¿Qué diría Vasconcelos?

Mar 2 • destacamos, Miradas, Música • 2169 Views • No hay comentarios en ¿Qué diría Vasconcelos?

 

La ópera La hija de Rappaccini, en Monterrey, refleja el espíritu vasconcelista de la sociedad civil que apuntala la Cultura, dice el autor

 

POR LÁZARO AZAR
Este 27 de febrero, el legendario José Vasconcelos habría cumplido 142 años. A un siglo de que dejara el cargo de secretario de Educación Pública, sus logros son todavía un referente gracias a que, en esos tiempos que no imperaba la “austeridá republicana” (sic), contó con un presupuesto tan generoso que le permitió consolidarse como un visionario creador de instituciones. Sí, de esas que ahora mandan al diablo y hoy son impensables ante el menguado presupuesto que actualmente ejerce la secretaría, según le hizo notar Aurelio Nuño al siniestro Marx Arriaga durante el imperdible encuentro que, a instancias de Joaquín López-Dóriga, sostuvieron justo el día de este aniversario.

 

Lamentablemente, se recuerda más a Vasconcelos por no corresponderle a Antonieta Rivas Mercado y porque, en 1925, escribió en una colaboración publicada aquí, en EL UNIVERSAL, que “la cultura termina donde empieza la carne asada”. Siendo precisos, dijo que “donde termina el guiso y empieza a comerse la carne asada, comienza la barbarie”, y si algo me queda claro tras las visitas que recientemente he realizado a Monterrey, es que, pese a los afanes de su precario goberneitor fosfo-fosfo, los esfuerzos de la sociedad civil regia están siendo decisivos para apuntalar la Cultura.

 

Prueba de ello son los eventos que me llevaron a volver el fin de semana pasado: asistir el sábado 24 a la tercera función de La hija de Rappaccini, de Daniel Catán, que presentó el México Opera Studio (MOS) dentro de su IV Ciclo de Ópera Mexicana en el Auditorio Universitario y, al día siguiente, al concierto que ofreció La Súper en el Auditorio San Pedro, con la gran Oxana Yablonskaya como solista. Les cuento:

 

Tras el fracaso de Encuentro en el ocaso, su “ópera cero”, Catán estrenó en 1991 la primera versión de ésta, su primera ópera oficial, con libreto de Juan Tovar basado en una historia de Octavio Paz. Su afán de mejorarla propició un par de versiones posteriores, y con base en la tercera, elaboraría también una versión de cámara, para dos pianos, arpa y percusiones. Todas ellas fueron estrenadas por Eduardo Díazmuñoz, actual titular de la Orquesta Sinfónica de la UANL, quien ahora tuvo a su cargo la concertación de la primera y la tercera función, en tanto que Alejandro Miyaki, director musical del MOS, estuvo al frente de la segunda.

 

La dirección de escena, coherente e imaginativa, fue de Rennier Piñero, y si algo llamó mi atención, fue la inteligencia con que reciclaron elementos escenográficos de puestas anteriores, así como los llamativos vestuarios de las flores, diseñados por Aurora L. González y el espléndido maquillaje con que Meme García “envejeció” a Isaac Herrera y Rafael Rojas, que encarnaron al Dr. Rappaccini y a Pietro Baglioni en la función que presencié.

 

Tras el penoso estreno en México de la versión de cámara que presentó la UNAM en colaboración con la Universidad de Arizona, en mayo de 2019, volver a escuchar La hija… en su versión orquestal me reconcilió con la obra. Salvo el personaje de Rappaccini, que Isaac Herrera desempeñó espléndidamente en las tres funciones, este paradigmático taller de alto rendimiento brindó dos elencos alternando a sus becarios, con los pros y los contras que ello conlleva: el sábado, Osvaldo Martínez y Daniela Cortés recrearon a cabalidad a Giovanni Guasconti e Isabella y, en esta ocasión, Carolina Herrera se quedó corta en el rol de Beatriz Rappaccini.

 

Aun así, y volviendo a los riesgos que implica montar una producción estudiantil, limitada a los recursos humanos que cada generación pueda brindar, aplaudo el alto nivel de resultados y el compromiso con la ópera mexicana que ha mantenido el MOS desde su creación, superando cuanto se ha presentado en la Ópera de Bellas Artes durante este sexenio que, entre otros atropellos, será recordado por haberle dado la espalda a la ciudadanía cultural cuando estuvo más necesitada de estímulos y apoyos.

 

Afortunadamente, si algo caracteriza a los neoleoneses, es su generosidad, y en estos momentos que vemos a tantas orquestas hacer malabares con presupuestos cada vez más raquíticos, el Patronato de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey —esa escuela que fundara Doña Carmen Romano en tiempos de bonanza cultural y a la que injustamente le han quitado su nombre— ha echado a andar La Súper, una orquesta “conformada por egresados y maestros, con la participación de estudiantes avanzados que ahí realizan sus prácticas profesionales”. Dicho en breve, con lo que hay.

 

En muy poco tiempo, La Súper ha logrado posicionarse mediáticamente gracias a la habilidad de su director, Abdiel Vázquez, para confeccionar programas atractivos y contratar solistas prestigiados como Elina Garanča, Santiago Cañón, Ailyn Pérez —que recién debutó en México con esta orquesta, en un muy oportuno Homenaje a Puccini— o quien fuera su maestra de piano, Oxana Yablonskaya, que a sus 85 años viajó desde Israel para ofrecernos una amplia y muy poética versión del Concierto n. 2, Op. 21 de Chopin. ¡Qué maestría y qué sonido más refinado el suyo!

 

Sí, es cierto que lo ha logrado porque tiene una vida de experiencia, pero, justamente por respeto a su trayectoria, merecía un acompañamiento mejor trabajado. Es cierto que las orquestaciones de Chopin no son particularmente complejas, pero tampoco hay que confiarse: la afinación pecó de incierta, particularmente en los violines, y durante la Cuarta Sinfonía, Op. 120 de Schumann que le sucedió, la articulación estuvo tan desaseada durante el primero y el cuarto movimientos, como guanga la precisión rítmica del Scherzo.

 

No cuestiono la musicalidad de Vázquez, quien siguió cuidadosamente los tempi de su solista. Desgraciadamente, una es la atención que brinda a su coreográfica gestualidad, tan hiperbólica al llegar a los finales buscando el aplauso fácil del público villamelón que lo ve, y otra, la que debería brindarle, rigurosa y disciplinadamente, al trabajo fino: entradas parejas, afinación precisa, fraseo uniforme y todos esos detalles que, cuando se escuchen, marcarán la diferencia entre una banda ramplona, y la súper orquesta que Monterrey se merece.

 

¿Qué habría dicho Vasconcelos de estas presentaciones? No olvidemos que, a raíz de su segundo matrimonio, desarrolló un gran oído musical, y… ¿qué diría de ésta administración que, aunque le dio un escaño en el Senado a Héctor, el culto hijo que tuvo con esa gran pianista que fue Esperanza Cruz, traicionó al gremio cultural que, ingenuamente, respaldó a “ya saben quién” para llegar al poder?

 

 

 

FOTO: La hija de Rappaccini se presentó en el Auditorio Universitario de la UANL por México Opera Studio. Crédito de imagen: Cortesía MOS/Rannelly Piñero

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