a los servicios médicos con esos males? ¿Qué pasa con las mujeres que dan a luz en estos días?

 

Vivimos tiempos inciertos y emocionantes. Hay agoreros económicos que dicen obviedades; pero me interesa más algo que todavía es un enigma: la posible transformación de la sociedad. Lo que hoy ocurre es una revolución involuntaria, pero revolución. Vendrán muchos cambios sociales y culturales. Quizás caigan gobiernos. Quizás mueran presidentes, y espero que en tal situación el país descabezado tenga claro un protocolo de gobernabilidad. La Iglesia perderá aún más su reputación. Los científicos la ganarán. Se pondrá al hombre otra vez en el centro y los animales volverán a ser animales. Habrá mayor impaciencia con los que viven fuera de la ley. Si los vivos revaloran la vida, habrá más lectura y menos televisión; más lectura de clásicos y menos de estiércol. El arte comercial será vencido por el arte espiritual. Las humanidades dejarán la periferia para moverse al centro. Subirá la demanda de vino porque cada día habrá que brindar por la vida.

 

Pero quizás Toscana exagera. Quizás esto que le parece un punto y aparte, no será sino un punto y seguido.

 

FOTO: Trabajadores de la salud y guardias de seguridad acompañan a la viuda de Esteban, enfermero del Hospital Severo Ochoa, en Madrid, quien falleció por coronavirus. /AFP

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