Rafael Cadenas: el decir auténtico

Nov 12 • destacamos, principales, Reflexiones • 1033 Views • No hay comentarios en Rafael Cadenas: el decir auténtico

 

El poeta venezolano fue anunciado como ganador del Premio Cervantes 2022. El jurado reconoció que la obra de Cadenas es parte de su existencia y ha llevado al límite las capacidades creativas. Reproducimos las palabras de una de sus colegas en la ceremonia de recepción del reconocimiento más importante que en 2018 le confirió la Universidad Católica Andrés Bello de Venezuela

 

POR MORAIMA GUANIPA
El Nacional/GDA
Comienzo por agradecer la honrosa invitación que se me hizo para presentar al poeta Rafael Cadenas (Barquisimeto, 1930), a quien la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) le confiere su más alto reconocimiento: la orden UCAB. Resulta por lo demás plausible que se le entregue hoy 29 de noviembre, cuando se conmemora en el país el Día del Escritor, en ocasión de los 237 años del natalicio de Andrés Bello (Caracas, 1781-Santiago, 1865) figura fundamental de la lengua española en nuestro continente.

 

La UCAB hace homenaje y celebración al otorgar esta distinción al poeta en el marco de su Feria del Libro del Oeste de Caracas, un evento que por tercera ocasión convoca al libro, la literatura y la creación a estos espacios universitarios y además, tiene a España como país invitado. Viene el poeta a este campus de la Católica a pocas semanas de haber estado en ese país en otro recinto universitario: la Universidad de Salamanca, la más antigua de Hispanoamérica y una de las primeras fundadas en Europa, donde recibió el XXVII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el más prestigioso de la lengua española y al que se suman distinciones como el Premio Federico García Lorca (España, 2016); el Premio de Literatura en Lenguas Romances de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México, 2009); además del Premio Nacional de Literatura en nuestro país (1985), entre otros.

 

¿Cómo presentar a un poeta cuya obra no sólo ha sido ampliamente reconocida, sino también asumida por muchos, entre los que me incluyo, como referencia de lo más destacado de la poesía venezolana e hispanoamericana actual? Asumo esta ocasión como una manera de celebrar y agradecer como lectores una poesía que tanto nos ha entregado de constancia en la incesante pregunta sobre el sentido de la poesía y del decir, así como de sacudidas vitales que nos colocan a la intemperie al preguntarnos por nuestro lugar en el mundo.

 

El idioma, el decir

 

Abro esta lectura sobre los aportes de la obra de Rafael Cadenas recordando a un querido amigo, filósofo y poeta, fallecido tempranamente hace unos años, Aníbal Rodríguez Silva, animado lector, estudioso y promotor del poeta, quien en un libro dedicado a analizar su obra escribió: “Rafael Cadenas no es un autor, no es un escritor, es una lengua; un idioma. Idioma que recrea un idioma. Lengua de pasión que ama a su tradición, la lengua española” (Antología, 1999, p. 9).

 

Hablar de la obra de Rafael Cadenas conduce inevitablemente a pensar en el lenguaje como objeto de reflexión en su poesía y como eje articulador en el proceso de conformación de su poética, afirmada en una búsqueda por ganar mayor autenticidad verbal y existencial, ligada a una visión humanística, como escribí en Hechura de silencio (2002), trabajo dedicado a su obra poética. Y también encontramos en sus poemarios, ensayos y aforismos un reiterado llamado de atención frente a los desvíos de los fanatismos y una defensa de los fueros de la libertad.

 

Pero en la poesía de Cadenas el lenguaje no es, como pudiera pensarse, un desvelo por la expresión adornada, sino más bien un reconocimiento de los ocultamientos que pudieran empañar el sentido. A lo largo de su obra, desde sus iniciales Una isla (1958) y Los cuadernos del destierro (1960) hasta Gestiones (1992), encontraremos una aventura existencial de carácter ontológico que interpela el decir, que le reclama fidelidad con la existencia. En medio de la concepción si se quiere unitaria de cada libro, estos resultan eslabones de un proceso que el poeta coloca frente a sus lectores para decirnos: “Escribo / como el que se inclina sobre el cuerpo que ama”, en Una isla (1958); y “Solo cuento con tus joyas / idioma ajeno / mío. Soy / apenas / un hombre que trata de respirar / por los poros del lenguaje (…)” en Gestiones.

 

Esta preocupación por el lenguaje pasa también convertida en reclamo e interpelación en su obra ensayística y en sus textos breves como En torno al lenguaje (1985) y Anotaciones (1991). En el primero, libro de una actualidad y urgencia demoledoras, Cadenas deja constancia de “un recio amor, el amor a la lengua” y se hace eco de autores como el escritor y periodista austriaco Karl Kraus, en quien, como sostiene el poeta, “se juntan dos obsesiones mías: la crítica a nuestra civilización y el culto a la lengua” (1985, p. 43). Cadenas, quien ejerció por más de dos décadas la docencia en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, alerta sobre el empobrecimiento de la lengua, especialmente por la banalización y el mal uso del idioma. Lo advierte en Anotaciones: “La quiebra de la lengua es la quiebra de la cultura, de la sociedad y del espíritu. Es tan indeciblemente importante enseñarla bien. Debía ser el eje de la educación en la escuela, en el liceo, en las escuelas de letras. Con todo, ningún Estado le da importancia” (p. 15). También: “Un pueblo sin conciencia de la lengua termina repitiendo los slogans de los embaucadores; es decir, muere como pueblo” (p. 25).

 

Ser, poesía, misterio y realidad

 

Hagamos honor al lector que es Cadenas y leámoslo. Para comenzar, ofrezco aquí algunas rutas a seguir en una obra compleja, no sólo en su diversidad de registros de voces y temáticas, sino en la unidad que remite, ya lo dijimos, a la poesía misma, al lenguaje y a la experiencia humana.

 

Si bien los acercamientos críticos, las compilaciones y lecturas de la obra de Rafael Cadenas inician en su mayoría con Los cuadernos del destierro (1960), justo es comentar la presencia de dos poemarios anteriores: Cantos iniciales (1946), publicado cuando apenas tenía 16 años de edad, libro prácticamente desconocido, y Una isla (1958), que circuló mimeografiado en 1977. Este poemario, escrito entre Trinidad y Venezuela, a su vuelta del destierro al que lo envió la que creíamos la última dictadura del siglo XX venezolano, no solo es testimonio del exilio sino también un acercamiento sensitivo a la experiencia amorosa; también presagio, anuncio de nuevas miradas y nuevas temporadas marcadas por una indagación incesante en los laberintos del ser, del decir. Algunos de esos poemas bien pueden suscribirse en este presente de diásporas y despedidas: “El exiliado deplora las patrias. Rehúye divisiones (…)” (Antología, 1999, p. 33).

 

Después, en Los cuadernos del destierro (1960), asistimos al testimonio de un “viaje interior o transcurso espiritual protagonizado por un yo lírico cuyos ‘ineluctables desdoblamientos’ constituyen el tema central de la obra”, como apunta Ilis Alfonzo (1996, p. 29). La voz poética que se despliega en este libro da cuenta de un arquetípico destino, un fatum, el cumplimiento de un sino del cual no se puede escapar. Lo que vendrá después en el registro poético de Cadenas será un giro que desde la poesía vuelve para advertir y reparar en el lenguaje así como para dejar testimonio de una búsqueda esencial que confronta al lector con las preguntas fundadoras respecto al misterio de la vida. En un arco temporal que incluye Falsas maniobras (1966), Intemperie (1977) y Memorial (1977/1986) los poemas de Cadenas van dejando constancia de un proceso que tanto en lo formal como en el despliegue temático evidencia una búsqueda por liberarse de las ataduras egocéntricas: “Vida, redúceme a ser / solo una crudeza ante ti” (Memorial, 1986, p. 135).

 

El aprendizaje propuesto por la poesía de Cadenas es el vaciamiento, una lucha espiritual. Los poemas registran el paso de un penitente que, a la manera de un anacoreta que se aleja hacia confines solitarios y se entrega a la contemplación y la penitencia. Al silencio.

 

Intemperie se cierra con un poema, “Ars poética”, que sintetiza el desafío poético de Cadenas para ganar la honradez y la veracidad expresiva, para honrar a la poesía y su decir con lo real, sin atavíos. Este poema que en mi opinión debería colocarse en la entrada de toda escuela o centro de enseñanza en la que el uso de la palabra pública y privada sea materia de formación, dice en este fragmento:

 

“Seamos reales.

Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso

mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas” (Antología, 1991, p. 128).

 

Memorial representa un momento particular en la obra de Cadenas, por la condensación y despliegue de una poética tan resplandeciente como compleja, lo que el poeta ha llamado “la soberanía de lo sencillo” (1979, p. 9), lo que nos revela la atención: “Realidad, una migaja de tu mesa es suficiente” (p. 28); la constatación de la fragilidad del ser: “Florecemos / en un abismo” (p. 183) y la aparición de Ella, la Diosa, instancia simbólica en el que el discurso poético vuelve sobre la poesía misma y sobre el lenguaje.

 

Por su parte, Amante (1983) representa la radicalización de la experiencia vital volcada a la autenticidad, humilde, descarnada, del ser y, sobre todo, del lenguaje: “Custodia la lengua / con la que adoras. / Ella muestra y oculta / tu rostro, / la presencia, el más poderoso reclamo” (Antología, 1991, p. 223). Es un canto al lenguaje, y una tentativa extrema de autenticidad: el silencio. La puesta en escena potencializa el entramado teatral en los personajes del amante y del anotador:

 

“Destruye

la retórica del amante

y hazlo venir a pie, desnudo, sin arrimo.

A tu recio descampado.

Que pruebe a sostenerse ahí,

que sienta tu frío,

que vele” (Antología, 1991, p. 229).

 

En Gestiones (1992), poemario con el que ganó el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde, encontramos la afirmación de la marginalidad esencial del artista enfrentado a los desvíos de su tiempo y a las frágiles seguridades de un mundo cimentado en la materialidad y la banalización de los asuntos de la vida. La palabra, el lenguaje, dominio natural del poeta y de la humanidad, cuentan poco en un presente como el que vivimos: “Pocas palabras, / descarnadas frases, / pura necesidad. / La dama de los adornos / dejó la escena. / Cancelada. / La exhibición había durado mucho” (p.73).

 

Las voces y la prosa

Destaca en la obra de Cadenas lo que llamaríamos un dramatis personae que se despliega a lo largo de sus distintos textos. A la manera de un elenco teatral, aparecen personajes, voces poéticas que resuenan en diversos momentos: es el perseguido, el juzgado, el expulsado en Falsas maniobras, Intemperie y Memorial; es el amante, el anotador, el amanuense en Una isla, Memorial, Amante y Gestiones. Son las máscaras, las personas que toman lugar del hablante en los poemas y que convierten esta obra en un entramado de voces que son uno.

 

Este “artesano que ama las palabras”, como se define en Anotaciones (1991) ha hecho también de la reflexión sobre la poesía un aspecto esencial en su decir poético y ensayístico. Negado a entrar en moldes, modas, escuelas y estilos, Cadenas opta por un decir despojado que se reconoce en rasgos anti retóricos, anti modernos: “Lo moderno que me atrae sería solamente la proximidad del lenguaje que uso respecto al habla natural, el verso libre que evita las menores asonancias, la sequedad insobornable, la ausencia de figuras literarias, la prosificación del texto, la antipoesía, la alusión, la ironía” (p. 65).

 

La prosa como habla cercana a los días distingue el trabajo poético de Cadenas, de la misma forma como opta por el versículo y el verso en apoyo a una expresión ganada para la limpidez.

 

La vida como totalidad

 

Encontramos a un poeta que dialoga con los místicos españoles y abreva en las fuentes del misticismo oriental. Así, le ha dedicado una detenida y hermosa lectura a San Juan de la Cruz (1998), en la que muestra su desconcierto por el “ascetismo extremo, ese castigarse impiadoso, la imitatio Christi como auto tortura, el tratar el cuerpo como enemigo” (1998, p.15). No obstante, en algunos de sus poemas, especialmente en Intemperie y en Falsas maniobras, deja ver un yo poético con estos aprendizajes de impenitentes: “está hecho para recibir de frente la inseguridad, y tiende a lacerarse más de lo que acepta la poesía”, dice una voz poética en Intemperie (Cadenas, 1991, p. 88). Más tarde volverá en Memorial (1986): “Mi vida / aprende / a no pedir nada” (p. 132); “Soy este en quien se incendia / hasta la idea de hombre” (p. 134).

 

Salvando las distancias con los fines y medios del misticismo cristiano, la comunión con Dios, y sin la filiación propiamente religiosa, hay en estos personajes poéticos un sentido de búsqueda auténtica, de reconocimiento de lo insondable que nos sobrepasa. Incluso en un libro como Amante (1983), autores como Isava (1990 y 1994) han destacado la relación con el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz.

 

En el plano de la indagación por las rutas de la experiencia mística, nuestro poeta también se ha detenido en el estudio del misticismo de raíz oriental, como el budismo Zen y el taoísmo. Lo dice la voz poética de Memorial: “Nada pides. Sabes que estás completo. Lo sabes con tu piel. Ni de ti eres dueño” (Cadenas, 1986, p. 29).

 

El propio poeta, sin embargo, aclaró su posición en Realidad y literatura (1979): “nuestros planteamientos no son místicos, ni esotéricos, ni metafísicos. Apuntan hacia la vida como totalidad” (Cadenas, 1979, p. 8). Hace unos años ofreció esta lección durante una entrevista con el diario venezolano El Universal en noviembre de 2001: “me parece que no hay nada que buscar y que tal vez sólo se trate de sentir la vida en nosotros. La vida, lo desconocido, el misterio, la naturaleza, el ser, el Tao, el Self o como quiera llamarse eso que no tiene nombre y sobre lo cual nada se puede decir”.

 

El misterio en su poesía no es hermetismo, por el contrario es claridad y precisión: estamos ante un poeta cuya obra destaca por su expresión sincera, por las autoexigencias que se ha impuesto, incluso a riesgo de permanecer en los márgenes del silencio, para ofrecer un resplandor desusado que, más que estético, plantea un reconocimiento ético ajeno a los dogmas. Ver la realidad a los ojos supone la experiencia del misterio, su reconocimiento.

 

El poeta, el hombre, el ciudadano

 

Este recorrido quedaría incompleto y descontextualizado si no me detuviera en un aspecto igualmente destacable de su labor como poeta y humanista: su preocupación y crítica a los fanatismos, los excesos de la tecnicidad y las amenazas de la guerra.

 

El poeta, quien a lo largo de su vida ha padecido dos dictaduras, supo muy joven de los alcances de la opresión, cuando con apenas 21 años de edad, fue preso por la dictadura perezjimenista y enviado al exilio a la isla de Trinidad, a la cual se ha referido en entrevistas y de cuya experiencia surgieron algunos de los poemas aquí mencionados.

 

El entonces estudiante universitario venido de su natal Barquisimeto, que había abandonado los estudios de Derecho y había ingresado a Filosofía y Letras en la UCV, no pudo entonces proseguir sus estudios porque “ocurrió la huelga universitaria contra la penúltima dictadura militar, esta es una redundancia”, como le relató a la periodista Elizabeth Araujo para la revista Tal Cual en junio de 2010. Su recuerdo bien merece traerlo al presente y a estos espacios universitarios: “estuve preso en la Cárcel Modelo y me expulsaron del país. Las dictaduras siempre arremeten contra las universidades libres porque son el baluarte más fuerte de la conciencia del país. En este momento, están de nuevo amenazadas por un gobierno que frente a ellas, como dije hace poco, refiriéndome a la más antigua, es un menor de edad, y además malcriado, con rasgos de barbarie, que no voy a mencionar porque están muy a la vista. Lo más lamentable es que son universitarios que están prestos para ejecutar cuanto se les ordene”.

 

El autor de “Derrota” (1963), poema adoptado en los años 60 como marca de una generación comprometida política y socialmente, asistió a un tiempo en el que se ensalzaba a figuras del comunismo soviético como Stalin pero supo ver tempranamente los excesos y las consecuencias del fanatismo ideológico y los fanatismos de cualquier índole. En distintos momentos y textos, sean de poesía, de ensayos y aforismo, Cadenas ha sido un crítico persistente contra este rasgo de destructividad y de asfixia a las libertades cívicas. “Los revolucionarios se proponen liberar a los seres humanos y comienzan por privarlos de libertad”, escribió en “Otros dichos” recogido en Obra entera (2000).

 

A Cadenas le preocupa lo que Jung (1986) llamaba con angustia la “cuestión del mal”, la capacidad destructiva de las guerras y los odios. En Memorial reúne una serie de poemas en los que abiertamente toca estos asuntos y cuya vigencia se expande en nuestro presente (p.p. 68-74). Otro tanto ocurre en Gestiones.

 

Cómo no tener presente las resonancias de uno de sus aforismos en Poemas selectos: “Solo en un sitio puede ser derrotada una sociedad: en el pecho de cada hombre”.

 

Dejo hasta aquí lo que intenta ser una presentación agradecida a nuestro poeta. Espero haber podido ajustarme con fidelidad y humilde decoro a una obra que siempre se me revela lozana y haberla honrado con una lectura atenta.

 

Leer a Cadenas, su obra poética, sus ensayos, es coincidir con Gadamer cuando dice: “me sigue pareciendo cierto que la lengua no es solo la casa del ser, sino también la casa del ser humano, en la que vive, se instala, se encuentra consigo mismo, se encuentra en el Otro, y que la estancia más acogedora de esta casa es la estancia de la poesía, del arte”. Cadenas nos ha traído hasta esta estancia que no por grata y permanente resulta menos amenazada por los fastos, por los gárrulos, como él mismo bien suele advertir en estos tiempos de extravíos de la voz pública y mediática. De allí nuestro agradecimiento y homenaje a quien tanto ha sabido resguardarla, protegerla y llenarla de autenticidad para todos nosotros.

 

¡Salud, poeta!

 

Muchas gracias.

 

FOTO: El poeta Rafael Cadenas, quien también ganó el XXVII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana/ EFE CABALAR

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