Rafael Cauduro: el maestro del engaño llega a San Ildefonso

Feb 26 • destacamos, Miradas, principales, Visiones • 2887 Views • No hay comentarios en Rafael Cauduro: el maestro del engaño llega a San Ildefonso

 

La exposición Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro), en el Colegio de San Ildefonso, reúne 50 años de trayectoria del pintor; permanecerá abierta al público hasta el 26 de junio

 

POR SOFÍA MARAVILLA
Una de las grandes preocupaciones humanas, desde el amanecer de la conciencia, es el transcurso del tiempo y la brutalidad con que se inscribe en la materia: el tiempo devora, deteriora, pero, en sus momentos más benévolos, también hace florecer la vida. Rafael Cauduro (Ciudad de México, 1950), artista plástico experimental y prófugo de toda corriente que extralimite su creatividad, se dejó seducir por esta obsesión: su obra misma es una oda al deterioro, a la fugacidad, pero, de manera paradójica, ha logrado perdurar a lo largo de medio siglo en la escena cultural de México y, muy probablemente, apuntará a la posteridad.

 

Cauduro ha producido más de 800 obras pobladas de sus inquietudes y pasiones, de las cuales, alrededor de 160 (entre ellas, las nunca antes vistas) son las que conforman la exposición Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro), que comenzó a proyectarse hace tres años para celebrar los entonces 70 años del maestro, pero que finalmente fue abierta al público el pasado 24 de febrero en el Colegio de San Ildefonso, recinto que lleva en sí los vestigios de la era muralista y que en esta ocasión recibe a uno de sus herederos, atemporal y rebelde, pues Cauduro es creador de piezas de gran formato que, como dice Liliana Pérez Cano, coordinadora de la exposición y directora de la Casa-estudio Rafael Cauduro, ya “forman parte del paisaje urbano y artístico de la Ciudad de México”, y que pueden observarse en los murales de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (Los siete crímenes mayores, 2009), en el edificio Cauduro de la Condesa (El condominio, 2014), o en el ajetreo diario del metro Insurgentes (Escenarios subterráneos, 1990).

 

El nombre de la exposición, indicó Alesha Mercado, curadora de la exposición, resultaría caprichoso, de no ser porque éste surgió al darse cuenta ella que “Rafael no tiene paralelo en el arte”. Nutrido de múltiples corrientes artísticas pero sin adscribirse a ninguna, ha sido un creador que aprende conforme experimenta, pues es completamente autodidacta.

 

Tuve la oportunidad de ser guiada en esta exposición por Mercado y Liliana López Cano, que también ha sido musa y madre de las hijas de Cauduro, de las cuales estuvo presente Elena, quien inauguró la exposición en nombre de su padre: “Para mí no es el maestro Rafael Cauduro: para mí es la persona con mayor capacidad de asombro en mi vida, alguien que puede apreciar hasta los más mínimos detalles y que me enseñó a asombrarme con la complejidad de una arañita; él me decía: ‘la arañita tiene una vida, está esforzándose mucho en hacerla’. Pensando en ese recuerdo, veo cómo él siempre luchó por lo que creía, por darle una voz a quien no la tenía”.

 

La exposición está configurada por seis núcleos que engloban su obra, partiendo desde “Inicios”, que recoge los primeros pasos de Cauduro en el arte, siempre ajeno a la academia, a pesar de haber cursado Arquitectura y Diseño Industrial en la Universidad Iberoamericana intentando satisfacer a sus padres, pero su temprana experiencia como caricaturista le mostró que era posible ganarse la vida asumiéndose como artista, por lo que desertó de la universidad. De esta temporada son obras como Vendedoras de Sopes, El gobernador y Fantasía de Luz, todos de 1979; tan sólo cinco años después, en 1984, tendría su primera muestra individual en Bellas Artes. Sin embargo, su paso por la arquitectura le otorgó las herramientas necesarias para desarrollar el desdoblamiento y la experimentación de la espacialidad en sus obras.

 

La segunda sala, “Huellas”, está sustentada en la idea de que al habitar un espacio necesariamente se reconfigura, haciendo de esta experiencia un “eterno retorno”, recalcó Mercado. Aquí comienza a ser notoria la obsesión de Cauduro con el cuerpo femenino: prostitutas, amantes, después vendrán los ángeles, las madres sollozantes que han sido despojadas injustamente de sus hijos, los cuerpos gestantes con expresiones devotas: lo eterno femenino en su más voluptuosa y exquisita expresión.

 

Para Mercado, Cauduro es un pensador de la condición efímera de lo humano: su obra retrata el deterioro, desde el recurso del tzompantli, hasta los paisajes urbanos con muros y carteles roídos por el correr del tiempo, mientras que el desgaste que ocurre al interior de las pasiones humanas se ve reflejado en La consagración de la primavera, Las hechiceras o El nido, donde prima un color oxidado entre el cual asoma la tersidad y fragilidad de la carne humana. A esa obsesión por el discurrir temporal se suma la serie de trenes, donde ocurre el esplendor trágico de la vida, imagen que se vincula con sus recuerdos de infancia, pues Cauduro vivía cerca de donde corrían líneas ferroviarias.

 

“Resquicios” va del erotismo a la ternura, hace un guiño a la vida más íntima de Cauduro: a su familia, a las vivencias con sus hijas, pero también al imaginario de la lujuria; aquí se encuentra el cuadro de El Embarazo, en el cual aparece Liliana Pérez Cano, La entrada de Psique al palacio del Eros, que retrata la relación del humano con el amor, mientras que la serie Discapacidad pone de manifiesto uno de los grandes ejes temáticos de Cauduro: la vulnerabilidad y el imperante de reconocer que todos nos necesitamos los unos a los otros.

 

Su estética es árida, recrudecida por las láminas oxidadas que sirven de bastidor para su creación. Al respecto, Pérez Cano comenta que Cauduro es “un alquimista de la materia para hacer arte”, pues ha experimentado con múltiples materiales y texturas novedosas como los óxidos, resinas, la espuma de poliuretano y ha creado una nueva técnica en vidrio, que consiste en la sobreposición de hojas y recortes de vidrio, y, aunque parecen dibujos o pinturas al óleo, lo cierto es que su técnica se realizada con polvo de vidrio horneado. Estas piezas se están exhibiendo por primera vez en México, pues sólo habían sido mostradas en Portland, donde Cauduro aprendió a trabajar el vidrio.

 

Tela, madera, fibra de vidrio han servido como lienzos, pero las láminas de metal oxidado son el fondo predilecto de Cauduro, puesto que en él ha podido reflejar el paso del tiempo inscrito en la obra de arte misma: “La lámina tiene muchas dificultades no sólo de conservación, sino que también la pintura se va desvaneciendo; la obra debe reflejar el paso del tiempo”, indica Mercado, lo que podría generar una situación paradójica y contradictoria frente a uno de los grandes paradigmas artísticos que tenían como fin la eternización a través de las obras, y cuyo contenido evidencia también otra de las preocupaciones de Cauduro: la ecología, una constante recalcitración en el porvenir y el retrato de “los fósiles del futuro”, ese vestigio que quedará de la humanidad.

 

“Periferias” es todo lo que excede lo aceptable, lo visible, lo que siempre está cuestionando los espectros que habitan en la sociedad. Uno de los rasgos de esta sala es que está vinculada con la educación que Cauduro recibió de escuelas católicas y que él interpeló con su obra, de sesgo incluso “sacrílego”, como lo llamó la curadora. Aquí resalta la serie inspirada en los modelos de Calvin Klein y de cómo sus cuerpos se contraponen (y sobreponen, agregaría yo), al cuerpo de Cristo, “que es otro cuerpo que estamos acostumbrados a ver, completamente musculoso y desarrollado, aunque estemos hablando de una persona muerta y torturada”. Resalta también un tzompantli entre cuyos cráneos asoma el cuerpo de una mujer desnuda, hermanación erótica-tanática, mientras que a su lado se extiende la serie Sodoma y Gomorra, en donde pinta ángeles seductores y perversos, que siguen el mandato de Dios para matar a sus pobladores, y esto es algo que se cuestionaba mucho Cauduro: “¿Cómo puede ser que un Dios misericordioso mande aniquilar una población completa?”, cuestionamiento muy plausible dentro de un suelo psicológico cristiano (por siempre incomprensible, aunque derivado, de la terribilidad característica del teísmo judaico).

 

Unida a esta sección, en la sacristía del Colegio habita El retablo de los éxtasis, conformado por dolientes distribuidos en la sala, personificación de esa sombra que a todos nos caracteriza y que nos cuesta trabajo aceptar, como dice Mercado: “los dolientes por la parte de atrás parecen religiosos, están hincados devotamente, pero cuando los vemos por delante, son personas llenas de pasiones ”; son los fragmentos siniestros que nos habita, tan realistas como la imágenes mismas, espejos de sus espectadores: “Mucha gente califica a Rafael como un artista hiperrealista, y a él no le gusta, porque siempre me dice: ‘¿cuál hiperrealista? ¡Yo soy un mentiroso! Hiperrealista, la naturaleza; yo soy un maestro del engaño’”, indicó Mercado.

 

“7 capítulos” está conformada por obras que, desgraciadamente, se inspiran en la realidad de corrupción e impunidad que enfrenta nuestro país, y del cual se desprende el video que trae a la sala el mural creado para la Suprema Corte de Justicia: “Cauduro se quedó muy obsesionado con los temas de la injusticia: se quedó pensando cómo era posible que hubiera vidas metidas en los archiveros que dependen de que alguien las revise y que eso nunca va a pasar, pues los números archivados son escalofriantes”, explicó Mercado. Como dijo Elena, hija del pintor, los temas que impactan la obra de su padre son aquellos por los que ahora se lucha para que sean visibilizados: la trata de blancas, la discapacidad, la migración, la injusticia: “Esta exposición es tan importante para mí porque representa la forma en la que crecí, la forma en la que mis papás me educaron y me hicieron ver la vida; para mí, esta exposición es ver a mi papá hablando, gritando lo que piensa en la manera más cruda y pura posible”.

 

Entre las peculiaridades de esta exposición resalta “El estudio del artista”, en el cual se recrea el espacio creativo de Cauduro, su laboratorio, con herramientas originalmente empleadas por él: pinceles, caballetes e incluso un sillón, para que el asistente pueda observar el espacio que el pintor habita en su día a día y que es también el laboratorio de sus grandes trabajos. Asimismo, Mercado comenta que un gran aporte son también las piezas inconclusas, pues en ellas pueden observarse, a manera de disección, los diversos procesos que han involucrado a Cauduro, y cómo éstos conatos pueden ayudar a vislumbrar la realización de otras grandes obras, de las que también hay bocetos, como es el caso del mural Los siete crímenes mayores.

 

La muestra Un Cauduro es un Cauduro (es un Cauduro) fue inaugurada el 24 de febrero, y estará abiertas al público hasta el 26 de junio, de jueves a domingo.

 

“Ojalá ustedes puedan ver a través sus obras; a través de nuestros ojos”, finalizó Elena, hija y representante del pintor.

 

FOTO: La exposición Un Cauduro es un Cauduro contiene expresiones de lo sentimientos y obsesiones del artista / Crédito de foto: Germán Espinosa/EL UNIVERSAL

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